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Lucy trabaja como casamentera de élite en Nueva York. Es elegante, fría y eficiente. Le pagan por encontrar el “match” ideal para millonarios de Wall Street que buscan al “partner perfecto” como quien busca una casa en los Hamptons o un Tesla último modelo: todo se reduce a valor de mercado.

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Pero el día que Lucy se reencuentra con John (Chris Evans) —su ex de los años universitarios, ahora camarero en apuros y actor sin suerte— algo en su fachada se resquebraja. Y entonces aparece Harry, un millonario encantador (Pedro Pascal) que parece hecho a la medida. ¿Qué pesa más: el amor que una vez fue o la estabilidad que siempre quiso?

Esa es la pregunta central de ‘Amores materialistas’, el segundo largometraje de Celine Song (‘Past Lives’), quien esta vez se lanza con una comedia romántica moderna que, como ella misma dice, “desarma el género solo para volverlo a armar desde cero”.

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“Lo que yo quería era hablar directamente de las citas, de lo que significa buscar el amor hoy. Sin metáforas ni escapismos. Sin romantizarlo todo. Solo la verdad”, asegura Song en las notas de producción.

Atsushi Nishijima/Cortesía A24

La matemática del amor

Inspirada en los meses en que trabajó como casamentera en la vida real —cuando aún era una dramaturga que luchaba por sobrevivir en Nueva York—, Song convierte esa experiencia en una película que parece una romcom al uso, pero que en realidad lanza preguntas incómodas y certeras sobre cómo el capitalismo ha invadido también el terreno de los afectos.

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“Estaba rodeada de gente que hablaba del amor como si fueran inversiones”, recuerda la directora. “Era como estar en la Bolsa de Valores, pero con corazones”.

La protagonista, interpretada por una formidable Dakota Johnson, encarna esa contradicción. Como dice Song, “Lucy es alguien que cree que no vale nada, pero se muestra al mundo como la versión más valiosa de sí misma”.

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Para Johnson, ese papel fue irresistible: “Lucy tiene tantas capas… es diferente con cada persona, un verdadero camaleón. Y entonces te preguntas: ¿cuál de todas esas versiones es la verdadera? Eso fue lo que me atrajo del personaje”, dice la actriz.

El triángulo imposible

En medio de la sofisticación de su mundo, Lucy tropieza con John (Chris Evans), su exnovio, quien le recuerda otra versión de ella misma, más vulnerable, menos cínica. Evans, que interpreta a un actor en apuros que sobrevive como camarero, lo describe así: “Él vive con roommates, no tiene un peso, pero está profundamente enamorado de Lucy. No sé por qué están conectados, pero hay personas que simplemente funcionan como imanes. Son con las que comparas a todo el mundo”.

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El tercero en esta ecuación es Harry, interpretado por Pedro Pascal: un príncipe moderno, exitoso, guapo, educado y con cuentas bancarias que quitan el aliento. Es el sueño de cualquier cliente de Lucy. Pero, para sorpresa de ella, él está interesado en Lucy, no en sus servicios.

Pascal, siempre encantador, asegura que pensó en íconos como Harrison Ford en ‘Working Girl’ o George Clooney al preparar el personaje. Pero lo que realmente importa, dice Song, es que “Harry no fuera un villano ni una caricatura. Por eso necesitaba a alguien como Pedro, alguien que pudiera mostrar una ternura sincera detrás de todo ese traje a medida. Pedro es como una herida abierta. No puedes evitar amarlo”.

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Atsushi Nishijima/Cortesía A24

El mercado del amor

La película se mueve entre los códigos de una romcom neoyorquina y una radiografía despiadada del amor en tiempos de algoritmos, filtros de Instagram y aplicaciones de citas. “Estamos viviendo un momento donde todo se optimiza: el cuerpo, la mente, las finanzas… también el amor”, reflexiona Song.

Hay momentos en los que Lucy y Harry discuten su posible relación en términos de ROI (retorno de inversión), como si hablaran de una fusión empresarial. Es frío. Es aterrador. Y, sin embargo, profundamente reconocible.

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“La película es sobre cómo sobrevivir al amor en medio de esa economía emocional. ¿Cómo encuentras a alguien con quien envejecer cuando todo el mundo te trata como un activo?”, plantea la directora.

Esa tensión se explora sin caer en el cinismo. Porque lo sorprendente de Amores materialistas es que, pese a su crítica feroz, sigue creyendo en el amor.

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“Yo sé que el amor existe porque lo he visto, lo he vivido. Y por eso sigo creyendo. Incluso si se acaba, eso no borra que fue real”, dice Song.

Atsushi Nishijima/Cortesía A24

Un espejo incómodo

Más que una historia de amor, ‘Amores materialistas’ es un espejo. Nos muestra cómo hablamos del amor, cómo lo vendemos, cómo lo deseamos y cómo lo deformamos. Desde esa óptica, la película no se burla del género romántico. Lo toma en serio.

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“Hay algo absurdo en que las comedias románticas se traten como cosas frívolas, como ‘cosas de chicas’“, dice Song. “Pero las películas de guerra o los dramas violentos no reciben el mismo trato. Y sin embargo, ¿qué género afecta más profundamente nuestras vidas? El amor moldea nuestra percepción de nosotros mismos, de nuestras relaciones, de lo que creemos merecer”.

Y eso es lo que hace que ‘Amores materialistas’ funcione: no se trata solo de elegir entre dos hombres. Se trata de confrontar una verdad incómoda: que todos, incluso los más escépticos, seguimos queriendo creer en el amor, aunque nos vendan que el “amor real” tiene que venir con etiquetas de diseñador.

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En palabras del personaje de Harry en su discurso de boda: “El amor es el último país, la última religión, la última ideología”.

Y quizás por eso todavía estamos dispuestos a cruzar el desierto emocional de las citas por internet, las apps, los “me gusta”, los silencios y los matches falsos, con la esperanza de que, del otro lado, nos espere alguien que no nos vea como una inversión… sino como una historia que quiere vivir.

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