Trump cruza otra línea roja y amenaza ahora con dirigir su operación antinarcóticos ‘Lanza del Sur’ contra Colombia por la producción y tráfico de drogas hacia Estados Unidos. Este anuncio, que convertiría a nuestro país en el nuevo blanco militar de Washington, no debe ser subestimado ni respondido con una insensata arremetida verbal que nos ponga aún más en la mira de los ataques por tierra, que el mandatario asegura ordenará “muy pronto” para acabar con los narcotraficantes de Venezuela, a quienes calificó como “hijos de perra”.
Era cuestión de tiempo para que Trump endureciera su discurso bélico contra Colombia, otrora aliado estratégico de EE. UU. en la región; hoy reubicado en la inquietante categoría de potencial enemigo. Demasiadas señales, cada una más evidente que la anterior, desde la cantada descertificación en la lucha antidroga por los precarios resultados del Gobierno hasta la inclusión de Petro y su círculo más cercano en la Lista Clinton, pasando por las acusaciones de que el mandatario era “un líder del narcotráfico”, anticipaban que la Casa Blanca terminaría por equipararnos con la dictadura de los ‘Soles’ que manda en Venezuela.
La respuesta del jefe de Estado, que considera el anuncio como una “declaración de guerra”, corrobora la gravedad de la situación. Más allá de la carga política que la amenaza de Trump trae implícita, conviene que Petro entienda —por el bien de Colombia— que el momento requiere cabeza fría, coherencia diplomática e institucional para encarar la retadora actitud del republicano que actúa al margen de las convenciones internacionales y se muestra dispuesto a normalizar el uso de la fuerza en la región en su guerra abierta contra las drogas.
En un escenario tan riesgoso resulta imprescindible que el Gobierno colombiano proceda con responsabilidad de Estado y contención diplomática. Cualquier error de cálculo podría desatar una escalada regional sin precedentes, con desplazamientos internos, retaliaciones de sus distintos actores, crisis fronterizas o nuevas diásporas. La lógica maximalista de la Casa Blanca le exigirá al gobierno Petro, en su recta final, un esfuerzo para no desbordarse.
La situación del vecino no ayuda. Literalmente, la incertidumbre sobrevuela Venezuela. La decisión unilateral de Trump de convertir su cielo en el nuevo instrumento de presión contra Maduro, tras declararlo “cerrado en su totalidad”, aisló aún más al régimen. Pero también puso contra las cuerdas a miles de personas que se quedaron varadas y sin retorno.
Es evidente que el cierre de facto del espacio aéreo, con sus efectos de disuasión que elevan el costo de supervivencia del régimen, apuntala la estrategia del republicano para justificar sus operaciones. Se ha confirmado que el pasado viernes 28 expiró el ultimátum que Trump le dio a Maduro para abandonar el poder, comunicado en el intento de negociación directa, durante la llamada de una semana atrás. Finalmente, la Casa Blanca no aceptó las condiciones del dictador, que había solicitado garantías de impunidad, blindaje ante causas penales y protección para su círculo familiar y militar. Al vencerse el plazo, el camino de una salida negociada, a instancias diplomáticas, se habría cerrado para priorizar el cerco militar.
En consecuencia, el horizonte resulta complejo e impredecible. Trump, con sus decisiones sobre Venezuela y sus amenazas contra Colombia, intenta reordenar el tablero geopolítico regional. Este es un pulso de poder con el que la Casa Blanca exhibe gran fortaleza, porque sin duda la tiene, para que el resto de las naciones latinoamericanas queden curadas de espanto y dispuestas a recalibrar su política exterior, en aras de la diplomacia transaccional para no ser arrastrados por un huracán que no es posible enfrentar ni pasar por alto.
¿Cuál es el margen de negociación que aún le queda a Maduro en este escenario volátil? ¿Cuáles son los siguientes pasos que debe dar Colombia? Las respuestas se hacen esquivas. Lo cierto es que en una increíble paradoja de la historia, los destinos de ambas naciones vuelven a estar ligados, pero esta vez -me temo- no se vislumbra en el camino a ningún libertador, por muy presidente del pueblo elegido democráticamente que sea, capaz de conjurar las amenazas lanzadas por Washington, decidido como está a aumentar la presión.






