Medio siglo después, con los ojos acuosos y la memoria tan iluminada como aquel combinado nacional que henchido de amor propio logró la hazaña, Efraín Elías Sánchez Casimiro, el Caimán Sánchez, uno de los baluartes de la gesta, sucumbe a la catarsis del recuerdo para poner en el presente el Mundial de Chile 62, por antonomasia, el del gol olímpico de Marcos Coll y el portentoso empate a cuatro goles frente a Rusia.
El profesor Sánchez ya perdió la cuenta de las veces que ha hablado sobre el tema, pero no olvida el menor detalle de lo que significó la primera, y durante veintiocho largos años, la única participación del país en un certamen de tal naturaleza. Él era el arquero y capitán de ese equipo que a ramal y media manta logró llegar a la porteña ciudad de Arica, donde daban por hecho que sería Perú, la nación al otro lado de la frontera, la que se uniría al grupo conformado además por Yugoslavia y Uruguay.
La historia se ha repetido con insistencia, más por estos días de bodas de oro, pero tal vez pocos saben que el primer lance mundialista ante los uruguayos Colombia lo terminó jugando con nueve hombres por las lesiones de Francisco Cobo Zuluaga y Delio Maravilla Gamboa, hombres primordiales en el esquema del técnico Adolfo Pedernera.
“Nos dieron pata todo el tiempo”, advierte el guardavallas barranquillero, en una serie de alabeos que describen cómo a Zuluaga le rompieron cinco costillas y cómo Gamboa fue cayendo por pedacitos luego de la patada que le asestaron mientras disputaba un balón. En ese tiempo la Fifa no admitía cambios, por lo que fue muy complicado para los colombianos mantener la ventaja de un gol que habían alcanzado.
LLegó el juego. Con la amargura de la derrota dos por uno, sin dos de sus estelares y el rótulo de ser “pan comido” para los favoritos soviéticos, Colombia asistía a su segundo enfrentamiento. Un primer gol nacido de una falta que debían cobrar los nacionales y el tres a cero en contra antes de los quince minutos de juego, hacían presagiar una goleada descomunal. Entonces, el Caimán invocó a la patrona del barrio Bostón de Barranquilla, y fue la Virgen del Socorro la que hizo el milagrito de que el balón estuviera lejos de su arco durante el resto de un primer tiempo que terminaba con el descuento de Germán Aceros.
Después vino el cuarto de Rusia y la remontada fantástica de Colombia: el gol olímpico de Coll, la anotación de Antonio Rada y el increíble empate de Marino Klinger. “Pudimos haber ganado, si no es porque en una de las últimas jugadas del partido Toño Rada le pega a la tierra, en vez del balón, cuando ya el arquero ruso Lev Yashin, la Araña Negra, estaba vencido”.
El estrepitoso cinco a cero que en el tercer encuentro Yugoslavia le propinó a Colombia, pasó a un segundo plano tras la estoica actuación de ese domingo 3 de junio. Sin embargo, por las revelaciones del Caimán, se presume que todos los marcadores fueron mentirosos. Esta vez, dice que el cuadro de Pedernera tuvo el balón durante 78 minutos, y que la figura terminó siendo el portero yugoslavo.
Sin importar que el equipo retornara con el costal lleno de goles, la bienvenida en Bogotá fue apoteósica. “Yo no he visto algo similar en mi vida. Eran miles y miles de personas desde el aeropuerto de Techo hasta el hotel San Francisco en la avenida Jiménez. Algo comparable solo con el regreso de Luz Marina Zuluaga cuando fue elegida Miss Universo”. El profesor Sánchez recrea con una grata nostalgia aquellos momentos y se complace de su actual realidad, porque a pesar del paso del tiempo, y de 86 años a cuestas, sigue vigente en la memoria y en el fútbol. Desde hace mucho es instructor de Coldeportes a nivel nacional.
Su vida deportiva. Nació para el arco de fútbol intentando tocarle la barriga a un foco que colgaba en el largo zaguán de su casa paterna. En una rutina autodidacta y para ganar agilidad y altura en el salto, corría veintiocho metros de oriente a occidente, y en sentido inverso, en busca de su objetivo. Cada vez que lo lograba, elevaba el bombillo unos centímetros más. “María Palito, la mona aunque se vista de seda, mona se queda”. Se burlaban los hermanos que no descifraban la intención de los sagrados entrenamientos.
Nunca usó guantes, y sus primeros guayos, comprados en el almacén de don Segundo González, le dieron mucha brega el día de su debut ante Junior, cuando jugaba para el equipo Caldas que dirigía Severiano Lugo, uno de sus mentores. Fueron tres jugadas en las que enterró los taches, se fue de cabeza y se estrelló con una rodilla que lo dejó grogui, a la vista de una tribuna atestada y burlona.
Efraín Sánchez pagó con creces la novatada, y luego se repuso con dignidad para tapar en todas las formas y estilos las bolas que llegaban a su arco. Salió en hombros, así como en los partidos siguientes, pero volvió a tocar tierra al sufrir su primera goleada. Eran aún los tiempos de un fútbol aficionado en Barranquilla, que no obstante, gozaba de cierto prestigio dentro y fuera del país.
Así llegó la oportunidad para Sánchez de integrar la primera selección colombiana, e incluso, de irse al fútbol internacional cuando el equipo Oro de Guadalajara visitó la ciudad y quiso llevárselo para México tras varios juegos preparatorios en los que el novel portero fue figura. Pero la ilusión de Sánchez era irse para Argentina, por lo cual, declinó la oferta.
Al terminar la participación de Colombia en el Suramericano de Guayaquil de 1947, Sánchez concretó su paso al San Lorenzo de Almagro, escuadra en la que se estrenó profesionalmente y en la que fue apodado el Caimán tan pronto como llegó, se presentó y reveló su origen. “El caimán no se fue para Barranquilla, sino que nos lo mandaron para Argentina”, tituló un diario bonaerense. Curioso remoquete para un hombre que a pesar de atajar bien a ras de piso, tenía la virtud de volar de palo a palo y de ser tan contorsionista como un felino. Pero las notas de la famosa canción de José María Peñaranda habían llegado primero al barrio Boedo.
Durante dos años en Buenos Aires, el Caimán Sánchez vivió la huelga del fútbol argentino y el éxodo de sus principales figuras como Rossi, Pedernera y Di Stéfano, quienes aterrizaron en el Millonarios de Bogotá. Regresó a Colombia en 1949 para vincularse al América de Cali y en su segunda salida enfrentar al Ballet Azul, “cuando el equipo bailaba al rival y extendía tarjeta de invitación para el baile del siguiente domingo”, dice el Caimán, pero aclarando que en esa ocasión él no fue bailado sino que, por el contrario, salió victorioso.
La trayectoria del guardameta como jugador incluye además su paso por Cali, Junior, Santa Fe, Atlas de México, Medellín y el propio Millonarios, equipo en el que se consagró campeón en 1964, siendo arquero y entrenador al mismo tiempo. Por todos los conjuntos conserva un cariño especial, pero son San Lorenzo y el Medellín los que más anida en su corazón. El primero por darlo a conocer a nivel profesional, y el segundo, con el que obtuvo las estrellas del 55 y el 57.
Como estratega también condujo a Medellín, Junior, Estudiantes de Mérida, Deportes Quindío y varias selecciones Colombia, entre ellas, la de mayores que conquistó el subtítulo de la Copa América en 1975. La carrera del Caimán Sánchez es una recopilación de logros importantes y de valiosos momentos enlistados en los anales del fútbol colombiano. Historia que él revive como si fuera un riguroso libro escrito a punta de investigaciones.
Con esa misma mística que de adolescente aplicaba a sus entrenamientos en el pasillo de su casa en Boston, Efraín Sánchez asumió el balompié debajo del arco, en el banquillo de técnico y en las aulas de clase como instructor; para eso se preparó en Argentina, en México y en Europa. Manifiesta que vive por y para esta disciplina y que no puede acostarse sin ver fútbol, sin hablar de fútbol.
El Caimán Sánchez interrumpe y recibe una llamada telefónica. Al otro lado de la línea Marcos Coll le avisa que estará en Bogotá de paso para Asunción, donde la Confederación Suramericana le hará un reconocimiento, a propósito del cincuentenario de su proeza en Chile. “Marquitos, tenemos que lograr que sea Joseph Blatter quien te condecore en Brasil 2014”, Sánchez está abogando para que la Fifa distinga con honores a su amigo y único jugador en todos los mundiales que ha marcado un gol olímpico.
Antes de despedirse, El Caimán Sánchez conduce por la galería de su casa y enseña el retrato de la célebre selección el día de su debut en Arica. Señala uno a uno los hombres vestidos con camiseta azul, pantaloneta y medias blancas; varios se han ido y otros, como él, no cayeron en la proscripción de la ingratitud.
El profesor Efraín Caimán Sánchez desnuda un sollozo y estira su brazo. Tremendo honor estrechar unas curtidas manos que no dieron rebote, que nunca llevaron guantes y que tantas penas evitaron a la afición futbolera.
Por César Muñoz Vargas
Twitter: @Sde177segundos
Especial para El Heraldo

