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Laura Consuegra, de 29 años, nunca imaginó que la tristeza pudiera volverse una rutina. Al principio fue cansancio, luego insomnio, después el silencio. Tardó meses en entender que lo que sentía era depresión.

Buscó ayuda profesional y poco a poco comenzó a reconstruirse. “Aprendí que sanar no es volver a ser la de antes, sino descubrirme desde la fragilidad. Me avergonzaba en todo este tema de buscar ayuda profesional, pero lo logré”, expresó la joven.

Y es que en Colombia, seis de cada diez personas enfrentan problemas emocionales y uno de cada seis jóvenes vive alguna afectación de salud mental, una realidad que en muchos casos deriva en suicidio, cuarta causa de muerte entre quienes tienen entre 15 y 29 años.

“Está de moda hablar de salud mental, pero no está de moda estar bien”, dice la psicóloga Vanessa Sánchez. Esta experta en autoestima e inteligencia emocional asegura que esta es la generación con más conocimiento sobre la mente y las emociones, pero también una de las más afectadas psicológicamente. “Sabemos mucho sobre salud mental y cómo gestionar las emociones, pero poco aplicamos lo que sabemos”.

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Para Sánchez, la salud mental no se trata de evitar el dolor o el estrés, sino de aprender a gestionarlos con madurez emocional. “Una generación que realmente escuchara lo que significa estar bien emocionalmente, no estaría buscando desesperadamente sentirse bien, sino que habría entendido que la salud mental no significa estar siempre bien”.

El malestar de esta época

Sin duda, la sociedad actual corre detrás de la felicidad como si fuera una meta. “Vivimos constantemente sintiendo que algo nos falta, que lo que somos o tenemos no es suficiente. Creemos (erróneamente) que necesitamos más y más para ser felices”.

El problema , según Sánchez, es que, aun cuando logramos alcanzar algo que nos hace sentir plenos, pronto aparece la sensación de vacío. “Queremos tener éxito en todo y todo el tiempo, y como esto es imposible, nos frustramos, nos estresamos y nos irritamos”, señala.

Las redes sociales aumentan esa insatisfacción, al mostrarnos una versión idealizada de la vida de los demás. “Compararnos con otros que han conseguido lo que soñamos produce un alto nivel de malestar emocional. Nuestro diálogo interno se vuelve castigador: ‘No has hecho suficiente’, ‘Tienes que hacer más’, y esto termina sepultando nuestra paz”, explicó la especialista.

Pero, ¿Qué impacto ha tenido la sobreexigencia y la cultura del rendimiento en la estabilidad emocional de las personas?

“Vivimos en un mundo en el que se nos mide por los logros y éxitos. Muchos crecimos en ambientes en donde se nos rechazó por nuestros errores, o se nos exigió hacerlo todo perfecto, incluso, muchos fueron humillados por no hacer las cosas tal cual como se esperaban, lo cual termina generando una creencia: “Tengo que ser el mejor, y siempre” “No me puedo equivocar” “Todo debería salirme bien, y siempre”.

De acuerdo con Sánchez, esta idea provoca ansiedad, depresión o estrés, porque esto es imposible, así que muchas veces, las metas, los sueños, y objetivos pueden convertirse en un peso. “Por eso siempre digo que es importante aprender a soñar con un corazón sano, es decir, soñar sabiendo que eres valioso o valiosa con o sin sueños cumplidos”.

Inteligencia emocional

La psicóloga Tatiana Martínez expresa que el equilibrio emocional no se trata de reprimir lo que sentimos, sino de entenderlo y gestionarlo.

“La inteligencia emocional es una herramienta clave para cuidar la salud mental porque capacita a las personas para reconocer y entender las emociones, tanto propias como ajenas”.

La experta enfatiza que el punto de partida es el autoconocimiento. “Hay que estar dispuestos a tolerar la incomodidad de concentrarse en sentimientos que pueden ser negativos. La única forma de comprender realmente nuestras emociones es dedicar tiempo a pensar en ellas, averiguar cuál es su origen y por qué están ahí”.

Martínez sostiene que quienes logran este nivel de reflexión emocional reducen el riesgo de actuar impulsivamente y aprenden a sostener las complejidades sociales con serenidad. “Las situaciones que generan emociones fuertes siempre requieren más reflexión. Y esos momentos de pausa, de introspección, son los que finalmente nos protegen de decir o hacer cosas de las que después podríamos arrepentirnos”, resaltó.

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Además, hizo un llamado sobre el peligro de reprimir las emociones más humanas como la tristeza y el enojo. “Desde pequeños se nos enseña a no llorar o a no hacer berrinches, asociando estas emociones con debilidad o inmadurez. La represión emocional no elimina lo que sentimos, solo lo esconde”.

Martínez invita a mirar estas emociones como mensajeras del cuerpo y del alma. “Sentir tristeza o enojo no nos hace débiles, nos hace humanos. Lo peligroso no es sentir, sino no permitirnos sentir. Cuidar la salud mental implica aprender a gestionar el malestar”.