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A la entrada de Juaruco hay un letrero que da la bienvenida al cielo. En efecto, lo que sigue es una trocha rocosa e inclinada cuyo límite parece que besa las nubes. El pueblito, de calles tapizadas por la arena, es uno de los cuatro corregimientos que tiene el municipio de Tubará. Es uno de los tantos rincones del Atlántico de los que pocos se sabe cómo nacieron.

En las veredas y los corregimientos del departamento la tradición oral es la única que da luces sobre la toponimia de estos. Es decir, ¿por qué fueron ‘bautizados’ con esos nombres?, ¿Por qué en Repelón hay un corregimiento llamado Cien Pesos? ¿Qué significa Juaruco? ¿Acaso en Patilla había mucha fruta? Posiblemente sí.

En Atlántico hay zonas rurales llamadas Burrusco, en Palmar de Varela; Tamarindo y Cascarón, veredas en Malambo; Hibácharo y Villa Lata en Piojó; Patilla en Sabanalarga; Martillo, en Ponedera y otras como Juaruco, en Tubará.

El nombre ancestral de Juaruco es Hu waap jorhu ko, aunque en algunos avisos del corregimiento se lea Jwaeirruku. Sobre el origen de ese nombre hay dos versiones, que en lo único que coinciden es en la relación con la comunidad indígena Mokaná que allí se resguardó.

Turibio Anselmo González es un campesino nacido y criado en Juaruco, que camina apoyado en un bastón. Tiene 77 años y asegura que sus abuelos contaron que este pueblo de millo, tinajas y pilones agradece su nombre a un cacique llamado de forma similar.

Desde una zona enmontada, entre gallinas y plantas remojadas, Turibio señala lo más profundo de Juaruco. A lo lejos se ve una casa con techo rosado. Ésa, dice él, sirvió como lugar sagrado de los Mokaná.

'Lo que pasó fue que no supieron expresarse bien en el nombre del cacique y terminaron poniéndole Juaruco, pero fue por él, que se había apoderado de buena tierra', dice Turibio, quien aún utiliza vasijas y artesanías de hace más de cien años. Su ‘celular’ es una concha de mar que sirvió por años para comunicarse y atender partos.

Sin embargo, la versión de Helmer Vásquez, quien recopila documentos históricos de Tubará, es que así le llamaron los indígenas durante la época de conquista española, teniendo en cuenta que Hu waap jorhu ko se traduce como 'territorio sagrado del creador'.

Según sus averiguaciones, el corregimiento de Cuatro Bocas fue llamado de esta forma tras la explotación de petróleo a finales de los años 20, en el sector conocido como Las Perdices.

'Nuestros abuelos indígenas Kaamash conocieron cuatro bocas, que conducían a los caminos ancestrales de Tubará, Juan Mina, Barranquilla, Galapa y Puerto Colombia, entre otros', explica Vásquez.

El corregimiento El Morro, por su parte, debe su bautizo a los curas doctrineros de ese pedazo de tierra, quienes según el historiador, cumplían con ritos de pagamento sagrado en un gran templo. Morro hacía referencia a lo 'sagrado en lo alto'.

En Tubará también se encuentra Guaimaral, lugar que se caracteriza por el agua que guarda sus pozos artesanales. Justo por eso recibió su nombre, cuenta el habitante. En la identidad Kaamash, Waap es agua e iimaral es guardar.

Finca con corozos

En Piojó, el municipio con mayor altura del departamento, hay una vereda con nombre de una lámina hecha de hierro o acero.

Villa Lata es una calle prolongada, pavimentada hace unos dos años, donde viven cerca de 35 familias. Tienen un colegio que da clases hasta noveno grado y un centro médico al que los doctores arriban cada 15 días. Como todos los vecinos se conocen y son amigos, no se ven atracos o complicaciones por inseguridad. No hay jóvenes que consumen drogas, pero solo dos que han ido a la universidad.

Según coinciden cuatro vecinos en una terraza, Villa Lata fue nombrada así por un religioso cuyo nombre no recuerdan, pero de quien dicen que murió en África, a manos de 'caníbales'.

'Bueno, eso nos contaron a nosotros', dice Orlando Ripoll, propietario de una de las dos tiendas que tiene el pueblo. La historia la cuenta mientras se encoge los hombros y se soba el pecho.

Al parecer, 'hace muchísimos años', llegó por primera vez un cura al pueblo a cumplir con el primer matrimonio. En ese entonces, cuenta Ripoll, al caserío le llamaban ‘lata’.

'Lata es la planta del corozo, una fruta que abundaba en las fincas. Así que cuando vino el padre y preguntó por este lugar, le dijeron que le decían Lata, a lo que él recomendó que se le pusiera antes villa', cuenta Ludys Barros, una ama de casa de ojos grandes y verdosos.

En el corregimiento de Hibácharo, el cuento lo echa la única autoridad del pueblo. Es el inspector de Policía, Raimundo Molina, quien durante los días festivos se desabotona la camisa y se ‘achanta’ en una silla. Así como Juaruco, al parecer Hibácharo era el nombre de un cacique indígena.

Un hallazgo indígena

Martillo queda en Ponedera. Sobre este corregimiento cuenta la leyenda que uno de los primeros pobladores se encontró una tarde con esta herramienta de barro enterrada en sus tierras. Según el líder comunal Augusto Orcasita, 'el hombre se puso tan contento porque ese martillo era hecho por indígenas que empezó a gritar ¡martillo!'.

'Por esa hazaña, la familia pidió que el pueblo se llamara martillo', concluye el hombre, oriundo de Villanueva, La Guajira.

¿Y Cien Pesos? La tradición oral da cuenta de que todo se debe a una apuesta entre tenderos. El bisabuelo de Tilson Berdugo, José Castro le contaba cuando niño que el lugar donde nació se decidió luego de una discusión entre compadres.

'En ese tiempo un novillo costaba $10, así que $100 me imagino que era una fortuna y eso apostaron', asegura Berdugo.

Lastimosamente, desconoce la apuesta entre los tenderos. Lo cierto es que alguno de ellos perdió $100.

Dice la historia

De los 23 municipios del Atlántico, 19 de ellos fueron creados por voluntad del teniente general español Sebastián de Eslava, quien obligó de forma autoritaria a agruparse en esas poblaciones, explica el magíster en Historia Contemporánea, Jorge Villalón. De esos, indica el historiador, cinco fueron pueblos indígenas: Malambo, Galapa, Tubará, Baranoa, Usiacurí y Piojó. Otros, como Luruaco Barranquilla y Soledad, surgieron como ‘sitio de libres’.

Es decir, asentimientos de mestizos de que no estaban autorizados por la corona española.