Esta vez no se repitió la historia de 2004. En aquella final entre Junior y Nacional que los rojiblancos ganaban con un 3-0 conseguido en Barranquilla, los verdes empataron y remontaron parcialmente en Medellín a través del aliento de su hinchada, de su buen fútbol y de algunas argucias como incrementar el número de balones y de recogebolas para acelerar más el juego y no darle ningún respiro al Tiburón.
La estrategia funcionó, pero no contaban con la astucia del argentino Wálter Ribonetto, que convirtió el gol que forzó a la definición por tiros desde el punto penal, en la cual Junior se coronó campeón y dio la vuelta en el estadio Atanasio Girardot.
Dim, con una desventaja similar este año, pretendió desarrollar la misma marrullería, pero esta vez el técnico Julio Comesaña y el gerente deportivo Héctor Fabio Báez reclamaron enérgicamente a todas las autoridades de cancha posible y lo evitaron. No se dejaron aplicar esa ‘viveza’.
Al principio del juego, los rojos tenían nueve balones cuando el máximo permitido es siete, según la regla, y dispusieron de 14 recogebolas cuando la norma sólo permite diez.
Báez discutió con el comisario de campo, con el cuarto hombre y con delegados de la Dimayor para que hicieran cumplir la ley.
Después de los reclamos del gerente de Junior y del mismo Comesaña, las cosas se hicieron como manda el reglamento. El árbitro Carlos Betancourt también colaboró expulsando a los recogebolas que superaban sus límites de acción.



















