El Heraldo
Kelvin Lara Lubo, joven polonuevero de 23 años, toma su micrófono y da rienda suelta a su voz, desde la plaza principal de Polonuevo, municipio del Atlántico. Luis Felipe De la Hoz.
Cultura

La única ópera que entona Polonuevo

Mientras este pequeño municipio se mueve al ritmo de vallenato, salsa y música urbana, Kelvin Lara forja una carrera en el canto lírico.

La primera vez que Kelvin Lara Lubo cantó en público, cantó tan horrible que todos sus amigos se rieron de él. Un barítono con tesitura de tenor, amante de la música clásica en secreto, convivía entre compañeros del colegio que solo le hubiesen seguido la pista si cantaba reguetón. Así que entonces, sin importar los nervios de escuchar su voz amplificada, de tener un micrófono en mano, ante tantas personas por primera vez, Kelvin hizo a sus 16 años el único intento de hacer un rap en público. Ese día lo describe como “todo un desastre”.

“Lo hice muy mal. Todos se burlaron”, recuerda Kelvin, quien a esa edad lo menos que le interesaban eran los beats de reggae sobre bases de rap. En cambio, pasaba horas escondido en el patio de su casa cantando las canciones de José José e interpretando los grandes temas de la música clásica.

Esa voz, que ahora es calificada como una de las promesas del canto lírico en Colombia, permaneció tan anónima que cuando Kelvin se decidió a volver a cantarle a su pueblo en el primer concurso de talentos que se enteró realizaría el municipio de Polonuevo, en el departamento del Atlántico, muchos esperaban volver a reírse de él.

Esa noche de 2011, el equipo de amplificación y el ingeniero de sonido encargado era el mismo hombre de aquella presentación “desastrosa” del colegio. Pero esta vez Kelvin interpretaría la música que casi nadie —salvo algunos familiares— sabía que podía cantar. Incrédulos, sus padres optaron por una ubicación lo más discreta posible, casi en la última fila, arriba del sardinel de una casa.

Sus amigos, por el contrario, ocuparon los primeros lugares. Incluso le alcanzaron a advertir que volvería a pasar pena y que su expectativa era burlarse otra vez, pero lo que ocurrió esa noche en un pueblo en el que no suena la música de Plácido Domingo ni de Andrea Bocelli, fue lo que hizo que Kelvin ganara el mismo concurso de talentos de su pueblo no una ni dos ni tres veces… sino cuatro, con un género que nadie más se atrevía a interpretar.

Al menos en este primer concurso de talentos en Polonuevo, los 22 participantes que participaban con él apostaban por cantar vallenatos, salsas, rancheras, lo más popular de Selena y de los géneros urbanos, que suelen ambientar las fiestas y las esquinas del municipio, o quizá de cualquier pueblo del Caribe colombiano.

¿Ópera? A Kelvin lo pusieron de último en la programación, hasta que dejó silenciados a todos mientras disparaba hacia el cielo el Por ti seré de Il divo y el Ave María en el latín que aprendió en dos meses a través de un curso virtual exprés.

“Como todos aplaudían, mis papás comenzaron a acercarse más para escucharme y desde allí yo no he dejado de cantar”, cuenta Kelvin, que pasó de ser reconocido en su pueblo como el adolescente que mariposeaba por ahí con un canario en el hombro, a ser el rostro de la ópera en su municipio y uno de los mejores en el departamento.

Como no podía ganar más concursos en el mismo pueblo, Kelvin comenzó a darse a conocer en todo el Atlántico. Triunfó en el Festival de la Canción en Baranoa, en el Yo me llamo de Santo Tomás, en el Festival de la Canción de Palmar de Varela, en El Show de Ley Martin, en el Intercolegial de Sabanagrande, entre otros eventos intermunicipales.

“¿Cómo resultó ser cantante lírico?”, es una de las preguntas que más le hacen a Kelvin cuando dice que es nacido en Polonuevo, como si ese pueblo no fuese capaz de aportarle a un país una voz única que conmueva por su amplio rango vocal al estilo de los más legendarios tenores de la historia de la ópera.

La explicación que él le encuentra está en la vena musical de su familia, de la que se desprende un saxofonista, trompetista, clarinetista, percusionista, pianista y que además tiene una herencia del nominado al Latin Grammy, Juventino Ojito, quien es primo hermano de sus padres, ambos con el mismo apellido.

“Nos faltaba el cantante de ópera”, bromea el polonuevero.

El cantante de música lírica Kelvin Lara Lubo y su grupo Il Polo durante su primer concierto en La Aduana. Luis Felipe De la Hoz

Nuevos caminos

Después de recorrer el Atlántico, a Kelvin le llegó la hora de buscar nuevos horizontes. En 2014 se puso como propósito el Concurso Nacional de Ópera Lírica que se celebraría en el emblemático Teatro Amira de la Rosa, puerto de óperas y zarzuelas. Ese año cayó en cuenta de que, aunque su talento era empírico, necesitaba aprender a leer partituras, que no sabía ninguna escala musical, ni mucho menos qué era un do, re, mi.

De todos los participantes, entre esos la barranquillera Daniela Mass, él era el único sin, como mínimo, un certificado de “algo” en música. Además, el único en camisa y jeans, pues el resto llevaban trajes enteros y muy elegantes. 

Pese a todas las desventajas, Kelvin quedó entre los nueve finalistas.

A partir de ahí no dejó de tocar puertas en más y más concursos, en todos los que podía participar.

Ingresó a estudiar Música en la Universidad del Atlántico y comenzó a forjar una carrera como cantante lírico. A representar al Caribe en concursos, participar en eventos especiales, hacer amigos, contactos, grabar canciones y salir del Atlántico. Fue a la Feria de las Flores de Medellín, del Café en Manizales y exploró las calles de Bogotá, donde en solo tres días recaudó, con su voz, cerca de 800 mil pesos.

Por supuesto, no todos los pasos que Kelvin ha dado han sido en tierras fértiles. Su sueño de llegar al America’s Got Talent y de ir a Estados Unidos se vino abajo cuando nunca pudo obtener la visa de viaje.

“Era mi mayor sueño y había perdido todas las esperanzas porque solamente ir a Bogotá significó un esfuerzo económico muy grande”, cuenta.

Sabía, de todas formas, que ese no era el final de nada. Más bien el comienzo de mucho. Uno de los hobbies de este joven ha sido estudiar desde su casa la vida y obra de quienes más admira: Luciano Pavarotti, Plácido Domingo, 

José Carrera y Andrea Bocelli. En esos momentos en que algo no le funciona, recuerda que “a ellos les ha tocado mucho más duro”. “Yo no he vivido nada”, dice.

Más tarde tendría otra frase para recordarse a sí mismo. En un encuentro con el maestro Alci Acosta en su casa, este le dijo que quizá su futuro no estaba en Estados Unidos, que mejor pensara en algo más grande: Europa.

“Mi gran sueño ahora es viajar a Italia para estudiar en Roma, en el conservatorio de Luciano Pavarotti”, expresa Kelvin, que trabaja en reunir suficiente dinero para costear su salida y poder presentarse a las audiciones en la capital italiana.

No tiene claro cuándo pueda ocurrir, pero ruega por 2019. Años atrás, cuando intentaba hacer raps, cuando le temblaban las manos tras un micrófono en Polonuevo, no pensó que llegase a estar tras una meta como esa. Menos verla tan “posible”. La noche del primer viernes de este diciembre tuvo su primer concierto de canto lírico en La Aduana, en el Auditorio Mario Santodomingo. No será el Teatro dell’Opera, pero le recordó su sueño de cantar en Roma.

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