El Heraldo
La Ona enseña una de sus populares arepuelas.
Gastronomía

Adiós a La Ona, baluarte de la arepuela en Villanueva

El pasado viernes falleció por coronavirus Nólida Esther Acosta Bolaño, cocinera popular y heredera de la tradición de la arepuela en La Guajira.

Después de revisarle los pulmones, lo primero que los médicos le preguntaban a Nólida Esther Acosta Bolaño era si fumaba. “Nunca”, decía ella siempre. Lo segundo, y a lo que no podía negarse, era si cocinaba con leña. La respuesta era evidente. Durante 35 años ‘La Ona’, como era conocida popularmente, cocinó las recetas tradicionales que heredó de su madre, Luisa Bolaño, con quien de niña  aprendió a preparar las arepas y arepuelas de su natal Villanueva, en el sur de La Guajira.

El pasado 18 de diciembre murió a las 11:55 a.m a causa del coronavirus, hecho que lamentan profundamente quienes reconocen en ella no solo a una cocinera, sino un “baluarte” de una tradición culinaria en peligro de desaparecer. 

Con su muerte a los 57 años, muchos villanueveros se han acercado a su casa cuidando los protocolos de emergencia para dar a la familia el sentido pésame, y cantantes como Lido Pimienta se han pronunciado tras el fallecimiento: “Enviándole un abrazo, un sentido pésame a la familia de esta gran mujer, Nólida Acosta Bolaño ‘La Ona’, el núcleo de su familia y un icono de mi pueblo, Villanueva. No puedo creer que ya no podremos comernos sus ricas arepuelas, arepas y demás con su deliciosa avena”, escribió la artista en su Twitter @LidoPimienta.

Acosta Bolaño, que fue sepultada a las 5:30 p.m. del día de su adiós, era uno de los diez hijos producto de la unión entre Luisa Bolaño y Buenaventura Acosta Cabrera, un campesino que trabajaba por jornales. Desde los 12 años ayudó a su madre, “matrona de Villanueva”, como dice uno de sus hermanos, a preparar desde antes del amanecer las arepas de huevo y las arepuelas sencillas en el mercado público de su municipio.

Según el relato de José de Jesús Acosta Bolaño, su hermano menor, mientras que él cargaba la carretilla con el carbón, “Nólida ayudaba a nuestra madre a prenderlo y a despachar. Ellas ponían la mesa a las 4 de la madrugada, y todos los que salían de las casetas, incluyendo a los músicos, iban a desayunar su arepa de huevo o su arepuela con café”.

Su madre lo hizo durante 45 años y tuvo igualmente dificultades en los pulmones por fritar todos los días ante el fuego del carbón. Hace 18 años murió a raíz de un edema pulmonar.

“El legado de las arepuelas como comercio se lo llevó La Ona, eso es lo que siento, porque, honestamente, tengo un agradecimiento con las arepuelas porque me levantaron a mí, a mi hermana y mi familia. El cariño que nos tiene la gente es gracias a ese oficio honesto de mi mama y ella, pero no creo que el legado siga, no soy del gusto de que eso pase, porque ya nos quitó dos seres muy seguidos, aunque nosotros sabemos todos el oficio”, añade el hermano.

La Ona sonríe detrás de su puesto de fritos al aire libre.

Empezó con un golpe

La Ona, nacida el 19 de septiembre de 1963, se dio un golpe en las costillas tras una caída el 25 de noviembre pasado, pero se resistió a ir a un hospital por temor a contagiarse de coronavirus. Cuando el dolor se hizo insoportable, fue a un centro asistencial de Villanueva, donde no había máquinas de rayos X. Tuvo que ir al Hospital de San Juan para que le tomaran la radiografía. El examen reveló contusión; le recetaron analgésicos y el médico le dijo que en aproximadamente un mes y medio el dolor cesaría. 

A los 5 días de su regreso empezó a sentir malestar, dolores y fiebre baja. Sus hermanos se preocuparon por sus “bajas defensas” y la diabetes e hipertensión diagnosticadas hace unos años. Ana Mercedes, una hermana, la acompañó al Hospital Santo Tomás de Villanueva, luego fue trasladada al hospital de San Juan del César, a 20 minutos de allí, donde le hicieron la prueba que dio positiva.

El estado de salud de Nólida empezó a complicarse y debieron ingresarla a una Unidad de Cuidados Intensivos en San Juan. Al quinto día de estar allí le dijo a una enfermera que no quería morir; a los 14 días murió, dejando a una hija de 26 y un hijo de 19 años.

“El carbón le debilitó los pulmones a mi hermana y el coronavirus la atacó por ese lado”, dice José de Jesús, que se derrama en llanto al recordar a su hermana y agradecer a los médicos que la atendieron.

Parada obligatoria

Una cocina entre las cocinas del Caribe colombiano se va con La Ona. Así lo dicen quienes probaron sus productos y conocieron la popularidad que alcanzó en su tierra. La mujer que viajó a Venezuela a finales de los 80’s y regresó en el 95 con su hija en brazos, salió adelante por el uso que hizo de las enseñanzas culinarias de la madre y la abuela.

El sobrenombre La Ona responde a la tradición popular de “apodos cariñosos” que se utilizan en Villanueva. En un principio, José de Jesús comenta que el apodo viene de “llorona”, pero luego sus hermanos le cuentan que obedece a que “Nólida” era y es un nombre poco común en su municipio, así que era una forma más fácil de llamarla.

Como ese apodo sonoro y fácil de pronunciar, se extendió su fama de gran cocinera, hija de una que era “el doble de querida y conocida”. Cantantes como Diomedes Díaz y Silvestre Dangond hacían  una parada después de sus conciertos o durante sus trayectos en la fritanga de La Ona.

“Todos los grupos que íbamos de madrugada para Maicao o Maracaibo, o si tocábamos en San Juan o Fonesca, parábamos ahí, era obligatorio. ‘Ey, vamos pa’ donde La Ona’, decía Diomedes señalando sus arepas de huevo preferidas. Entonces apurábamos el carro, lo parábamos y se bajaba todo el mundo. A esa hora no había casi gente y Diomedes se podía bajar. Ahí comprábamos la arepa de huevo caliente con café con leche”, recuerda a EL HERALDO Jaime Pérez Parodi, presentador de grandes músicos y conocido como ‘La Biblia’ del vallenato.

Igualmente, los que una vez fueron niños que probaron la comida de Luisa Bolaño, más tarde llegaban a donde La Ona, muchos ya convertidos en miembros de la clase política y adinerada de la región. Por ello la invitaban con todos los gastos pagos a Barranquilla, Rioacha, a Valledupar y otros lugares donde las colonias villanueveras querían probar sus manjares.

Con sus hijos Yulianis Acosta y Jesús Enrique Vanegas. Archivo

Legado

El antropólogo Weildler Guerra, amigo personal de La Ona, cuenta que ella provenía de “una dinastía, la familia Bolaño, que conservaron sus conocimientos culinarios tradicionales de alto valor. La Ona era una vanguardia de la cocina tradicional en Villanueva, y era el último bastión de la arepuela de huevo que teníamos en el sur de La Guajira”

“En la Costa Caribe, en general, se prepara la arepa de huevo, pero los guajiros somos de la arepuela de huevo, que es distinta”.En una columna de 2014, Guerra precisa así las diferencias: “Llaman arepuelas sencillas a aquellas que no llevan huevos y que pueden ser aderezadas con anís y dulce o pueden ser simplemente sazonadas con sal. Las arepuelas de huevo, propias de Riohacha y la antigua provincia de Padilla, contienen el huevo batido y no entero, se fríen dos veces y su masa es aderezada”.

Sobre el legado de La Ona, Guerra dice que “ojalá alguien de su familia que tenga el conocimiento o quien quiera continuar con su valiosa herencia mantenga esas preparaciones tradicionales que ella hacía. En Rioacha todavía se hace, antes se comía en todo el sur de La Guajira y en Valledupar, pero han venido desapareciendo, solo la arepuela sencilla de anís y que venden en todos los puestos de fritos”.

Julia Acosta Bolaño, una de las hermanas, dijo a EL HERALDO que “la arepa viene de tradición de mi madre, ella nos crió a todos con ese patrimonio, y lo llamo así porque de ahí dependemos sus diez hijos”.

También recordó que la receta empieza con la correcta cocción del maíz, “que no se puede cocinar mucho, debe quedar sancochado, un poco duro, no suave. Que quede finita la masa y luego se le aplica su punto de azúcar y de sal, su toque de queso, rayado del lado finito. Se le echa un poquito de maicena para que le dé más consistencia y que cuando se haga, la arepa suba. Para el huevo, en una vasijita ella lo batía con un puntico de sal y se lo echaba batido a la arepa, que sacaba cuando esponjaba”.

Finalmente, Julia dijo que quisiera que a su hermana se le recordara “como nos lo ha manifestado tanta gente, con ese amor, ese cariño por ella y por lo que hacía. Tenía una sonrisa con todo el mundo”, dice mientras a su casa y en sus dispositivos y redes sociales llegan mensajes de voz, palabras de afecto y de gratitud por parte de personas de todas las clases sociales y sitios de la región que en sus visitas o paso por Villanueva se detenían en el puesto de fritos de La Ona.

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