Gaza pareciera estar desapareciendo, y no es una exageración o un urdimiento de algunos líderes internacionales o países con intereses específicos. De verdad se está apagando, se está quedando sin niños –que mueren de hambre–, sin adultos –que están siendo asesinados indiscriminadamente–, y por supuesto sin siquiera un territorio en el cual los sobrevivientes se pueden asentar cuando esta cruenta guerra llegue a su fin.
El recuento de la semana pasada de Naciones Unidas es escabroso: más de 100 personas fallecieron por inanición, casi la mitad de ellas niños y niñas a quienes se les está negando la mínima condición para aguantar en medio del desastre: un alimento. Las ayudas están bloqueadas y el reparto está siendo mediado por una fundación cuya labor está en la lupa de la comunidad internacional.
Por otro lado está la cifra de muertos en los ataques que se eleva a casi 300, lo que lleva el recuento total a 60 mil vidas perdidas en medio de la guerra y a casi 150 mil la de heridos, muchos de ellos en estado crítico. Esto sin sumar el número de muertes por hambre, que ha venido en aumento las últimas dos semanas por cuenta de los bloqueos, y las 1.200 personas que el grupo terrorista Hamás asesinó en Israel.
De igual forma, el reciente ataque a la única iglesia católica en Gaza removió fibras sensibles en la comunidad internacional, pues la parroquia de la Sagrada Familia fungía de refugio para más de 500 personas desplazadas, incluidos niños y personas en condición de discapacidad.
En ese contexto, más marcado por la desesperanza y el horror, la retirada de los negociadores israelíes y estadounidenses en Qatar y el endurecimiento de las condiciones de Hamás, alejan un acuerdo por la liberación de rehenes y una tregua prolongada.
No en vano las alertas se disparan y las posiciones de los países se retesan, como es el caso de Francia, donde su presidente Emmanuel Macron anunció que su gobierno reconocerá al Estado palestino durante la Asamblea General de las Naciones Unidas que se celebrará en el mes de septiembre.
Sus palabras, aunque han sido blanco de críticas de todas las índoles, más que a un reconocimiento invitan es a fijar una posición frente a la guerra que lleve al alivio de la agonía de los palestinos bajo la “necesidad urgente de proteger a la población civil” por medio de un “alto el fuego inmediato, el acceso a ayuda humanitaria, la liberación de todos los rehenes y la desmilitarización de Hamás”.
Otro clamor que se ha alzado en medio del desasosiego es el del papa León XIV, quien condenó la “barbarie” de la guerra en el territorio palestino e instó a no “recurrir indiscriminadamente a la fuerza”.
El sumo pontífice hizo un igual llamado a la comunidad internacional para que observe el derecho humanitario y respete la obligación de proteger a los civiles, así como la prohibición del castigo colectivo, el uso indiscriminado de la fuerza y el desplazamiento forzoso de poblaciones.
Mientras tanto, ni las “pausas humanitarias” anunciadas en las últimas horas por Israel para permitir el ingreso de ayudas logran frenar la cifra de muertos. La tragedia no para, en tanto que el hambre, el dolor y la desesperación se apoderan de cada resquicio de la Franja.