Hace 750 años nació, en Malí, Musa Keita. Era hijo del emperador, trono que heredó joven. En su reinado se descubrieron las minas de oro más grandes del mundo conocido. Construyó una nueva capital, la legendaria Timbuktú. Atrajo talento de países árabes y europeos a su país. Cuentan que para su peregrinación a la Meca, organizó una expedición que duró dos años, con 60.000 personas, miles de esclavos y de camellos con toneladas de oro que iba repartiendo por los pueblos del camino. Se ha estimado que la cantidad de oro que poseía, ajustada a precios actuales, lo convertiría en más rico que Elon Musk.
Así inició Xavier Sala-i-Martin su conferencia para cerrar el foro de la OCDE de Desarrollo Local en Barranquilla. Doctor en Economía de Harvard, Sala-i-Martin desarrolló varias tesis de interés y relevancia, pero la sola historia de Musa Keita da para un par de columnas. Ésta para resaltar que con toda su riqueza no tuvo ni aspirina para el dolor de cabeza, ni lentes si los necesitó, ni los dientes completos, tampoco vacunas para sus hijos y murió de 51 años.
Pero sus carencias como las de todos los emperadores, visires y zares hasta hace un par de siglos iban más allá de la precariedad de su salud. Las más críticas y poco mencionadas tienen que ver con higiene personal y colectiva. No había inodoros sino bacinillas, ni desodorantes, ni crema dental, ni calzoncillos de algodón, ni pañales absorbentes. Tampoco toallas higiénicas para las mujeres cuyos olores periódicos inocultables, o reemplazados por alcanfor, debieron influir en el retraso de su ingreso al mercado laboral hasta hace solo un par de generaciones. No había alcantarillado ni agua corriente, ni electricidad y, claro, tampoco agua caliente, hielo, helado de vainilla, ni aire acondicionado.
Hoy la esperanza de vida mundial es de 70 años, el 80% de los niños está vacunado contra alguna enfermedad, más del 80% de la humanidad tiene acceso a electricidad y los países de ingreso medio albergan la mayor parte de la población del mundo. Por supuesto que debemos preocuparnos y ocuparnos de los que faltan. Pero lo más asombroso es que eso y más se haya logrado en los últimos 300 años al tiempo que la humanidad pasaba de 700 a 8.000 millones. En la siguiente columna veremos por qué la ciencia, el capitalismo, los combustibles fósiles y la democracia aupada por la burguesía, todos tan calumniados en estos días, son los “culpables” de que hoy miles de millones puedan vivir mejor que el hombre más rico de la historia.
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