Cuando le cuento a mi sobrina algún suceso fuera de lo común, me dice: “¡Ajo, tío!”. ¿Ese ‘ajo’ es aféresis de ‘carajo’? beto/75, B/quilla

Aféresis es la supresión de un sonido al comienzo de una palabra: violonchelo-chelo. ‘Ajo’ es, en efecto, aféresis de ‘carajo’, pero también es un eufemismo. Como la interjección ‘¡carajo!’ es malsonante, se acude al eufemismo ‘¡ajo!’ para reemplazarla. Un eufemismo es una palabra usada con el mismo sentido de otra, pero como es decorosa no hiere sensibilidades.

¿Borges era asexuado? Carlos Pinilla Murgas, Bogotá

Ante la descomunal dimensión intelectual de Borges, su pregunta luce frívola. No puede haber sido asexuado quien llegó a escribir: “Yo, que tantos hombres he sido, no he sido nunca aquel en cuyo abrazo desfallecía Matilde Urbach”. ¿Puede escribir palabras de tanta intensidad erótica un hombre al que no le interese el sexo? Lo que ocurría era que, lleno de un terror añejo desde sus días juveniles de Ginebra, a Borges le costaba dar el paso inicial. Es conocido el episodio narrado por Estela Canto (escritora argentina buenamoza y desprejuiciada) en su libro Borges a contraluz (Altamir, 1989), en el que afirma que, aunque durante los abrazos ella sentía su virilidad, él no se atrevía a superar los besos repetidos, y cuando él le pidió que se casaran ella le dijo que antes debían tener relaciones sexuales, a lo que él se mostró renuente, aunque le pidió que lo ayudara a dar ese paso, que nunca se dio. Estela escribe: “Caminábamos tomados de la mano, nos besábamos y nos abrazábamos, pero él nunca intentó ir más allá, ni siquiera cuando estaba excitado, y se excitaba como cualquier hombre normal. La realización sexual era aterradora para él”.

Nota: Sobre mi respuesta acerca del origen de ‘parar bolas’, que atribuí a lances del béisbol, me escribe don Julio Rafael Pérez Puentes: “Encontré hace mucho tiempo esta sabrosa versión sobre la expresión ‘parar bolas’. Alfredo Iriarte, en su Rosario de Perlas, cuenta que la locución no es ‘parar bolas’ sino ‘poner bolas’. Que el origen de este colombianismo está en los billares. La gente pedía al tendero que le pusiera bolas en la mesa para jugar”. Yo leía a Iriarte y conozco esa versión, que podría ser válida, pero la deseché porque se me hacía forzada y de escasísimo uso, pues, por ejemplo, si dos personas conversan y una se abstrae o si un enamorado habla a su enamorada distraída, con seguridad los primeros nunca dirán “ponme bolas”, sino “párame bolas”.

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