El Heraldo
Opinión

Sometamos al ego

El ego es el exceso de autoestima y el culto en demasía de sí mismo. 

Una persona ególatra siente una exagerada valoración hacia ella misma, se considera superior a los otros, y su pretensión permanente es despertar en los demás la misma admiración e, incluso, adoración que siente por su persona. Está convencido de que la razón y la verdad están en su poder, sin admitir o siquiera contemplar la validez de otros criterios. Además, tiene dificultad para mantenerse en la realidad e interrelacionarse de manera dialógica con sus congéneres.

El ego siempre ha estado presente en el ser humano. Los griegos crearon el mito de Narciso para representarlo, los egipcios se lo atribuían como característica a sus múltiples dioses, en la cultura china se representaba como un elefante que podía ser hediondo o perfumado, de acuerdo a si él te dominaba o tú a él.

En el mundo actual, en el que predomina una sociedad mercantilizada y clasista, el ego es entendido como un reflejo o consecuencia de la competición constante por lograr poder, riqueza y ascenso en el estatus. La egolatría se torna en una característica de la personalidad adaptada a una sociedad sumamente competitiva en la que priman las apariencias y la necesidad de éxito por encima de los intereses de la sociedad en su integridad. El ego exagerado es frecuente y sumamente dañino en los gobernantes, los burócratas, los potentados, los académicos y toda persona bajo cuya responsabilidad estén otras.

A propósito del tema, he recordado el cruce de correspondencia entre Albert Einstein y Sigmund Freud, en 1932, en las que el físico le pregunta al ‘padre del psicoanálisis’ si existe un medio de librar a los hombres de los antivalores que los aprisionan. En su respuesta, Freud se refiere al fortalecimiento del intelecto para dominar la vida instintiva. Sin embargo, podemos ver que, paradójicamente, esta conducta no perece a mayor nivel educativo y cultural, sino que tiene la tendencia de crecer; entre más educados más ego tenemos. 

Renunciar a la posesión imaginaria del constructo mental que es el ego es algo sumamente complejo. Es difícil desprenderse de una identidad que has forjado a lo largo de tu vida. Te pudiera parecer como una muerte en vida o una muerte parcial de tu personalidad, y en realidad lo es, pero, al hacerlo, se te da la oportunidad de una nueva vida en la que serás más sensible, más solidario, más amistoso, en fin, mejor persona, como lo define magistralmente el filósofo Ralph Waldo Emerson: “Nadie ha aprendido el sentido de la vida hasta que ha sometido a su ego para servir a sus congéneres”.

Es necesario alimentar adecuadamente nuestra autoestima con base en el reconocimiento de los valores de los demás, a fin de construir relaciones interpersonales permeadas por la confianza y el respeto. Compaginar con un ego que uno controle y domine debe ser una tarea diaria de todos. Yo estoy en esa lucha de vencer el mío, para ello me ayudan mis hijos pequeños, ya que carecen de él, y una esposa sencilla que me motiva con su ejemplo.

rector@unisimonbolivar.edu.co

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