La película se llama Oppenheimer, pero en realidad es una lección para todo el que tenga dos dedos de frente sobre un hombre de mente tan poderosa, intelectual y espiritualmente que fue capaz de reconocer que el invento que lo había hecho famoso, la bomba atómica, se convertiría en un arma de destrucción masiva, que mataría a miles de culpables e inocentes por igual.
En Los Álamos, el espacio que la Comisión de Energía Atómica le concedió para construir su laboratorio, se produjo la primera prueba de la explosión de una bomba atómica y las palabras de Oppenheimer “me he convertido en la muerte, el destructor de mundos”.
El factor Hitler entra en juego, ataca a Londres con misiles dirigidos, y poco después a Polonia y desata la carrera en EE. UU. para producir un arma capaz de hacerle frente al terror nazi.
Oppenheimer, quien lucha por divulgar la teoría cuántica y consciente del poder de su invento, trata de convencer a los poderosos de la época de formar una asociación internacional de países que controlarían el uso de la bomba (Harry Truman y Cía). Después de Hiroshima y Nagasaki, que acabaron con la guerra del Pacifico en 24 horas, no habría manera de convencer a los americanos de que la bomba no era del uso exclusivo de los Estados Unidos.
La película es un logro brillante en términos formales y conceptuales y totalmente absorbentes. Nolan, que es un experto en términos monumentales (Dunkerke 2017), tampoco olvida los términos que sellaron la ciencia desde entonces: fisión (división en partes) y fusión (unión de elementos).
La estructura de la película está dividida en secciones reveladoras. La mayoría en colores exuberantes, otras en blanco y negro de alto contraste (cuando atacan a nuestro héroe). Oppenheimer era judío, y los científicos más brillantes de la época, que trabajaron con él, eran judíos. Einstein, Niels Bohr, Eisenberg, Max Planck.
Sin embargo el genio de Oppenheimer, su reputación internacional, el servicio a su país, durante la guerra, no pudieron salvarlo de la astucia política de los vendedores de zapatos, de la mezquindad y el antisemitismo disfrazado del terror rojo.
Quiero sugerir a los padres y madres de familia con hijos mayores de diez años que compartan con ellos esta película. Es la generación que tal vez ayudará a salvarnos del cataclismo nuclear que nos espera.