El Heraldo
Nereo López fotografiado por Carlos Caicedo en Bogotá,1965. Editorial Maremágnum y Liza López Olivella.
Arte

El viaje perpetuo de Nereo López

Este 25 de agosto se conmemoran 5 años de su fallecimiento y el 1 de septiembre 100 años de su natalicio. 

En sus 94 años de vida Nereo López nunca dejó de moverse. Nada más en Nueva York, donde llegó a vivir a los 80 con su afán y curiosidad de trotamundos, solía recorrer las calles, los museos y galerías, frecuentar bares de jazz, hacer fotos experimentales con una cámara aferrada a la rodilla, regresar a solas a su apartamento en horas de la madrugada después de una reunión o festejo decembrino, sin saber inglés o con el escaso inglés que aprendió en un curso que tomó poco antes de irse.

El 2000 fue el año de ese viaje que para su hija Liza López Olivella y quienes lo conocieron aún continúa, y a perpetuidad. Los restos del fotógrafo nacido el 1 de septiembre de 1920 en el barrio San Diego de Cartagena de Indias, fueron esparcidos en el río Hudson, a petición suya, que tenía la voluntad de seguir andando y fluyendo en sus cenizas. 

Nereo López no sabía estar quieto, y sus imágenes, ya fueran las capturas del “instante decisivo” que popularizó Cartier Bresson a mediados del siglo XX, o ya el documento testimonial que puso su foco en los trabajadores y territorios más olvidados del país, tampoco lo están. 

Este 25 de agosto se cumple el primer lustro de su partida. Nereo integra la generación de creadores colombianos que en este año pandémico celebran un siglo de haber nacido: Cecilia Porras, Alejandro Obregón, Enrique Grau, Edgar Negret y Manuel Zapata Olivella, su gran amigo.

Nereo captado por Haroldo Varela en un homenaje.

Primeras escenas

La infancia de Nereo López estuvo marcada por los desplazamientos. Su padre, Vicente López, murió cuando tenía tan sólo 6 años. Su madre, Carmen Meza Brum, descendiente de inmigrantes alemanes, murió cuando tenía 11, lo que lo dejó a él y a sus dos hermanas menores huérfanos. 

Mientras la crianza de las hermanas quedó a cargo de las madrinas, Nereo fue enviado a un seminario. Lo abandonó y empezó a pasar en manos de distintos familiares, que lo mandaron a trabajar. Según cuenta Eduardo Marceles Daconte, que prepara una biografía suya, el fotógrafo trabajó como pailero en la Base Naval de Cartagena, donde los capataces se dieron cuenta de que “era todavía un niño, tenía doce años, y no alcanzaba a levantar las láminas”. Entonces pasó a vivir con una tía y su hijo con quienes tampoco pudo acomodarse. 

Con ayuda de su amigo Miguel Arenas, que trabajó en el Cine Rialto, situado en la misma calle donde quedaba la cantina de uno de sus tíos, Nereo obtuvo un puesto como portero y ‘todero’ en el Teatro Murillo de Barranquilla. Allí empezó a manejar el material publicitario (afiches, fotografías), además de ver las películas antes de la proyección. 

Se volvió programador y llegó a la administración de una sala al aire libre del Cine Rialto en la antigua calle de Las Vacas. “En Barranquilla vio muchísimas películas y se enamoró de la imagen”, dice Jaime Abello Banfi en Nereo. Saber ver (Maremágnum, 2015), libro que recorre ampliamente su trayectoria fotográfica y vital. “Mi papá se crió en Cartagena, pero su desarrollo y crecimiento fue en Barranquilla, que siempre estuvo en su corazón”, dice desde Suecia su hija, la anestesióloga Liza López Olivella

De esta ciudad el fotógrafo en ciernes pasó a gerente de Cine Colombia en Barrancabermeja. Allá hizo sus primeros ensayos fotográficos. Para entonces había probado una cámara alemana de fuelle Agfa que un amigo le dejó antes de un viaje, pues durante la II Guerra Mundial estaba prohibido llevar equipos fotográficos en algunos vuelos.

La madre de Liza, Mercedes Olivella, del segundo matrimonio de Nereo, es prima del escritor Manuel Zapata Olivella, el amigo de infancia con quien Nereo realizó recorridos por el Magdalena (uno escribía y el otro fotografiaba). En sus trabajos, las fotos de Nereo, comenta Liza, no adornaban los textos, “los textos adornaban a las fotos”, que eran siempre protagónicas.

Barranquilla, 1957. Nereo López

Los trabajos

Como si todos los oficios que ejerció y contempló se reunieran en su mirada de retratista, fotorreportero, documentalista y artista, en Nereo la fotografía es un arte múltiple.

Durante su trabajo de diarios e intensos recorridos observó con asombro, gusto y afecto situaciones, acontecimientos, instantes; y personajes que son obreros, labriegos, artistas. Captó multitudes, trayectos y fiestas. Ver sus imágenes es asistir a un recorrido por las regiones y rincones de Colombia, por Suramérica (especialmente Brasil), Centroamérica y Europa: España, Francia, Checoslovaquia, República Checa, Eslovaquia, Hungría, Rumanía, Bulgaria. 

Nereo López fue reportero gráfico en El Espectador, El Tiempo, Cromos, O Cruzeiro (de Brasil). Cubrió la caída del gobierno de Rojas Pinilla y la resistencia civil del 10 de mayo de 1957. Captó al presidente John F. Kennedy y su esposa Jaqueline en su visita al país en 1961. Fue el fotógrafo de la delegación del Premio Nobel de Literatura a García Márquez en 1982, en Suecia. Acompañó al Papa Paulo VI durante su visita a Colombia en 1968. Retrató carrozas y multitudes del Carnaval de Barranquilla y otras fiestas nacionales. En La langosta azul (1954), corto de Álvaro Cepeda Samudio y otros artistas del Grupo de Barranquilla, actuó el personaje de “El gringo” y se encargó de la dirección fotográfica. También realizó tomas de desnudos que, como buena parte de su material, no se conoce; y en su serie Tranfografías, de los 80´s, mezcló fotografía y pintura. 

Adicionalmente se interesó por el libro impreso y quiso reunir series de sus imágenes en volúmenes pequeños. Varios de sus viajes los financió colaborando con los catálogos de aerolíneas que le daban los tiquetes. A Nueva York viajó tras vender su archivo a la Biblioteca Nacional —que cuenta con alrededor de 125 mil piezas digitalizadas—, y con la ayuda financiera de su hija Liza, que lo visitaba con frecuencia y estaba a su cargo.

Carnaval de Barranquilla, 1954. Nereo López

“Se fue”

“Vivo solo pero no siento soledad”, decía Nereo, quien no solía contar con ayudantes ni colaboradores; creaba por su cuenta e iba en busca de sus fotos como de un lugar nuevo que visitar. Después miraba sus imágenes con sorpresa, maravillado con el resultado.

Carajo, ¿cómo tomé esa foto? ¿Yo la tomé? ¡Pero qué hermosa!”, decía cuando ayudó a curar el contenido del mencionado Nereo. Saber ver, editado por José Antonio Carbonell. Nereo “era capaz de encontrar la toma, el ángulo, el contenido justo y revelador, ahí donde los demás no veían sino lo rutinario y corriente”, dice Carbonell en la presentación.

Liza López insiste en que Nereo no murió, sólo “se fue”. El 25 de agosto de 2015, ella llegó a las seis de la mañana a Nueva York en un vuelo que tomó a las 11 de la noche del día anterior en Bogotá. En las salas de migración no se demoró la hora habitual; el trámite se hizo inusualmente breve y al rato ya estaba en el centro asistencial donde se estaba quedando su padre.

Como a comienzos de ese agosto Liza se había casado, Nereo, que no pudo ir a la boda, le preguntó cómo estaba y le recordó que le enviara las fotos del matrimonio con las que pensaba hacerle un álbum. Hacia el final de su vida se dedicaba a hacer álbumes de fotos que diseñaba y regalaba a seres queridos. “Esto lo digo para mostrarte que toda su vida estuvo llena de proyectos”, dice Liza. A menos de una hora de su llegada, después de conversar, Nereo cerró los ojos y se fue tranquilo, en paz, satisfecho. Desde entonces, como dice Liza, Nereo López sólo se marchó para continuar con el viaje que inició hace casi un siglo.

La Guajira, 1960. Nereo López
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