Dale duro a ese tambor y acabalo de rompé
Dale duro a ese tambor y acabalo de rompé
que si Adolfo te pregunta dile que yo te mandé.
El tambor dejó de sonar y la voz de Adolfo Maury se quebró mientras luchaba contra sus lágrimas.
Con las manos que segundos antes tocaba el instrumento, ahora lo golpeaba con el puño cerrado en un grito ahogado de impotencia.
Los versos que cantaba los compuso su hijo, que hace un año recorría junto con él la Vía 40 disparando los cantos alegres de la danza más antigua del Carnaval. Kevin Maury, heredero de uno de los legados más valiosos de la fiesta barranquillera, la danza del Congo Grande, desapareció sin dejar rastro.
Este año Adolfo no se postuló para ser rey Momo como en años anteriores a pesar de que, según conocedores, había llegado su turno de comandar la fiesta. En su cabeza no había lugar para el baile, la tradición, o la música. Solo podía preguntarse una y otra vez qué había pasado con su hijo.
'Estuve a punto de abandonar, no tenía fuerzas. La gente se preguntaba qué sería del Congo Grande, si es que la danza iba a desaparecer, yo solo les contestaba que nada de esto tenía sentido sin mi hijo', contaba Maury, quien hace 17 años porta la bandera de una institución cultural y carnavalera de 144 años.
Bautizo de congo
'Cuando sonaba el tambor Kevin bailaba en el vientre de su madre', rememora Maury, para quien desde marzo pasado diferentes escenas de la vida pasan por su mente 'como si fuera una película'.
'Cuando Kevin nació sentí una satisfacción muy grande porque soñaba con tener un primogénito a quien transmitirle mi herencia: el legado de la danza. Verlo crecer, compartir con él, tener esa relación de confianza, llegar a la casa y escuchar su risa me complementaba. Su ausencia se siente como si la vida se hubiera detenido en el tiempo', dice aferrándose a la mano de su esposa, que sentada a su lado intentaba, como él, no derrumbarse.
Kevin creció entre machetes de madera, golas y turbantes. Al año de haber nacido recibió el Bautizo del Congo, un ritual con el que miembros del grupo vestían a sus hijos con la indumentaria de la danza y los llevaban a recorrer el desfile (a pie y bajo el sol). Los niños más fuertes —los que aguantaban todo el recorrido— eran el augurio de un futuro negro guerrero, que con los años sería jefe de cuadrilla o caporal.
El joven de 25 años se inclinó por la música y desde muy niño puso sus coros al servicio de la danza dirigida por su padre y antes por su abuela, bisabuelo y otros antepasados.
'Kevin me ayudaba en las cosas del grupo. Tiene un don, el carisma de llegarle a la gente. En el Carnaval del año pasado le dije a mi esposa que me sentía orgulloso porque Kevin estaba al frente de la danza. Cuando tenía que imponer carácter en el grupo lo hacía, me regañaba si sentía que fallaba, estaba pendiente de todo. Si yo compraba una cerveza revisaba que me dieran el vuelto completo. Pensé que podía sentirme tranquilo porque él me iba a representar en el Congo Grande cuando yo faltara'.
La desaparición
El 8 de marzo de 2019 parecía ser un día normal en el hogar de los Maury González. En la mañana, la novia de Kevin, Laura Guarín, fue a buscarlo a su casa. Kevin se vistió con una bermuda azul turquí, una camiseta negra y le dijo a su madre: 'Mami voy a salir. Voy a hacer una vuelta y vengo enseguida'. Guardó su billetera y su celular en el bolsillo. Esa fue la última vez que fue visto por su familia.
'Empecé a preocuparme inmediatamente porque cuando él salía yo le mandaba un mensaje y me decía dónde estaba, pero no me contestaba. Después me escribieron del número de Laura haciéndose pasar por él. Me tuvieron casi ocho días engañada diciéndome que estaban de viaje, pero él no actuaba así. La última vez que me hablaron supe que no era Kevin por la forma como se dirigía a mí. En ese momento dije: ‘Adolfo, este no es Kevin. El que me está escribiendo es otra persona’', relata su madre, Sandra González.
El día de la desaparición, Laura y Kevin fueron, según los familiares, a encontrarse con Ricardo Carvajal en Santa Marta.
En su momento, el CTI de la Fiscalía seguía pistas sobre la desaparición de la pareja que vinculaban a Carvajal, debido a que este le entregaría, al parecer, dos millones de pesos a Laura para supuestamente 'comprar su silencio'. Según fuentes cercanas a la investigación, ella tenía información que podría incriminarlo.
En junio de 2018, Ricardo Carvajal y Laura Marcela Guarín (quien era su pareja sentimental) fueron capturados por abuso sexual contra menores de edad en el barrio Los Robles de Soledad.
Los dos detenidos, tras audiencias preliminares, fueron enviados a la cárcel Distrital El Bosque y a El Buen Pastor, respectivamente. Al cabo de unos meses quedaron en libertad por vencimiento de términos.
Kevin, quien tuvo una relación con Laura antes de que esta se involucrara con El Diablo, siempre creyó en su inocencia a pesar de la gravedad de las acusaciones.
'En precarnaval de 2018 ella lo empezó a buscar otra vez. Yo le decía, los amigos le decían: ‘Kevin mira el lío en el que ella está metida con ese señor, esa niña no te conviene’, pero él no escuchaba. Me decía: ‘mami, ella es inocente’ ¿Qué podía hacer yo?, a veces por más que uno les hable a los hijos ellos hacen lo que quieren'.
El Diablo fue capturado el 16 de junio por el delito de desaparición forzada (por el caso de Kevin y Laura) y fue enviado a la Penitenciaría El Bosque el 26 de junio de 2019 por los delitos de concierto para delinquir agravado, desaparición forzada y porte ilegal de armas de fuego agravado.
El 14 de febrero de este año, el sospechoso fue puesto en libertad de acuerdo con la determinación del juez Segundo Penal Municipal con función de control de garantías, Néstor Segundo Primera.
'Cuando marcamos el celular de Kevin aparecía apagado, pero una vez me contestó alguien que decía que el celular se lo había encontrado en el Buenavista de Santa Marta. Los investigadores nos informaron que cuando nos contestaron la llamada había salido de una finca de él (Carvajal). O sea, que el celular sí estaba en una propiedad de él. Además hubo un domiciliario que vio a Kevin y a Laura en la propiedad, ahora dice que no vio nada. A mí me da lo mismo si ese señor sale o no sale de la cárcel. Yo lo único que quiero es que mi hijo aparezca', agrega la mujer.
Adolfo dice sentirse defraudado por la justicia porque con la libertad de Carvajal 'se pierde' la oportunidad de que su familia conozca el paradero de su hijo.
'La justicia nos ha fallado. No entendemos cómo fueron desestimadas tantas pruebas que vinculan a este individuo con la desaparición de nuestro hijo. Nosotros necesitamos descansar de la angustia de no saber qué fue de él', dijo Adolfo, un hombre corpulento de más de cien kilos que se ve pequeño y frágil cuando alguien le recuerda a su hijo.
'Kevin me desarmaba. Yo llegaba molesto con él por algo y me hacía reír y se me olvidaba todo. Amaba al Junior, le encantaba el fútbol. Yo me lo llevaba a que jugara en el campeonato del equipo de la empresa y ahí compartíamos mucho. Peleábamos porque él le daba al Liverpool y yo al Manchester, y cada vez que el Liverpool hacía un gol me decía: ‘¡lindo, pa!’, y yo me reía. Era un pelao vanidoso, demoraba dos horas peinándose en el espejo. Si teníamos programada una reunión que era a las 12 pa’ que llegara a las 2:00', dice con una sonrisa mezclada con una melancolía que apareció en marzo y no ha querido irse de uno de los rostros más alegres del Carnaval.
El llanto de un congo
'El Carnaval es mi vida. Esto para mí no es el desenfreno ni la perdición. Es mi misión. A través de la danza enseñamos en los niños, jóvenes y adultos el respeto, el valor por las tradiciones', explica Adolfo, quien a punto de retirarse llegó a la conclusión con su familia y los miembros de la danza que el Congo Grande era también lo más importante para Kevin y valía la pena continuar luchando como 'negros guerreros' por aquello que los unía.
En las épocas de los cabildos de esclavos, explica la historia de la danza, en Cartagena de Indias hubo asentamientos de negros como los calabari, congos y bantú. Ellos trabajaban la agricultura y el día que se celebraban las Fiestas de la Virgen de la Candelaria tenían permiso de sus amos de subir a la Popa ataviados de joyas, vestuarios coloridos y maquillaje. Lo hacían para evocar a sus ancestros danzando antiguos rituales africanos.
La danza de 144 años conserva esos rituales. La gola (capa) es de color negro en homenaje a sus antepasados y a aquellos seres queridos que fallecieron. Cada martes de Carnaval, cuando también se va Joselito, el grupo se acerca al cementerio para dedicar un lumbalú —ritual fúnebre africano— a sus difuntos. El luto, inherente a la tradición del Congo, no incluye a Kevin, pues sus integrantes conservan la ilusión de que aparecerá sano y salvo. Hoy desfilarán en la Gran Parada de Tradición con un lazo verde que simboliza la esperanza de su regreso.
'Para nosotros es muy triste porque Kevin compartía más con nosotros en épocas de Carnaval. Ahora más que nunca nos hace falta. Habrá el que dice ‘mira a esa gente loca, bailando y el hijo desaparecido’. Lo que no saben es que llevamos el dolor por dentro, que bailamos por Kevin. Reímos por fuera, pero nuestra alma llora y tratamos de dar alegría en medio de todo nuestro dolor', dice Sandra, quien junto a su esposo pide protección del Estado para su familia por la liberación de quien señalan como el responsable de la desaparición de Kevin.
El Congo Grande Barranquilla vuelve hoy a pintar su cara de blanco, a ponerse la camisa dorada y el turbante cilíndrico de flores, a usar sus gafas oscuras para mitigar el sol que golpea a los danzantes en la Vía 40. Este año, los congos lloran mientras bailan por la ausencia. Vuelven a su gran batalla con gritos de guerra amenizados con tambor, extrañando una voz que no escuchan aunque canta en ellos a través de sus versos.
Un verso muy emotivo aquí yo voy a cantá
Que viva Kevin por siempre no lo vamos a olvidar
Que viva Kevin por siempre no lo vamos a olvidar
Dondequiera que te encuentres aquí te vamos a esperar
(Verso compuesto por los primos de Kevin, integrantes del grupo musical de El Congo Grande).




















