Hace unos días en una droguería me antojé y compré un Tetrapack de 200 cc. con agua de coco, pero cuando lo probé no me gustó para nada su sabor. Hecho en México, leí en su envase, que además rezaba: Pura agua de coco 100% natural, sin azúcar ni conservantes. ¡Carajo! ¡No sabía que los cocos mexicanos supieran diferente de los nuestros! Procuré entonces conocer los orígenes de las variadas marcas de agua de coco en diferentes supermercados y tiendas. Encontré aguas de coco importadas de Asia. No encontré agüita de coco costeña, aunque sí alguna producida en el interior. Sentí enseguida un sinsabor, no originado por esas aguas de coco, importadas o cachacas, sino por comprobar la pobreza de nuestra agroindustria costeña y atlanticense.
Es que es esa la misma sensación que me asalta cuando en época de cosecha de mango se informa que se pierden cada año millones de estos, sin aprovecharlos, pudiendo convertirlos en pulpa que pueda conservarse, en dulces, en compotas, o en cualquier otro producto. Y es que Colombia puede que sea un país exportador de banano, pero con certeza que este, que se da en la costa, se podría industrializar mucho más, para producir harina, fécula, tajaditas crocantes, o cualquier otro producto exportable en grandes cantidades, para darle valor agregado a esa fruta que ofrece unos costos básicos muy competitivos. De la papaya verde se producen las frutas cristalizadas de todos los colores y sabores. Así hay una gran cantidad de posibilidades que nos brinda el campo, hoy desaprovechadas o aprovechadas de manera muy limitada. En los supermercados locales casi que solo encontramos productos comestibles producidos en el interior del país porque hoy adolecemos de una agroindustria bien tecnificada en el Atlántico, que generaría mucho empleo que acá requerimos con urgencia.
Recorriendo por tierra el año pasado siete países de Europa, tuve la oportunidad de constatar cómo allá se aprovechan todos los campos de manera intensiva, con cultivos de toda índole de acuerdo a las condiciones de cada zona. Ver los miles de muy ordenados, variados y limpios cultivos en zonas planas y escarpadas, con algunos espacios con vegetación arbórea natural, preservados como medianos bosques que oxigenan la campiña, me convenció que Europa es un muy inmenso campo técnicamente cultivado, y en medio de este, se levantan grandes y medianas ciudades, así como pequeñas poblaciones, enclavadas todas dentro de un muy bien aprovechado campo rural. Produce Europa todo lo que sus suelos le permite, para transformarlo con valor agregado, y el resto para abastecer los mercados más variados.
En nuestro Departamento del Atlántico, con una muy extensa red vial que nos conecta hoy de manera fácil y cercana, tenemos esa importante tarea pendiente. Me agrada pasear por nuestros municipios que están en mora de embellecer sus cabeceras municipales para atraer turismo barranquillero inicialmente y nacional después, y solo aprecio monte y más monte desde las carreteras, nada de cultivos que puedan destacarse, ni siquiera una ganadería organizada. Encontrarse con una finca productiva es casi imposible. Con un área tan reducida y tantos cuerpos de agua dulce, se deberían multiplicar los distritos de riego y jagüeyes, así como facilitar la tecnificación y explotación de la mayor parte de nuestro campo. ¿Será utopía? Ojalá nuestra gobernadora lograra esa transformación.
nicoreno@ambbio.com.co
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