Es 14 de noviembre y el cielo está nublado en Soledad. El calor es inclemente. En la esquina de la calle 51 con carrera 13A está el mismo señor de hace 35 años, vendiendo raspao debajo de la acacia, y la señora que acumula 16 calendarios ofreciendo mango verde con limón, sal y pimienta.
Ya son las 12 y 10 del mediodía y comienzan a salir los estudiantes del Colegio Metropolitano de Soledad 2.000 para retornar a sus hogares. El calor sigue insoportable. Pero una niña de 10 años le sonríe y le baila a la vida. Da la impresión que celebra algo.
Su estatura es de aproximadamente 135 cm. Sus ojos son color café claro, sus pestañas alargadas y su cabello, extenso y ondulado, se mueve al vaivén de su caminar.
La niña llega a su casa, que está ubicada en Soledad 2.000, abre las rejas blancas de la entrada y saluda efusiva a su prima Daniela, que viste un jumper de cuadros verdes del colegio Mis Pequeñas Maravillas, y a Gabriela, que usa un suéter de franela y una falda de cuadros azules, el uniforme de la Institución Jesús Maestre.
Isabela García, como es su nombre, huye con sus primas a su cuarto y regresa a la sala de la casa vestida con un leggins fucsia y una blusa blanca, y exclama con emoción desproporcionada: '¡Hoy sí vamos a jugar porque no tenemos tareas!'. Las tres abren los ojos con sorpresa y una sonrisa dibuja sus rostros.
Ahora su felicidad a la salida del colegio tiene una explicación: es el primer día oficial sin tareas en casa en el Municipio.
Con anterioridad se habían escuchado otras voces de los estudiantes de primaria del colegio Metropolitano: '¡Ahora tengo tiempo para jugar con mi hermanito!' '¡Voy a poder aprenderme el himno de Soledad!' '¡No vamos a estar tan estresados!' '¡Ahora podré jugar con mi tablet!' '¡Ahora podré bailar con la escoba!'...
Isabela, quien tiene diez años, vive con sus padres Yeimy Gómez y Julio García. Cursa quinto de primaria y es una alumna destacada académicamente. Sus intereses están encaminados en poder servir a la sociedad a través de la psicología, carrera que anhela estudiar con el beneficio del programa ‘Ser Pilo Paga’.
Es la 1 y 12 de la tarde. Isa está almorzando con su hermano Andrés, que cursa sexto grado, se ríen en la mesa y hablan de su agenda para más tarde.
Tras bastidores se escuchan las palabras de su mamá, Yeimy, y de su tía, Adarlys: 'La medida de ‘una semana sin tareas para la casa’ me parece una buena iniciativa, pero no se deberían quitar del todo las actividades'.
Andrés, entre risas, lanza una pregunta al aire: '¿Por qué eso no me aplica a mí?'.
A la soledeña parece que las baterías no se le agotan, ha estado jugando con su vecina Alejandra desde que se devoró su suculento almuerzo: carne, arroz tajadas y jugo de mora.
Empezaron con el ‘Uno’, luego encendieron el televisor, pusieron Youtube y a ritmo de reguetón, puya y tropipop prendieron la fiesta en la casa.
Y de repente se acordaron del popular ‘chicle’ y ahí estuvieron saltando hasta un rato después.
Cuando ya no podían más, sudadas y exhaustas, se fueron al cuarto de Isa a jugar a ser mamás.
'Me siento libre, me puedo divertir, ya no tengo estrés', dice la pequeña de 10 años, alzando los brazos al cielo.
Son las 3 y 15 de la tarde y la caliente Soledad por fin bajó su temperatura y permitió que las dos amigas salieran al parque ‘La Frontera’ donde están ahora desafiando la gravedad en los balancines y los columpios. Corren por todo el lugar, ríen, están felices. Muy felices.
Vuelven a casa
Isa recibe en compañía de su perrito Rocky a su papá, con besos y abrazos, porque acaba de regresar del trabajo.
Y finalmente cae un pequeño rocío que los lleva a todos a refugiarse entre sábanas para ver películas en Netflix.
Ya son las 7:00 de la noche y su día, sin tareas, sin maquetas, sin mapas, sin carteleras, sin trabajos en la web, pero en familia, fue 'una experiencia que esperan volver a repetir'.


