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Noviembre, la película inspirada en la toma del Palacio de Justicia en 1985, recrea uno de los capítulos más dolorosos de la historia colombiana desde un único escenario: un baño donde guerrilleros del M-19 retienen a magistrados y empleados mientras afuera retumba el asalto militar. La película, protagonizada por Natalia Reyes, combina ficción e imágenes de archivo para generar un poderoso efecto emocional que, lejos de ofrecer respuestas, propone una mirada contenida y profundamente humana sobre un trauma aún abierto en la memoria del país.

Con motivo de su estreno en el Festival Internacional de Cine de Toronto, hablamos con su director, Tomás Corredor, sobre los retos y hallazgos de esta arriesgada propuesta cinematográfica.

Noviembre está cargada de referentes artísticos y propone una mirada inusual como cine de acción sin recurrir a la acción espectacular. No se sostiene en influencias cinematográficas directas, sino en referencias literarias y filosóficas, y su llegada en este momento es estratégica para Colombia y el mundo.

Ante todo, felicitaciones por el estreno triunfal en el Festival de Cine de Toronto, uno de los más importantes del mundo. ¿Cómo nació la idea de hacer esta película, abordando un tema tan complejo como la toma del Palacio de Justicia?

En realidad, cuando empecé en el cine me alejé un poco de él, porque me dediqué a la publicidad, que es otra forma de vivir de las imágenes. Luego sentí la necesidad de volver y lo hice primero con un corto y algunos proyectos experimentales, pero siempre tuve el deseo de hacer un largometraje de ficción, y este tema me perseguía desde hace años. Es un acontecimiento que me marcó en la infancia y me acompañó toda la vida. Moldeó mis posturas políticas, mi manera de entender el país y fue, en cierto sentido, la forma de elaborar un trauma colectivo como es el de haber crecido en medio de una guerra. Creo que todos en Colombia compartimos ese dolor, aunque lo hayamos vivido en diferentes momentos. Por eso era necesario ponerlo sobre la mesa, explorarlo, hablarlo y buscar maneras de sanar.

¿Qué fue lo que te llevó a centrar la historia en un espacio tan reducido como ese baño?

Ese hallazgo fue clave. El baño permitía contar la toma sin necesidad de mostrar lo que ocurría afuera, porque lo que sucedía dentro reflejaba con claridad la brutalidad y el desamparo. Aunque la película parte de la humanidad de quienes estaban allí, también deja muy claras las responsabilidades tanto  del M19 como la del Ejército. No se trata de tomar partido, sino de señalar lo que pasó y poner el foco en la gente. Para mí, ese baño es una pequeña Colombia; ahí estaba la diversidad cultural, regional, económica, y también los roles de hombres y mujeres en un momento límite. Desde ese espacio podía contar lo esencial: la humanidad en medio de la guerra.

Cortesía

¿Cuáles fueron tus principales fuentes de inspiración?

Durante la investigación encontré el libro de Ana Carrigan, El Palacio de Justicia, una tragedia colombiana, que fue el primero en hablar del baño, con diagramas y testimonios. También el de Olga Behar, que aunque aborda otros aspectos, incluye una parte clave en ese espacio. Y desde lo literario apareció de inmediato Casa tomada de Cortázar. Esa obra me inspiró la sensación de un monstruo que avanza y arrincona a quienes están dentro, como la guerra que se cierne sobre los personajes.

En algunos momentos tu película me recuerdó a El hijo de Saúl. ¿Crees que puede haber un paralelo a pesar de las diferentes circunstancias?

Esa película me persigue mucho. Creo que cuando desafías las normas del cine bélico en busca de la humanidad, entiendes que en la guerra no hay vencedores, solo derrotados. No me interesa la espectacularidad de las bombas o los helicópteros; respeto a quienes lo hacen, pero es un lenguaje demasiado codificado. El hijo de Saúl me influyó precisamente en la búsqueda de la dignidad humana en medio del horror. También me marcó El hombre en busca de sentido de Viktor Frankl, que habla de resistir aferrándose a lo que sea, incluso cuando no queda nada. Esa búsqueda de dignidad es esencial en Noviembre.

Aunque parte de un espacio cerrado, el tema tiene relevancia universal. ¿Cómo crees que puede conectar con el público global?

Me parece bien que lo menciones dado que ésta no es una película de mensajes, sino de intenciones. Los mensajes son peligrosos porque tienden a imponer una posición. Yo prefiero que la experiencia te siente junto a los personajes para vivir lo que ellos viven. La violencia inesperada y brutal puede ocurrir en cualquier lugar, un palacio de justicia en Bogotá, un apartamento en Gaza, un colegio donde un niño dispara, un museo atacado por terroristas de ISIS. Esa universalidad recae en mostrarnos que la guerra y la violencia no son lejanas; pueden tocarnos a todos.

¿Cómo integraste las imágenes de archivo con la ficción?Inicialmente no estaban contempladas. Surgieron en la sala de edición, como propuesta para dar un prólogo que situara al espectador extranjero. Al principio me resistí porque no quería un inicio informativo que dijera “esto ya pasó”. Pero junto al editor Felipe Guerrero y la productora Diana Bustamante entendimos que el archivo podía usarse como recurso plástico, no didáctico. Ese fue uno de los grandes logros: hacer dialogar materiales de texturas distintas hasta lograr transparencia y reforzar la idea del monstruo de la guerra que acecha desde afuera.

¿Cómo fue el proceso de casting?

Duró entre siete y ocho meses. Vimos a casi 200 personas para elegir a 30. Trabajamos muy de cerca con Manolo Orjuela, director de casting y coach de actores. No buscábamos que los intérpretes encarnaran un personaje específico desde el principio, sino que exploraran emociones. Optamos por actores profesionales porque necesitábamos un lenguaje actoral común, casi como en una obra de teatro. Ensayamos seis semanas y filmamos cuatro, un rodaje intenso y exigente.

¿Cómo consiguieron la financiación?

Fue un camino largo. Diana Bustamante insistió en trabajar con coproductores internacionales y fondos públicos para mantener la independencia artística, sin imposiciones de productores privados. Así logramos sumar apoyos de México, Brasil y Colombia. Era imposible financiarla poco a poco porque el rodaje no podía interrumpirse. Afortunadamente, la película resonó en el ámbito internacional por esa universalidad de la que hablábamos.

¿Dónde fue filmada?

En México, aunque con talento colombiano que viajó allá. Eso respondía a los acuerdos de coproducción, pero siempre cuidamos que la película siguiera siendo colombiana.

El coguionista es argentino, ¿cómo se dio esa colaboración?

Sí, Jorge Goldemberg. Lo admiro muchísimo. Cuando gané un premio de escritura de guion, quería que él fuera mi tutor, pero por temas de salud no se pudo en ese momento. Años después se unió al proyecto y fue fundamental. Tiene una trayectoria enorme —en Colombia es muy respetado por La estrategia del caracol— y me ayudó a crecer como guionista. Desde 2013, siempre con la visión de Diana Bustamante, trabajamos para que la película creciera desde lo artístico, no solo desde la producción.

Noviembre llega a salas de cine el 2 de octubre, tras su exitoso paso por el Festival Internacional de Cine de Toronto.