Yo tenía siete años cuando la violencia política tocaba fondo en Colombia. No entendía mucho. Era algo lejano, como una nube oscura que uno apenas miraba por televisión. Esta semana, tras el atentado contra Miguel Uribe, un familiar, generalmente muy tranquilo y de centro izquierda, me soltó: “aquí lo que toca es darle bala a todo el mundo”. Me quedé frío. Nunca le había escuchado algo así. Y ahí me golpeó el tema: si él, siempre moderado, está diciendo eso, algo se quebró.
Lo que pasó fue gravísimo. No solo por el atentado, sino lo que vino después: amenazas a familias del Gobierno y de la oposición; nadie bajando el tono y todo exacerbándose. Así es como los países caen al abismo, y nosotros en particular, ya estuvimos ahí. En los 80 y 90, la delincuencia, el narcotráfico y los intereses oscuros se tragaron a una generación que nunca aprendió a perdonar. Hoy, en medio del miedo, dolor y rabia, si no hay liderazgos serenos, repetiremos el pasado.
Por eso creo que fue un error que el Congreso no asistiera a la reunión convocada por el Gobierno. En este punto no se trata de estar de acuerdo, sino de abrir canales. Escuchar las cosas así no nos gusten y decirse las verdades de frente. Porque si no hay un escenario para bajar los ánimos, todo sube y gana la violencia.
El Gobierno también cae en una serie de errores; en vez de liderar al país como le corresponde y ser ejemplo de serenidad, saca un decreto de consulta y lo adorna con una frase peligrosa: “lo retiro si aprueban la reforma como yo quiero”. Eso no es liderazgo; es chantaje. Y ahora lanza otra bomba: una constituyente. ¿Creen que van a lograr unir al país con una constituyente cuando tienen una desaprobación del 60-70%? Como si eso no necesitará una confianza total en el gobierno que la promueve.
Aquí está la papaya política para los que piensan diferente al presidente. La narrativa se le está acabando. Y, si la contraparte muestra grandeza, seguro nos sacarán de esta época oscura: grandeza demostrando que sí es posible defender lo que nos une, que la democracia no es para servirse, sino para servir y que las instituciones se respetan. Ocho partidos se unieron para demandar el decreto y esa es la respuesta que el momento exige; ojalá todos se unan. Ahora el Congreso debe aprobar la reforma laboral para la gente, no para el Gobierno, y el Consejo de Estado debe actuar, porque lo que hizo el presidente fue una pataleta institucional que no puede quedar impune.
La gente, el pueblo, este domingo tiene que marchar. Pero no desde los partidos, ni con políticos oportunistas. Esta debe ser una marcha silenciosa, sin dueños, sin logos, sin cálculos. Un rechazo claro a la violencia y una defensa serena de la democracia. Porque Colombia necesita menos caudillos y más ciudadanos valientes. Todavía estamos a tiempo de hacer algo distinto. Pero alguien tiene que liderarnos serenos, para abrazarnos y alejarnos del abismo.