En una renovada adaptación del cuento de Phillip K. Dick, Podemos recordarlo para usted al por mayor, se reinventa esta película de ciencia ficción que si bien es escasa en emocionalidad, el acelerado desarrollo de la tecnología desde 1990 –año en que se estrenó la anterior entrega–, le ha brindado la posibilidad de ejecutar la historia de una manera más realista
en lo que a ambientación se refiere.
Y, aunque el nuevo guión no esté aproximado al relato original, no es trascendente debido a que la espectacularidad de los efectos visuales, y el minucioso detalle en el decorado, le proveen gran autenticidad a la imagen mental de un mundo apocalíptico que podría acontecer si no se utilizan políticas de desarrollo sostenible para detener o dilatar la contaminación ambiental.
El filme es llamativo, ostentoso y emplea, con ingenio algo risible, una metáfora interna como la inclusión del libro La espía que me amó, del fallecido autor británico Ian Fleming, y de la misma forma acude a cierta referencia de un ícono político como la efigie del presidente de EU, Barack Obama, en un billete futurista.
Con un complejo atractivo de actores, tanto en experiencia como en belleza física, entre los que se destacan Colin Farrel, que reemplaza a Arnold Schwarzenegger, sumado a Jessica Biel y Kate Beckinsale, conforman el triángulo que le proporciona energía a este filme, que concentra su genialidad en la idea de implantar un recuerdo no vivido en la mente de una persona en el marco de un régimen totalitarista. Aunque, finalmente, sus diálogos inexpresivos le restan claridad y profundidad psicológica al tema.
Por otro lado tenemos a Salvajes, una película con un eje central postmoderno acerca del amor y sus límites, que también explora la lucha por el poder y la dicotomía del bien y el mal en la naturaleza humana, que flojea con estereotipos caricaturescos de los mexicanos narcotraficantes vistos a través de los ojos de Hollywood.
Pero en últimas, esta cinta reivindica en gran parte el cine de autor que habría perfilado a Oliver Stone como un director de culto, a través de aspectos como el sexo explícito y violencia extrema justificada dentro del guión.
Llama la atención la referencia a Ofelia, el personaje dulce e inocente perteneciente a la obra de teatro Hamlet, pareciendo invocar la tragedia que les sobreviene a parte de sus personajes.
De los pocos fallos, vemos al actor Demián Bichir subutilizado para un rol que pudo haber dado para más, y a la artista Salma Hayek, a quien su sobreactuación la desvió por momentos del lenguaje cinematográfico, al otorgarle cierta impronta novelera de pantalla chica a su rol.
Por Carolina Pardo
Crítica de Cine