Ya había debutado en las Grandes Ligas, pero todavía no era ni sombra de la estrella legendaria en la que se convirtió después. Brooks Robinson apenas tenía 18 años de edad, seis juegos en Las Mayores, 22 turnos al bate y solo dos hits cuando llegó a Barranquilla para jugar en el Willard en la temporada del béisbol colombiano 1955-1956.
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Tenía más ponches (10) que imparables. Por eso los Orioles de Baltimore lo mandaron, como era normal en ese entonces con muchos prospectos de las organizaciones de la ‘Gran Carpa’, a que se fogueara en la pelota criolla, que tenía un buen nivel.
Sus dos únicos hits en Grandes Ligas los conectó en su debut, el 17 de septiembre de 1955, en el Memorial Stadium, en el juego entre Orioles y los Senadores de Washington. Ese día bateó de 4-2. Después se fue en blanco en el resto de turnos que tuvo ese año.
'Esos lanzadores de la Liga Americana me hicieron parecer exactamente lo que era: un joven novato, verde e inmaduro, de 18 años, que había tenido suerte ese primer día contra Washington', expresó muchos años después cuando ya había completado 23 temporadas con los Orioles de Baltimore, 16 Guantes de Oro, dos anillos de Serie Mundial y 18 participaciones en Juego de Estrellas.
Chelo De Castro, inolvidable periodista deportivo barranquillero (q.e.p.d.), recordaba en sus columnas el paso del mítico antesalista por el béisbol nacional.
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'Vimos la primera práctica de Robinson al día siguiente de haber llegado a Barranquilla, con solo 18 años de edad, procedente de Doble A. Los Orioles se lo mandaron gratis al Willard, como ‘bonus baby’, pues querían que siguiera curtiéndose, ya que lo tenían candidatizado para el club grande, en las Ligas Mayores. Y quedamos maravillados viendo aquel muchacho que era una atarraya alrededor de la antesala', recordó De Castro en uno de sus escritos en EL HERALDO, haciendo alusión a la capacidad del pelotero para cubrir la esquina caliente y atrapar todo lo que bateaban por ahí.
'A esa edad tan tempranera, era un fildeador perfecto. Un antesalista es el infielder más cercano al bateador, menos de 90 pies, y por eso recibe unos candelazos de la Madonna, pero aquel muchacho lo fildeaba todo y luego tenía un fusil AK-47 para mandar a la inicial', agregó don Chelo.
Marco Pérez Quintero, reconocido periodista deportivo, reúne en su libro ‘Grandes épocas del béisbol profesional colombiano’, una serie de imágenes valiosas (las que acompañan esta nota) y una reseña de la carrera exitosa de Robinson, que falleció el martes a sus 86 años de edad.
'Vino a nuestra pelota muy jovencito, pero aquí rindió cantidades. Le decían con toda razón ‘la Aspiradora humana’ o Mr. Hoover (una marca de aspiradora), porque limpiaba todo lo que le bateaban por la tercera', rememora Pérez Quintero con emoción.
'Jugó en Colombia y también en Cuba, en 1956-1957', apuntó.
EL SUSTO QUE PASÓ EN COLOMBIA
Una de las anécdotas más recordadas sobre la presencia de Robinson en Colombia tiene que ver con un bolazo que recibió de su compatriota Earl Wilson (1934 – 2005), otro de los nombres célebres que desfilaron por nuestro béisbol en aquellas épocas.
'Estuvo a punto de ser ultimado por un lanzamiento de un pitcher del Torices (de Cartagena) que ya no recordamos ni queremos recordar', contó Chelo De Castro en sus columnas refiriéndose a Wilson, que posteriormente brilló en Medias Rojas de Boston, Tigres de Detroit y Padres de San Diego.
'Le mandó una bola por la cabeza y lo tumbó. Al día siguiente el chico fue al médico, pues tenía un tenaz dolor de cabeza. Robinson llevó el casco, que parecía tejido por una araña de fábula. El médico le dijo que haber tenido puesto ese casco le salvó la vida, porque de no tenerlo el pelotazo lo habría matado, como sucedió una vez en Grandes Ligas', añadió el maestro Chelo.
El casco era hecho en fibra de vidrio y estaba siendo probado por el equipo en esos días en los que un grande de verdad verdad como Brooks Robinson se encontraba dejando su huella en Barranquilla.























