El Heraldo
El debate organizado por EL HERALDO fue el más alabado por las redes. Archivo EL HERALDO
Política

Ley del Montes | Llegó el día D, ¿quién ganará?

Polarización, incertidumbre, odio y miedo definieron la suerte de la campaña presidencial, que celebra hoy la primera vuelta. Encuestas y debates están bajo la lupa.

Después de una larga -muy larga- campaña, los colombianos acudirán hoy a las urnas para elegir al sucesor de Juan Manuel Santos en la Casa de Nariño. Pero -como para seguir alargando la contienda- es bastante probable que hoy tampoco se conozca el nombre del nuevo presidente de la República, por lo que será necesario volver a las urnas para una segunda y definitiva vuelta presidencial, el próximo 17 de junio.

De tal manera que los colombianos nos vamos a pasar medio año eligiendo candidatos: el pasado 11 de marzo escogimos al nuevo Congreso y votamos por las consultas interpartidistas, que convirtieron en “candidatos” a quienes eran en realidad “precandidatos”, como fue el caso de Iván Duque y Gustavo Petro. La exposición mediática de Duque y Petro terminó relegando a quienes si tenían la condición de candidatos presidenciales, como Germán Vargas Lleras, Humberto de la Calle y Sergio Fajardo. Ese hecho, contribuyó -sin duda- a una mayor polarización de la campaña, entre los aspirantes de la derecha y de la izquierda democrática, en detrimento de las posturas de centro, que terminaron metidas en esa especie de licuadora electoral.

Por cuenta de la polarización electoral, los votantes colombianos terminamos acosados por el odio y por el miedo. Odio por aquellos a quienes la campaña de la izquierda señalan de ser los culpables de todos nuestros males, y miedo por lo que nos depara el futuro en caso de que el candidato de la izquierda llegue al poder, como vaticinan con tono intimidante los militantes de la derecha.

Pero más allá de la evidente polarización, hay dos hechos muy relevantes en las elecciones presidenciales de hoy: son las primeras que se realizan sin la presencia y el activismo terrorista de las Farc como organización guerrillera, y las últimas de un presidente reelegido para un segundo mandato consecutivo, luego de la reforma del famoso “articulito” que en 2005 permitió la reelección de Álvaro Uribe.

Ambos hechos tienen una singular importancia. Elegir presidente de la República sin el protagonismo de las Farc como ocurrió en los últimos 50 años, no puede soslayarse, ni considerarse un asunto menor. Todo lo contrario: tiene un enorme valor histórico. Por primera vez los colombianos acudimos a las urnas a elegir al jefe del Estado sin tomas guerrilleras y sin ataques a poblaciones, soldados y policías. Negar este hecho objetivo es simplemente una necedad.

Y acabar con la figura de la reelección también es sano para la democracia. Con Uribe y Santos quedó demostrado que segundas partes nunca fueron buenas. La reforma del “articulito” terminó costándole a Uribe buena parte de su prestigio como gobernante. Por ahí todavía ronda la figura poco estilizada de Yidis Medina, como símbolo del precio que pagó el Gobierno para reformar la Constitución del 91 con el fin de permitir un segundo mandato consecutivo de Uribe. Y el segundo gobierno de Santos será recordado por los miles de millones de pesos de Odebrecht, que sirvieron para aceitar la maquinaria para poder derrotar a Óscar Iván Zuluaga, quien había ganado la primera vuelta. Esta historia la podrían contar mucho mejor los senadores Bernardo ‘Ñoño’ Elías y Musa Besaile.

Ante esta mala experiencia, lo mejor que pudo suceder es que a partir del próximo 7 de agosto ya no habrá más presidentes reelegidos en Colombia y cada gobernante deberá ajustar su programa de gobierno a los tradicionales cuatro años, que si el presidente sale bueno, siempre serán pocos; pero si sale malo, esos 48 meses serán una eternidad.

Pero en esta campaña presidencial también aparecieron en escena unos protagonistas que terminaron condicionando el comportamiento del elector: las redes sociales, las encuestas y los debates de los candidatos. Los tres han sido objeto de todo tipo de cuestionamientos. Las primeras fueron utilizadas de forma impune e inclemente para fomentar el odio y la guerra sucia entre los aspirantes y sus seguidores. Las segundas terminaron imponiendo los candidatos de sus afectos y por esa vía condicionaron el comportamiento de los votantes. Y quedó demostrado que más debates televisados no significan necesariamente más ilustración de los votantes. A la postre lo que hubo fue más cansancio tanto de los candidatos como de los electores. ¿Qué está en juego en las elecciones de hoy? ¿Cómo están las cuentas de los candidatos? ¿Quiénes podrían pasar a segunda vuelta?

Izquierda sí, ¿pero la izquierda de Petro?

Al desaparecer la guerrilla de las Farc, se abrió paso con mucha fuerza por primera vez en Colombia la posibilidad de elegir a un candidato de izquierda democrática como presidente. Ni Antonio Navarro, ni Carlos Gaviria, ni Clara López llegaron tan lejos. De acuerdo con las encuestas, Gustavo Petro podría ser el sucesor de Juan Manuel Santos. Es decir, lograría por las urnas lo que no alcanzó con las armas, cuando hizo parte del M-19. El candidato de Colombia Humana es uno de los hechos políticos de la actual campaña, al menos el más controvertido. Su desempeño como candidato podría considerarse impecable, tanto en la plaza pública, como en los debates por televisión. Su discurso logró sintonizarse con los llamados “primovotantes”, aquellos jóvenes que votarían por primera vez, pues se ocupa de temas que los afectan y les preocupan, como el medio ambiente y las energías renovables. Pero la figura de Petro intimida a la clase dirigente y al sector productivo del país. Los asusta. Petro produce pánico a los inversionistas, nacionales y extranjeros, tanto que ya hay ciudades donde hablan y aplican la llamada “cláusula Petro”, que consiste en arrendar o vender inmuebles con la condición de reversar la operación si Petro llega a la Presidencia. Petro espanta porque nada de lo construido por otro distinto a él le gusta. Punto. Y en esas condiciones muchos creen que -pese a sus buenas intenciones y su entusiasmo- pretender aplicar todas sus propuestas, es tanto como lanzarse de una torre de 60 pisos sin paracaídas.

Una campaña sin Farc, pero con Farc

No será fácil vivir en Colombia sin el fantasma de las Farc, aunque las Farc como grupo guerrillero haya dejado de existir. Ese fantasma seguirá rondando por mucho tiempo. Esta campaña -la primera sin las Farc asesinando y secuestrando en veredas y municipios del país-  terminó con el “chicharrón” de la extradición de ‘Jesús Santrich’ sobre la mesa y con los anuncios de nuevos frentes de batalla contra las disidencias. De hecho, en el último debate del Canal Caracol, buena parte de las intervenciones de los candidatos se centraron en la guerra contra alias Guacho y las relaciones de los frentes disidentes con los carteles mexicanos. Germán Vargas Lleras dijo que el 40 por ciento de las Farc regresó al monte, mientras que Petro vaticinó que la guerra contra estos nuevos carteles será más cruenta y aterradora que la que acabamos de terminar con las Farc. Humberto de la Calle -por cuenta de su papel como jefe del equipo negociador del gobierno en La Habana- terminó asumiendo como una causa personal, lo que es un asunto de Estado. Por esa razón, todo reparo a la negociación lo asume como una agresión y un sabotaje a lo pactado con las Farc. Mientras Iván Duque considera que es posible reformar lo acordado, sin que eso comprometa la suerte de la negociación. Sergio Fajardo se compromete a preservar y respetar lo acordado. En resumen, todavía nos cuesta asumir -a ellos como candidatos y a nosotros como electores- que el capítulo de las Farc como actores armados se cerró y que seguir mirando por el espejo retrovisor sólo hace que dejemos de ver por el vidrio panorámico.

Bueno el milagro, pero no el Santos

Otro presidente que hubiera firmado la paz con las Farc tendría hoy monumentos en parques y ciudades del país. Cualquier otro que no sea Santos. La negociación con las Farc desarmó a 8.000 guerrilleros y salvó miles de vidas a lo largo y ancho del país. Pero a Santos tan solo lo respaldan 15 de cada 100 colombianos. Es un presidente desprestigiado. Hay quienes, inclusive, están haciendo campaña para que lo despojen del Premio Nobel de Paz que se ganó en 2016, luego de acordar la desmovilización y la reinserción de los guerrilleros de las Farc. Tan desprestigiado está Santos que el candidato Humberto de la Calle, quien defiende la negociación con las Farc y que asumió la bandera de los acuerdos de La Habana, ocupa el quinto lugar entre cinco aspirantes. A los colombianos nos gusta el milagro (la paz con las Farc), pero no el “Santos” que lo hizo posible. Tan desprestigiado está Santos que su vicepresidente, Germán Vargas Lleras -que hizo el milagro de poner la infraestructura nacional en los primeros lugares de América Latina, modernizó aeropuertos, construyó miles de kilómetros de vías a lo largo y ancho del país y construyó más de 1.500.000 viviendas, 600.000 de ellas gratis en áreas urbanas y rurales- aparece relegado en las encuestas. Ambos candidatos cargan con el piano de ser “herederos” de Santos, el presidente menos querido por los colombianos en toda su historia. En cambio, quienes proponen destruir lo construido ocupan los primeros lugares. ¿Alguien entiende?

Encuestas y debates, ¿qué hacer?

En Colombia es necesario ‘meterle muela’ a las encuestas. Lo ocurrido en esta campaña presidencial no puede volver a suceder. El espectáculo del uso y abuso de las firmas encuestadoras no debe repetirse. Nunca antes el comportamiento del votante había sido tan condicionado y dirigido. Aquí quienes deciden la conducta del elector son los encuestadores, que no rinden cuentas ante nadie, pues el Consejo Nacional Electoral es un convidado de piedra. El resurgimiento de la plaza pública en algo sirvió para hacerle contrapeso al comportamiento avasallante de las encuestas. También se abusó de los debates en televisión. Con la excepción del organizado por EL HERALDO, que fue transmitido por Telecaribe, que tuvo dinámica y muy buenas intervenciones de los candidatos, muy pocos debates pasaron la prueba. La rigidez del formato, la falta de tiempo para responder y la falta de contra preguntas, atentaron muchas veces contra el desarrollo de los debates. Además se abusó de la figura. En total fueron cerca de 40 en distintas ciudades y escenarios del país. ¡Una barbaridad! Por último queda pendiente la pregunta de la utilidad de los mismos. ¿Cuántos “votantes fieles” cambiaron el candidato de su preferencia, luego de escuchar a los otros aspirantes en los debates televisados? ¿Cuántos “votantes indecisos” se decidieron luego de ver a los aspirantes en los debates? ¿Cuántos “primovotantes” decidieron su voto por cuenta de los debates? 

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