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Evitar, el pueblo que no olvida a la Niña Emilia

Un viaje al pueblo de Juana Emilia Herrera, la más famosa de las bullerengueras, cuya vida pronto será llevada a la televisión por Telecaribe.

El que no canta, baila; el que no baila, toca algún instrumento; y el que no los sabe tocar, entonces, los fabrica. Así es la cosa en Evitar, un corregimiento de Mahates, Bolívar, dueño de un nombre particular que vio nacer a la Niña Emilia.

A las 5:25 de una mañana, con poco sueño conciliado la noche anterior y a bordo de una camioneta, cuatro personas comenzaron la travesía hacia un pueblo poco escuchado. Evitar, Bolívar, era el destino. Su música era el objetivo.

“Coroncoro se murió tu mae, déjala morí... Coroncoro se murió tu pae, déjalo morí... Coroncoro, coronco... ay Coroncoro, coronco...” son las líneas del éxito musical que Juana Emilia Herrera hizo escuchar.

A los 51 años, esta evitarense –ese es el gentilicio de su pueblo– acaparó la atención de una disquera en Medellín que habría recibido un casete con su música y a la que en un futuro mostraría en cientos de tarimas y escenarios, frente a una bailadora audiencia, bajo el nombre que ella misma adoptó: la Niña Emilia.

Su talento, innato y característico de su procedencia, le valió para darle mejor vida a sus hijos (cinco), después de “pasar mucho trabajo vendiendo dulces” y no ser apoyada por sus padres. Además, sufrió dolores en el corazón, dolores de madre, como el que le hizo pasar uno de sus hijos que decidió hacer mejor vida en otro país, alejándose de todos sus familiares durante siete años. Él era su ‘Coroncoro’.


Stephanie (bisnieta), Antonio (bisnieto), Carlos (nieto), Nelly (hija) y Brian (bisnieto) son los familiares que continúan con el legado musical de Juana Emilia.

Un tipo de pez, aquel que pone sus huevos y los deja en el olvido, fue el apodo que recibió otro evitarense, al que más adelante se le atribuiría una canción. “Al Coroncoro, un hombre que vivía aquí en Evitar, le decían: ¡Coroncoro se murió tu madre! Y él decía: ¡déjala morí! Entonces ella pensó que Nadim, mi hermano, estaba haciendo lo mismo, porque era como si no le importara nada. Así fue que hizo el Coroncoro”, cuenta Nelly Herrera, hija mayor de Emilia.

Después de casi cuatro horas en la vía a Calamar, Bolívar, y luego de pasarpor Soledad, Santo Tomás, Ponedera y Suan, el destino había llegado. La entrada, obligatoria, era desde Mahates. En la iglesia de ese municipio esperaba Nelly, quien comenzó con la historia en la comodidad de su hogar, una casa llena de flores en Evitar, a 15 minutos de la cabecera municipal.

“Todo esto nos lo caminábamos con mi mamá”, decía Nelly, mientras me conducía a su casa. Era un sendero verde, con suelo natural, que finalizaba en una pequeña curva, dando la bienvenida, intuitivamente, a su pueblo.

Sentada en una mecedora, en el centro de lo que puede ser el patio trasero de una casa, y con gallinas, un gallo encerrado, dos perros y un par de “cojones de toro de verdá verdá” colgando del techo de paja de una pequeña choza, Nelly relata la historia de su madre. Hace algunas pausas, unas más prolongadas que otras y, en ocasiones, le ruedan lágrimas por sus mejillas, pues “es muy duro recordar el pasado”.

Dice que la adoraba. Que siempre andaba “para arriba y para abajo” con ella. Vivió con ella y la acompañó hasta su lecho de muerte. Incluso fue hasta Venezuela a buscar a su hermano Nadim, no solo para saber de él, sino para hacer feliz a su madre. Logró dar con su paradero. Le hizo escuchar el Coroncoro; Nadim volvió, pensando que su mamá, enferma, había muerto. Pero no. Ella lo andaba buscando.

Mi mamá tenía un nidito, mi papa se lo rompió...

Donde guardaba su yuca, su tripita de caracol… Así surgieron otros temas. Vivencias de su juventud guardadas en su memoria cobraron vida en la música. Una de sus canciones fue protagonista de varios titulares, ya que otra cantadora, amiga de Emilia, clamaba su autoría. Su tenacidad y seguridad le dio la valentía para enfrentarla en un tribunal para que, finalmente, se demostrara que el Pájaro picón era de la Niña Emilia.

Mi papá tenía un defecto (qué vaina), no se aprieta el calzón (se va), porque cuando va a la calle (se va), saca el pájaro picón… se va se va… se va mama, se va…

Por supuesto, la música no solo llegó a ser parte de la vida diaria de Nelly. Ella también quiso ser cantante, como Emilia, aunque pelearan por eso. “A ella no le gustaba que yo cantara, pero yo le decía que tenía que hacerlo porque, cuando ella se muriera, la que iba a seguir cantando era yo”, decía entre risas. Así fue. La autora de canciones como Cundé cundé, Currucuchucu y Mambaco falleció en 1993 por problemas de colesterol, dejando a sus hijos y a su pueblo en Evitar el legado más importante: su música.

Talento en Evitar

Nelly tuvo que esperar un tiempo  para volver a cantar. Ahora, en su casa, en la tranquilidad de Evitar, honra a su madre con el talento que le heredó.

Cuando los tambores de su grupo comienzan a sonar, niños y niñas se acercan sin preguntar. Unos se turnan en el alegre; otros, la tambora hacen vibrar. Los más pequeños bailan, mientras ella se pone a cantar.

“Catapúm, catapúm, catapúm... catapúm, catapúm, catapúm...” es el coro de su canción que lleva el mismo nombre, y que con sabrosura baila sin cesar.

Es ahora el turno para ella y, aunque a veces le confundan la voz con la de su mamá, a Nelly no le importa y canta igual. “La música fue lo más grande que mi mamá nos dejó, a mí, a mi familia y a todo el pueblo. Ella vivía enamorada de este pueblo. Y el pueblo la sigue recordando y seguro que la recordarán siempre”.

Por eso, si a alguien en Evitar le preguntan por la Niña Emilia, todos saben de quién hablar. “¡La mamá de Nelly!”, “¡la del Coroncoro!”.

Solo su hija la describe con sentimiento. Para ella fue, es, y seguirá siendo todo lo más importante que tuvo Evitar.

En el centro del patio de su casa, la hija mayor de la bullerenguera más conocida recuerda a su madre y después de un largo silencio alcanza a decir: “Yo la describo con todo. La quiero y aún la siento. Yo no la siento muerta, yo la siento viva en mi corazón”.

El pueblo donde la música no puede evitarse

“En este pueblo todos somos familia, pero la música es lo que realmente nos une”. Esto exclama Nelly luego de que varias personas vayan entrando, poco a poco, por la cerca que encierra a las gallinas que en el patio de su casa cacarean, mientras a ella le siguen haciendo preguntas.

Los músicos que hacen parte de su grupo también se asoman, todos son de Evitar. Unos más jóvenes que otros, pero todos con la misma pasión: la música tradicional de su tierra.

Uno de ellos es hijo de Juan Hernández, uno de los vecinos más cercanos a los Herrera. A solo unos cuantos pasos, bajo un inclemente sol, se puede llegar a su taller desde la casa de Nelly. Ahí, además de también vivir junto a sus cinco hijos, arma y desarma instrumentos. Su rostro se ilumina si alguno de ellos es un tambor, y su sonrisa, a medias, se asoma si es el alegre. Recuerda que a los 15 años comenzó a hacer sonar instrumentos y que hoy, con 43, se siente orgulloso de haber tocado alguna vez con la Niña Emilia, así fuera solo practicando en la casa de ella; espacio donde Guillermo Nieto también compartió con la bullerenguera.


Juan Hernández, vecino de los Herrera.

Él es un técnico, eléctrico y carpintero —como él se denomina— proveniente de Cartagena. Fabrica amplificadores de sonido desde que llegó a Evitar (hace 25 años), además de distribuir a pueblos cercanos, como Arroyohondo y Malagana, negocio que le permite mantener a su familia; su esposa y sus cuatro hijos.

 Guillermo Nieto, en su taller de picó.

Lijando una caja de picó, Guillermo hace memoria de la veces que tomaba un bus desde la capital de Bolívar, camino a Evitar, a visitar a familiares, escuchando el Coroncoro. Su madre, sin saberlo, resultó ser amiga de Emilia, razón por la que varias veces “pasaban” donde ella escuchando sus composiciones. “Así fue como la conocí”, dice el cartagenero, una frase que pone en evidencia que cualquiera que viva en Evitar conoce a la Niña Emilia; desde el que hace un tambor hasta el que fabrica un picó.

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