Anoche sin querer, sentado en una banca de esas que pocas veces se puede disfrutar sin temor a que se acerque alguien peligroso o perturbador, me sorprendió la discusión de una pareja que, entre el tono jocoso del doble sentido, las miradas llenas de picardía y algún comentario propio del reclamo o la molestia, levantaban la voz sin advertir que alguien se estaba enterando de sus preferencias. ¿Nos gusta oír lo que no debemos?
Fue inevitable escuchar la conversación de dos jóvenes en la plaza de la capital de un país que no deja de soñar a pesar de los episodios negros de su historia y la difícil situación económica global. Parece que la naturaleza nos invita a oír lo que hablan los demás para tal vez con buenas intenciones, entender su forma de pensar y cómo se comportan.
Él decía que prefiere una mujer recatada, discreta, sincera, reservada, inteligente y principalmente prudente, por encima de la apariencia maquillada en la época dominada por la imagen mejorada con todo tipo de recursos y artefactos superando la calidad del rostro en estado natural.
Ella afirmaba que la apariencia es la proyección de la esencia y en esa discusión nadie suele tener la razón. Generalmente en las relaciones vence lo seductor sobre lo interesante, argumentó sin sonrojarse. Para cerrar el diálogo concluyó con pregunta y afirmación ontológica: ¿Preferirías la estética agradable de la filosofía de una hermosa mujer o la fealdad de reflexiones tan vagas cómo poco atractivas? ¿Viste? Mejor bonita e inteligente que poco agraciada, aunque sea artificial.
La prudencia es la llave de la confianza. La capacidad que se tiene para abrir y cerrar las puertas de la realidad sabe recompensar con buena estima, gratitud, afecto y amistad a sus portadores. Es un valor reducido a niveles de escasez propiciando la amenaza latente de la extinción del principio virtuoso en la sociedad escandalosa: El rumor es el humo de la mentira mostrando que alguna vez ardió el fuego de la verdad.
Los secretos inteligentes son informaciones, datos, cifras, historias, experiencias y hechos resguardados a partir de la conciencia de su relevancia y el valor que se la da a quién deposita la confianza en quienes espera sean capaces de proteger su confidencialidad, la privacidad y el carácter sensible de lo que se oculta, previniendo la ocurrencia de daños propios de la revelación del contenido íntimo. Vulnerar su reserva sin autorización es un delito con implicaciones morales.
Oír de más y sin permiso es algo muy malo. Falta al respeto. Procuremos elogiar la prudencia y aprendamos a guardar nuestros secretos inteligentes.