Hay alegrías que son indescriptibles y luego están las que producen los títulos de Junior. En el Manuel Murillo Toro de Ibagué, el amor eterno de Barranquilla, la bella, alzó su undécima estrella.
Pero como todo lo del pobre es robado, no faltan los ardidos que dicen ahora que el Tolima no fue un digno rival de los tiburones. ¿Habrase visto semejante desfachatez? ¡Si a Junior le tocó el cuadrangular más jodido de las finales! Sin embargo, partido tras partido, rival tras rival, demostró que le sobraban méritos futbolísticos para arrancar con el pie derecho, obtener los resultados que necesitaba y, lo más bello de todo, protagonizar remontadas épicas que aún estremecen a los hinchas que sufrimos, como nunca y como siempre, en los ya célebres juegos contra Nacional y América, en los que volteó marcadores en su contra.
Así que no es justo que se diga que tuvo la suerte del campeón: ese es un argumento de malos perdedores. Este título —festejado en grande por el juniorismo— es el resultado de un trabajo silencioso, sacrificado, en unidad y armonía, como lo reconoce la misma afición, liderado por el técnico uruguayo Alfredo Arias, arquetipo de experiencia, pragmatismo y garra charrúa, quien —en su primera temporada con el ‘Tiburón’— ya grabó su nombre en las gloriosas páginas del cuadro rojiblanco. Para él, la gratitud de una hinchada apasionada, como pocas, que tantas veces lo ha encarado en el ‘Metro’ y que hoy aplaude su conquista.
De principio a fin, la ruta hacia la undécima estrella fue una verdadera gesta marcada por una fe inquebrantable en cada paso. Desde las victorias iniciales que nos catapultaron a un solitario liderato hasta las derrotas pendejas en las que el equipo hizo el ridículo, como con Millonarios en Bogotá, Junior supo brillar, mantenerse humilde cuando llegaron las dudas y fuerte cuando aparecieron las adversidades. En todo ello reside la clave de su nuevo logro.
La final ante el Tolima quedará en la memoria del juniorismo como una demostración de jerarquía y convicción. Dos partidos, dos victorias, en particular el apoteósico triunfo en el ‘Metro’, un global contundente y una rotunda certeza: Junior es campeón indiscutido. Incluso jugando con diez hombres durante buena parte del partido de vuelta en Ibagué, el equipo no perdió el orden ni el alma. Resistió, luchó y respondió con buen fútbol y carácter.
En el centro de esta historia con final feliz aparece José Enamorado, figura determinante, símbolo del dulce momento que hoy saborea el equipo, autor de goles claves y dueño de una serenidad que silenció estadios y encendió celebraciones. A su lado, Didier Moreno, capitán y faro, encarnó el liderazgo sacrificado de quien ordena, respalda y sostiene al grupo cuando más lo necesita. Ellos, junto a un plantel comprometido y generoso, en el que destacaron Silveira, Báez, Peña, Celis, ‘Tití’ Rodríguez, Chará, Paiva y el incombustible Teo, comprendieron que ganar también es abrazar a su compañero, cerrar filas y jamás rendirse.
Ahora bien, la estrella once del Junior no solo se levantó en la cancha, se forjó en la tribuna, en las calles de Curramba, en la ilusión de una hinchada que empujó al equipo, con pasión infinita. Este título también es de la gente, del juniorismo, que se desvive por su equipo, que cree en él y convierte cada partido en una declaración de amor, pertenencia e identidad.
Con su respaldo masivo, la afición barranquillera ratificó su grandeza. No solo convirtió al ‘Metro’ en una caldera que descrestó a la encopetada prensa deportiva capitalina, también alentó sin condiciones, acompañó, rodeó a los jugadores y, al final de esta cruzada colectiva, celebró con ellos —convencida como lo ha estado siempre— de que Junior, tu Papá, manda.
No cabe duda de que Junior es patrimonio emocional de Barranquilla. La ciudad está alegre, se siente representada en el espíritu solidario, combativo, echao pa’lante, que demostró el equipo en la Liga II-2025. Es tiempo de ovacionar, con el legítimo orgullo que nace de las realizaciones compartidas, la constancia, trabajo y coherencia de los 28 futbolistas que se coronaron campeones y de la hinchada, con la que caminó unida hacia su undécimo título.
Hoy el fútbol nos adelantó la Navidad y, de paso, el Carnaval. El ‘Tiburón’ ha vuelto a tocar el cielo con la merecida estrella que ya adorna su escudo e ilumina a la Arenosa entera. Así que gózala, Barranquilla. La once, otro sueño cumplido, ya es eterna. Micaela, a tu memoria.







