El documento de estrategia de seguridad nacional de Estados Unidos publicado en noviembre de 2025 no es un documento retórico, es una ruptura con el pasado. Marca el fin del multilateralismo ingenuo, el lenguaje aspiracional, y devuelve la política exterior estadounidense a una lógica cruda: intereses vitales, hemisferio primero, seguridad dura, soberanía y resultados. Para Colombia, el mensaje es incómodo, pero claro. El hemisferio occidental vuelve a ser la principal prioridad de Estados Unidos. Esto implica mayores exigencias de resultados, pero también abre oportunidades. Se acabó la época de la irrelevancia benigna.

Estados Unidos redefine su foco externo no por romanticismo latinoamericano, sino por razones concretas: migración, narcotráfico, crimen transnacional, y la creciente presencia de potencias extra hemisféricas. En este contexto, Colombia deja de ser un “socio ejemplar” en abstracto y pasa a ser evaluada como activo o pasivo estratégico. No hay zonas grises, de ahora en adelante, todo se mide en resultados.

El documento es explícito: la era de la migración masiva ha terminado. Esto se traduce en presión directa sobre países expulsores. Colombia, con flujos migratorios crecientes hacia Estados Unidos, una frontera desbordada y economías ilegales fortalecidas, entra en la lista de países a los que Washington exigirá control efectivo del territorio, no narrativas. La indulgencia de las buenas intenciones se acabó.

El segundo eje es el narcotráfico. La estrategia vuelve a hablar sin eufemismos de carteles, crimen organizado y control territorial. Para Estados Unidos, estos no son problemas sociales sino amenazas a su seguridad nacional. Un gobierno colombiano que relativice la lucha contra economías ilegales, debilite la cooperación judicial o politice la seguridad, se expone a sanciones indirectas: pérdida de cooperación, restricciones financieras y aislamiento estratégico.

El tercer eje es energía y reindustrialización. Estados Unidos abandona el dogma del net zero como prioridad absoluta y coloca la seguridad energética en el centro de su estrategia. Aquí surge una oportunidad monumental para Colombia: gas, petróleo, minerales estratégicos, biodiversidad con trazabilidad y cadenas de suministro confiables. Pero esa oportunidad solo existe para países previsibles, con reglas claras y respeto a la inversión. El discurso anti empresa no dialoga con esta estrategia.

El cuarto eje es tecnología y estándares. Washington busca imponer sus normas en IA, salud, biotecnología y datos. Colombia puede subirse a ese tren como proveedor, hub regulatorio o socio tecnológico o quedar atrapada en un limbo regulatorio que la excluya de los grandes flujos de capital y conocimiento.

En síntesis, esta estrategia no castiga ideologías, castiga ineficiencias. No persigue gobiernos de izquierda o derecha, sino Estados que no controlan su territorio, no cumplen compromisos y no alinean sus incentivos con la seguridad hemisférica.

Para Colombia, el mensaje es brutalmente honesto: o vuelve a ser un socio estratégico confiable de Estados Unidos, o será tratada como un problema regional más. La diferencia entre ambas opciones no es ideológica. Es institucional.

Y esa decisión no se toma en Washington. Se toma en Bogota, asi se de con la amenaza de otro listado adicional de funcionarios en vilo de entrar en OFAC.