Lo más importante de la política es la gente. Suena obvio, pero parece que cada día lo olvidamos más. La política se volvió un ring donde lo único que cuenta es ganar, aunque la victoria se lleve a la gente por delante. Y no es solo aquí. Pasa en Argentina, Estados Unidos o Europa. La lógica es la misma: el poder impone sus políticas sin medir si funcionan, y la oposición, en vez de corregir o proponer, bloquea todo lo que venga del otro lado. Al final, no importa el resultado, importa quién firma la idea. Como si el fracaso de un gobierno no fuera también el fracaso de todo un pueblo. Ese es el verdadero veneno.

Colombia es prueba clara de cómo la pelea política se impone sobre lo que la gente necesita. Por ejemplo, las encuestas repiten que la principal preocupación de la gente es la seguridad. Pero el Gobierno, en lugar de aceptar que la “Paz Total” no funciona, insiste en defenderla con discursos. Como si la teoría quitara el miedo de salir a la calle y ser robado, de abrir un negocio y ser extorsionado, de ser un soldado y terminar secuestrado. Evidentemente no interesa la seguridad, sino sostener la imagen del Gobierno rumbo a las elecciones del 2026.

En salud también lo vemos: sabemos que el sistema necesita cambios urgentes, pero en lugar de consensos, el Gobierno sigue hundiendo el sistema y la oposición, que podría proponer algo mejor, se queda quieta. Prefieren que todo colapse para culpar a Petro, aunque en el camino millones de pacientes se queden sin citas, sin tratamientos y sin esperanza. Otra vez, la gente es la que paga la factura.

Lo mismo ocurre con la forma de gobernar. Lo importante deberían ser los resultados para la gente, pero es imposible lograrlos si los ministros se vuelven fichas de cambio. El episodio del magistrado lo mostró: perdió el candidato del Gobierno y tres ministros volaron. No es nuevo ni exclusivo de este Gobierno; siempre ha sido así, gabinetes usados como botín político. Pero mientras ellos juegan a las movidas políticas, los problemas del ciudadano siguen intactos.

Y no, no es ingenuidad pedir otra cosa. Es puro sentido común, políticos con verdadera vocación de poder. Cuando hay resultados, la gente lo reconoce y es difícil que alguien te derrote. Lo vemos en el ejemplo de Barranquilla: se ven y se valoran los resultados, por eso se apuesta por la continuidad. Mientras todo siga girando alrededor de egos y cálculos, nada se consolida y nos quedamos en promesas repetidas, discursos cansones y un carrusel de funcionarios, que no cambian la vida de nadie.

La política no debería ser un ring para definir quién toma las riendas. Debería ser sobre acordar lo suficiente para que el país avance. El día que entendamos que el objetivo no es ganarle al otro sino dejar un mejor país para nuestros hijos, la política dejará de ser ruido y volverá a ser lo que debería: liderazgo al servicio de la gente.

@miguelvergarac