La franquicia Depredador ha tenido muchas caras, pero nunca una tan inesperada como esta. En Depredador: tierras salvajes, que llega a los cines este jueves, el monstruo deja de ser el enemigo para convertirse en protagonista. Dirigida por Dan Trachtenberg, la nueva entrega de 20th Century Studios reescribe las reglas del mito con una historia que combina épica, ciencia ficción y una extraña ternura entre una criatura y un robot.
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Ambientada en un planeta remoto del futuro, la cinta sigue a Dek (Dimitrius Schuster-Koloamatangi), un joven Yautja —el nombre real de la especie depredadora— exiliado por su clan. En su intento por demostrar su valor, deberá cazar a una criatura imposible de matar: el Kalisk. Pero su destino cambia cuando encuentra a Thia (Elle Fanning), un androide destrozado que conserva, sin embargo, una curiosa chispa de humanidad. Entre ambos nace una alianza improbable que redefine lo que significa ser un “monstruo”.
“Esta es la primera película en el universo de Depredador que se cuenta desde la perspectiva del propio Yautja”, explicó Trachtenberg. “Dek es el más débil de su clan, alguien con todo en contra, pero con una fuerza interior que lo hace profundamente humano”. Esa inversión de roles —convertir al cazador en protagonista— es el corazón del film. “Quería que la gente encontrara un punto de conexión con ‘los malos del universo’”, dice el director. “Su cultura es brutal, sí, pero también profundamente ritual y jerárquica. Me interesaba explorar su mundo sin destruir el misterio que siempre ha rodeado al Depredador”.
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Un monstruo con alma
Dimitrius Schuster-Koloamatangi, actor neozelandés de origen tongano, se enfrentó al reto de encarnar al primer Depredador heroico. “No lo creí cuando me dijeron que iba a interpretar al Depredador”, confesó entre risas. “Pensé que era una broma. Pero luego Dan me explicó que esta vez el personaje sería el centro emocional de la historia”.
El actor tuvo que aprender Yautja, un idioma construido especialmente para la película por el lingüista Britton Watkins. “Era dificilísimo”, recuerda. “Tuve que entrenar músculos de la garganta que ni sabía que existían. Pero me ayudó a transformarme completamente. Cuando hablo ese idioma, cambia hasta mi postura corporal”.
Su interpretación no depende solo del cuerpo: por primera vez en la franquicia, el Depredador permanece sin máscara durante casi toda la película, permitiendo que se vean sus gestos. “Queríamos un personaje capaz de transmitir emociones a través de sus mandíbulas y colmillos”, contó el supervisor de efectos visuales Olivier Dumont. “Dimitrius tenía una expresividad tan potente que decidimos dejar su rostro descubierto para que la audiencia pudiera sentir lo que él siente”.
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El propio actor lo resume así: “Los Yautja no son malvados. Su vida gira en torno a la caza como símbolo de estatus, como para nosotros lo es el dinero. Son feroces, sí, pero también tienen códigos. Me interesaba mostrar eso: su orgullo, su dolor, su necesidad de pertenecer”.

Elle Fanning: el alma de la máquina
Thia, el androide que acompaña a Dek, tiene apenas medio cuerpo, pero toda la energía de un huracán. “Cuando leí el guion pensé: ‘espera, no tengo piernas, soy un robot y además voy amarrada a la espalda del Depredador… ¿cómo vamos a hacer esto?’”, contó Elle Fanning entre risas. “Pero Dan tenía una visión tan clara que no dudé. Me dijo: ‘confía en mí, será algo que nunca se haya visto en cine’”.
La actriz, que filmó gran parte de sus escenas suspendida en el aire o enterrada en el suelo, asegura que el rodaje fue un reto físico y emocional: “Pasé horas colgada de un arnés, con las piernas atadas, y Dimitrius cargándome por colinas y pantanos. Había días en que literalmente era su mochila”, dice. “Pero esa cercanía física ayudó a construir la relación entre Thia y Dek. La historia es, en el fondo, sobre dos seres rotos que aprenden a confiar el uno en el otro”.
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Para Fanning, el guion ofrece algo inusual en una saga conocida por su testosterona: vulnerabilidad. “Dan escribe mujeres complejas y fuertes, pero no solo por su poder físico, sino por su curiosidad, su empatía”, asegura. “Thia puede ser un robot, pero tiene una humanidad que me conmovió. Es optimista, sarcástica, inquebrantable. Y su vínculo con Dek es lo más tierno y extraño que he interpretado”.

Un planeta llamado Genna
Rodada íntegramente en Nueva Zelanda, Depredador: tierras salvajes aprovecha los paisajes naturales del país para construir el planeta Genna, un mundo de selvas húmedas, playas negras y criaturas imposibles. “Me atraen los escenarios naturales, la luz real, la textura del mundo físico”, dijo Trachtenberg. “Nueva Zelanda tiene todo eso: jungla, desierto, niebla. Es el único lugar donde podíamos hacer que este planeta pareciera vivo y peligroso”.
El diseño de producción estuvo a cargo del nominado al Óscar Ra Vincent (El Hobbit), quien transformó la geografía local en un ecosistema letal. “Queríamos una naturaleza que pareciera estar viva, respirando, lista para devorarte”, explicó. “Usamos la humedad, el lodo y la lluvia neozelandesa como parte de la estética. No hay manera de falsificar ese frío o ese calor”.
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El resultado, como describe el propio Trachtenberg, es “una mezcla de El Señor de los Anillos y Alien”. Cada planta, cada roca, cada criatura —desde los “bisonte de hueso” hasta los “árboles elefante”— fue concebida para que el espectador sintiera que no hay un solo rincón seguro.
Detrás del rugido
Para el director, lo más importante era conservar la esencia del mito creado en 1987, pero llevarlo hacia un territorio emocional inexplorado. “El primer Depredador me marcó por su combinación de géneros: era acción militar, luego terror, luego ciencia ficción. Quise recuperar esa variedad, pero desde el punto de vista de la criatura”, dijo Trachtenberg. “Los grandes monstruos del cine funcionan cuando despiertan algo más que miedo: curiosidad, compasión, incluso ternura”.
Ese espíritu se refleja también en el diseño del lenguaje y la cultura Yautja. Según el lingüista Watkins, “los sonidos del idioma fueron pensados para salir de una garganta no humana, sin labios ni dientes. Es un idioma gutural, pero con estructura gramatical. Incluso tiene palabras que son guiños: ‘dan’ significa sol, y ‘alec’, amigo, en homenaje a Trachtenberg y al diseñador Alec Gillis”.
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La producción contó además con un equipo de efectos visuales de lujo —Wētā FX, ILM, Framestore— que combinó animatrónica, captura facial y paisajes reales. “El reto era hacer visible la emoción bajo los colmillos”, explica Dumont. “Por primera vez, un Depredador puede sonreír, dudar, sentir miedo”.

El cazador convertido en héroe
Al final, Depredador: tierras salvajes no solo amplía el universo de una franquicia mítica: también propone una nueva lectura de su criatura emblemática. “Esta película existe gracias a los fans, pero también para ellos”, resume Schuster-Koloamatangi. “Queríamos darles algo que no esperaran: un Depredador que puedes entender, incluso amar”.
Elle Fanning lo dice con más simpleza: “Es una película enorme, divertida, llena de acción, pero también tiene corazón. Quiero que la gente salga del cine hablando de él, no solo de sus armas, sino de lo que siente”.
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Y quizás ese sea el verdadero triunfo de Trachtenberg: haber hecho que un monstruo legendario se sienta vivo otra vez —con alma, con dudas, con un rugido que esta vez suena casi humano.




















