En Colombia, el próximo 13 de septiembre celebraremos el Día del Amor y la Amistad. Una fecha que suele girar alrededor de regalos, flores y encuentros sociales. Sin embargo, más allá de la celebración externa, resulta oportuno preguntarnos: ¿cómo está nuestro amor propio?

El amor propio no es una moda pasajera ni un eslogan motivacional. Es un ejercicio diario que nos invita a reconocernos como seres valiosos, con luces y sombras, virtudes y limitaciones. Implica aceptar nuestra historia, nuestros logros y también nuestras heridas. El reto está en cultivarlo en un contexto donde los filtros digitales y los discursos superficiales distorsionan el autoconcepto, empujándonos a comparaciones dañinas que generan frustración y desconexión de lo esencial.

Vivimos en un mundo que premia lo inmediato y lo aparente, y castiga la vulnerabilidad. La profundidad de las emociones y el análisis de los sentimientos parecen quedar relegados. Nos hemos acostumbrado a correr detrás de metas externas: dinero, éxito, reconocimiento, sin detenernos a fortalecer nuestro mundo interior. El resultado es una generación más frágil emocionalmente, con dificultades para tolerar la frustración y aprender de las experiencias dolorosas.

Y es que el amor propio también se construye en la adversidad. No basta con repetir frases de autoayuda frente al espejo; se trata de darle sentido al dolor, transformar las pérdidas en aprendizajes y reconocer que los sueños no alcanzados no nos convierten en fracasados, sino en seres humanos en construcción.

Como psicóloga, observo que gran parte del malestar emocional nace de expectativas irreales: esperar que todo salga de acuerdo a nuestros deseos, que todo esfuerzo debe traer recompensa inmediata, que el amor romántico lo solucionará todo. Cuando esas creencias se derrumban, la frustración es devastadora. Ahí el amor propio cumple un papel fundamental: nos recuerda que nuestro valor no depende de lo externo, sino de la capacidad de sostenernos de pie en medio de la tormenta.

Otro obstáculo frecuente es la dificultad para priorizar lo esencial. La vida moderna nos empuja hacia una carrera sin pausa en la que confundimos lo urgente con lo importante. Nos perdemos en la búsqueda de validación externa y olvidamos aquello que nutre realmente el espíritu: la calidad de las relaciones, el tiempo para nosotros mismos, el cuidado de la salud, el silencio reparador. El amor propio implica poner límites, decir “no” cuando es necesario, y elegir espacios que nos fortalezcan en vez de desgastarnos.

De cara a esta fecha simbólica, el llamado no es a rechazar las expresiones de afecto hacia otros, sino a equilibrarlas con un amor sano hacia nosotros mismos. Porque difícilmente podremos ofrecer amistad genuina o un amor sólido si nuestra relación interna está quebrada.

El amor propio es, en última instancia, un compromiso con la autenticidad. Requiere valentía para quitarnos máscaras, humildad para aceptar nuestras heridas y disciplina para cuidarnos cada día. Que este 13 de septiembre, además de celebrar el amor y la amistad, recordemos que la relación más duradera de nuestra vida es la que tenemos con nosotros mismos.

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