La majestad representada por un Presidente de Estado se ha perdido. Para el pueblo soberano, la percepción del ejercicio presidencial no es la mejor, generalizadamente considera que cualquier perico de los palotes puede ser presidente en Latinoamérica.

La verdad es que el material, contextura, intelecto y talla moral, de un Presidente de Estado, deben ser las mejores. Sin embargo, para desventura de los estados latinoamericanos muchos de sus presidentes son opacos, del peor material humano, sin contextura en sus personalidades, escasos de mente y enanos morales.

Entonces, considero que los candidatos presidenciales deben pasar previamente la “prueba del oro”. Sí, aquella traída para la ocasión por el Eclesiastés, que plantea: “El oro se prueba con fuego y el hombre se prueba con oro”.

El oro significa: pureza, valor, dignidad, superioridad y majestad, propios de la figura presidencial. El fuego históricamente representa la fuerza de purificación e integración humana.

Es decir, los candidatos previamente a ser votados por el ciudadano deben ser probados objetivamente en sus pasiones, principios morales, intelecto y prospección. Una buena manera de hacerlo simbólicamente es con oro, dinero o plata.

Para ello, su trayectoria pública, familiar, comercial, industrial, académica y personal, deben ser sometidas a prueba de fuego, no es más que examinar cual ha sido su comportamiento con el “oro público”, el erario o hacienda pública, seguramente al terminar el ejercicio, nos sorprenderemos como morimos de decepción, al patentizar mayoritariamente el mal material humano, que se nos presenta como candidatos a Presidente de Estado.

No hay duda, también es importantísimo escrutar la vida familiar de los candidatos, bajo los mismos parámetros del “fuego y oro”. Porque si bien es cierto “no existen delitos de sangre”. No es menos cierto, que el ciudadano no tiene porque cargar con el lastre delictivo e inmoral familiar del candidato.

La majestad de un presidente se gana por la transparencia familiar y personal, expuestas a lo largo de su vida, logros, ejecutorias, intelecto y personalidad. Al contrario, la majestad de la presidencia se pierde por: elegir a candidatos “defectuosos”, en su material humano, carentes académica, intelectual y emocionalmente para el ejercicio del cargo, y también, llevando a la primera magistratura del Estado a un ser corrupto.

En Latinoamérica pareciera últimamente que el único requisito exigible para ser Presidente de Estado u ostentar cualquier cargo público es ser corrupto. Además, adornar su trasegar personal y familiar con faltas al ordenamiento jurídico, en cualquiera de sus aéreas.

La explicación diáfana de tan aberrante situación consiste en falta de: educación, pobreza y cultura política, carencias que hacen del pueblo una presa fácil, que no sabe elegir ni es consciente del valor de su voto.

Todos somos responsables con nuestro voto en devolverle la majestad a la institución Presidencial del Estado. Siendo así las cosas, debemos ser probados nosotros mismos con “Fuego y Oro”.