El Heraldo
Mireya Morales y Evelyn García conversando a las afueras del Camino Adelita de Char, en el barrio El Carmen. Orlando Amador
Barranquilla

“Nadie está preparado para recibir el Año Nuevo en un hospital”

Aunque lo habitual es pasar el fin de año en familia, hay a quienes por enfermedad, accidente o fatalidad no pueden disfrutar de ese privilegio • EL HERALDO cuentas varias de esas experiencias.

Cubierta con una sábana blanca y abrazada a su hijo, Mireya Morales recibió el Año Nuevo sobre una camilla del Camino Adelita de Char. Con los primeros minutos de 2016 las personas del pasillo, desconocidas hasta entonces, comenzaron a abrazarse; y los estruendos de los fuegos artificiales se colaron en las habitaciones.

Pero en la de Mireya predominó el desgano. De no ser por la llamada de su esposo en la madrugada, la barranquillera no se habría percatado del cambio de almanaque. No hubo sonrisas, uvas ni mucho menos brindis, solo buenos deseos y un suspiro esperanzador por la salud de su hijo de 28 años.

La tarde del 25 de diciembre de 2015, en el barrio La Paz, este decidió apagar el equipo de sonido con el que venía festejando desde el 24. Creyó que era suficiente, pero un miembro de una pandilla del sector pensó lo contrario y le propinó seis cuchilladas: tres en la espalda, dos en la mano y una en la cabeza. Según la madre, ninguna fue de gravedad.

“Me tocó dormir casi todas las noches con él. Hoy (ayer) le hacen un TAC (Tomografía Axial Computarizada) y de pronto le dan de alta. Es la primera vez que vivimos esto, nos hemos sentido muy tristes”, comentó Mireya afuera del centro asistencial, advirtiendo rápidamente que el nombre de su hijo fuese reservado por seguridad.

Los ojos hinchados y la falta de aliento revelaron su falta de sueño. Varios policías que llegaron al lugar la observaron unos minutos, mientras la barranquillera intentaba localizar un vendedor de tintos. Sin embargo, a las 6:30 de la mañana de un primero de enero es más fácil encontrar un borracho en cada esquina que un noble tintero en la calle.

A un par de pasos la observaba Evelyn García, su compañera de habitación y, al parecer, nueva amiga. Todo su cuerpo estaba inmóvil, menos los ojos que se movían rápidamente. Repasaban los gestos de Mireya y las pocas personas que transitaban por la calle 50. Esta ama de casa también recibió por primera vez el año nuevo en un hospital y lo describió como una experiencia “única, amarga, pero dada por la voluntad de Dios”.

Su esposo, Ricardo Torres, es diabético y pese a un fuerte dolor en el pecho, prefirió no ir al médico. El pasado 25 de diciembre, a las 4 de la mañana, sufrió un infarto y hoy lleva ocho días internado.

Primero fue trasladado al Paso El Pueblo y luego al Camino Adelita de Char. La habitación compartida donde son atendidos Ricardo y el hijo de Mireya tiene dos camas, dos sillas, dos mesas pequeñas, un televisor, un baño y un aire acondicionado. Un mobiliario para las visitas y la mínima comodidad de un paciente.

“No teníamos ánimo de celebrar nada. Es que nadie está preparado para recibir el Año Nuevo en un hospital, pero fue el designio de Dios y debemos aprender de ello”, indicó Evelyn, mientras Mireya caminaba hasta la esquina buscando el fortuito tinto en el sector del barrio El Carmen. Esas mismas esquinas que el 31 de diciembre estaban atestadas de familias, comida y licor, ayer en la mañana  permanecían desoladas.

Catalina Rojas fue testigo de la metamorfosis urbana desde un bordillo, frente al área de emergencias del centro asistencial donde pasó la noche.

Su sobrino de 10 meses de nacido sufrió una fractura en el craneo, luego de que otro de 9 años tropezara al cargarlo. Su hermana, madre del bebé, se alejó del equipo periodístico de EL HERALDO para no hablar del hecho, pues visiblemente sentía pena por ello.


Entrega de pacientes en el Hospital de Barranquilla. 

Cuando el reloj marcó las 12 de la madrugada, los abrazos y la histeria sellaron el momento. Los rostros felices de los residentes aledaños contrastaban con la tristeza de Catalina y su hermana. Una señora, agregó, cerca de la 12:30 de la mañana se acercó y les dio un feliz año a ambas. Aseguró que fue la única desconocida que lo hizo, mientras señalaba el rincón donde estaban ubicadas.

Precisamente en esos momentos en que el bullicio anunciaba el inicio de 2016, Mireya y Evelyn abrazaban a sus familiares en la cama y le dedicaban un par de frases  de apoyo al oído. Ninguna se levantó a desearle un prospero año nuevo a la otra, ni siquiera se dedicaron una mirada solidaria o un saludo con la mano alzada. No habían ánimos, quizás miedo, pero sí mucho sueño. Ayer, mientras comentaban sus experiencias, se les veía cordiales entre sí. Parecían amigas de toda la vida, como si la una conociera los problemas de la otra desde años atrás. Y es que si bien un hospital es un lugar donde algunas personas tienden a generar lazos de afectividad con otras por compartir padecimientos o criticar el servicio del médico de turno, es el menos indicado para pasar el fin o comienzo de año.

Ayer en la mañana, en el Hospital General de Barranquilla algunos familiares esperaban angustiados tras las rejas el diagnóstico de los aquejados. Lágrimas, manos a la cabeza y oraciones en voz baja eran parte del repertorio de los más desesperados.

“¡No estoy para más sorpresas. Voy para allá antes que joda a otro!”, vociferaba un hombre a las afueras del hospital en un celular, al tiempo que agitaba los brazos contra el aire.

Un portavoz del hospital afirmó que muchas personas que pasaron el fin de año en el centro asistencial, al no presentar gravedad en sus diagnósticos, fueron dadas de alta rápidamente en el transcurso de la madrugada. Según el Centro Regulador de Urgencias y Emergencias, CRUE, este hospital atendió el único caso de quemado con pólvora  de la ciudad por el fin de año, y se mantenía estable.

“Yo no esperaba pasar el nuevo año en un hospital, pero una intoxicación me obligó a celebrarlo con desconocidos”, afirmó Álvaro Herrera, cuando salía del centro asistencial. Sus pasos eran lentos, pero seguros. Veinticuatro horas antes este estudiante de Contaduría había ingerido tantas diferentes bebidas alcohólicas que le hicieron perder la consciencia y no podía caminar por sí mismo. Joaquín, su hermano mayor, dijo que lo más triste del hecho, además del problema de salud, es que su hermano no pudo despedirse su padre quien salió a primera hora de la ciudad por negocios y vuelve en tres meses.

“La gente para esta época debe pensar más en sus seres queridos. No sé, como  tener más cuidado. Son fechas especiales porque son para estar en familia”, argumentó Joaquín al subir a la moto a su hermano.

En la puerta del Camino Adelita de Char, Evelyn comentó que el tratamiento de su esposo requiere el próximo lunes un cateterismo, por lo que su instancia en el centro de salud se extenderá por más días. Mireya en cambio no pudo esconder su alegría al contar que entre ayer y hoy le podrían dar de alta a su hijo.

Mientras entrelazaba los dedos de sus manos y miraba a su vecina de cuarto, advertía que no le desea vivir esta experiencia a nadie.  Lanzó una última mirada a  los alrededores del Camino y convenció a Evelyn de volver a la habitación. No consiguieron el tan deseado tinto, pero al menos volvieron con una sonrisa porque  verían nuevamente a sus seres queridos. 

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