El azar, lo saben todos, suele establecer coincidencias tan curiosas que tendemos a pensar que no son en realidad obra del azar sino de alguna ley o voluntad superior que es imposible de desentrañar. A él acaba de ocurrirle una experiencia así y no ha resistido la tentación de ponerla por escrito.

El jueves pasado abrió el periódico y se dio contra una noticia que le hizo emitir una especie de lamento quedo pero sentido. Daba cuenta de la muerte de la ex nadadora caleña Olga Lucía de Angulo, ocurrida dos días atrás, el martes 8, a causa de un cáncer tenaz que había empezado a minarla desde hacía 15 años. (El maldito cáncer se llevó también hace poco a la actriz María Schneider, uno de los fetiches sexuales de quienes, como él, despuntaban a la pubertad a comienzos de la década de 1970; aunque ya la enfermedad, en alianza con el tiempo, se había llevado su inocente y voluptuosa belleza).

¿Por qué lanzó esa queja, esa “nota apesarada”, ante la muerte de Olga Lucía de Angulo? El nombre de esta mujer ha sido siempre, y sabe que lo seguirá siendo, como una voz mágica que convoca automáticamente en su memoria el recuerdo del carnaval de 1971 ó 1972; para aquel año, él sabía ya quién era ella porque estaba de moda en las noticias de la prensa y la televisión. Aquel carnaval era ante todo una verbena en el barrio Lucero, la verbena oficial de la reina popular de ese barrio (porque entonces cada reina popular tenía su propia verbena, que era una gran fiesta celebrada durante varias noches en una vía pública cerrada para tal fin, de modo que era habitual escuchar a toda hora en la radio a Marlene Primera, o a Beatriz o a Marta Primera invitando a todos, gran pueblo barranquillero, a su requetemorrocotuda verbena frente a su palacio real).

Cada noche él iba con sus amiguitos de la cuadra a apostarse junto a la alambrada que delimitaba aquel fenomenal baile animado y durante horas se deleitaba oyendo la música y viendo a las parejas, disfrazadas o no, dando alegres giros en la pista de cemento. El momento apoteósico ocurrió cuando una noche vio a su padre sacar a bailar a la mismísima reina en persona, que era una muchacha muy bonita, y lo hizo con una destreza y una propiedad tan plausibles que no sólo se sintió muy orgulloso de él ante los demás sino que durante todo el día siguiente no pudo evitar mirarlo como a un héroe.

Aquella inolvidable verbena está asociada en su memoria con ese grandioso episodio, tanto como lo está con una canción que sonaba una y otra vez cada noche, una canción cuya grata, fluyente melodía, por eso, arrastra todo aquel carnaval y su incipiente adolescencia: es el porro Mi Cali bella, interpretado por la Billo’s Caracas Boys, y en el cual, justo en uno de sus pasajes más cadenciosos, Cheo García exclama: “¡Y que viva Olga Lucía!”.

¿Ya ven por qué él se ha lamentado tanto al enterarse ahora que ella ha muerto y que lo ha hecho precisamente en medio de los alborotos de otro carnaval?
joamattosomar@hotmail.com

Por Joaquín Mattos O.

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