El Heraldo
Opinión

Hasta luego

Les pido permiso, entonces, para ausentarme.

Era enero de 2012. Andrea Jaramillo hacía su homenaje al gran Joe Arroyo, ante una multitud enloquecida que bailaba cada sonido de trompeta.

En la tribuna preferencial del Romelio estaba Ernesto McCausland, el flamante editor general de EL HERALDO.

En la distancia observaba todo, mientras la reina entonaba cada verso del bando que elaboramos.

Habíamos acordado cada punto, con sus comas. Queríamos que cada línea sonara a joeson, a chalupa, a chandé.

Nos gustaba. Casi que lo habíamos bailado, estrofa por estrofa.

Pero la prueba de fuego era ese día, a esa hora, y con las gradas a reventar.

Si no gustaba entre la gente sería un desastre.

El termómetro lo recogerían los medios al día siguiente. Y allí estaba el representante de uno de los más influyentes.

Cuando acabó la lectura, se paró y se fue sin siquiera musitar.

Esa noche no dormí. Ernesto era, a decir propio, un carnavalero aburrido, pero sin duda un conocedor de la fiesta. Como narrador natural sabía, además, cómo se contaba un fandango.

Hacia las 10 de la mañana siguiente, recibí una llamada. Era Rosario Borrero, su jefe de redacción. Ernesto quiere decirte algo, me dijo. Y lo dejó al habla.

“A mí no me gustan cómo escriben los académicos”, sentenció de entrada. “Sus textos son bodrios que no entienden ni ellos mismos, pero me gustaría probar contigo”.

Y aquí he estado durante 2.318 semanas ininterrumpidas.

Mis posturas editoriales las conocen los que me leen y los que se enteran por quienes lo hacen. En este trance irrito a algunos y agrado a otros. A veces más lo uno que lo otro.

Saben, de cualquier manera, de mi amor por esta ciudad, la justicia social y la cultura Caribe. Por estas líneas he agitado debates sobre el buen periodismo y el manejo del idioma. Cuando amanezco inspirado hago algunas puntadas a los corazones.

Pero en todo ello haré una pausa obligada.

Extiendo, para empezar,  mi gratitud a Ernesto, donde quiera que esté su alma esplendida; y a Oscar Montes, Marco Schwartz y Erika Fontalvo, quienes jamás objetaron una postura editorial y, por el contrario, siempre consintieron mis caprichos argumentativos.

Mi ofrenda es por supuesto para mis lectores.

El narrador guarda desde hoy la pluma. Hasta nueva orden.

Estaré pensando la ciudad y la región desde las comunicaciones. En un momento crucial de su presente, tampoco sería ético que continuara hablando de esos temas desde una tribuna de opinión, cuando hago parte del equipo que los produce.

Será evidentemente otro escenario, en el que intentaré probar, además, si los conceptos que enseño regularmente en la universidad tienen sentido en campo.

Les pido permiso, entonces, para ausentarme.

En la nueva tarea seguiré desplegando mi devoción irreductible por esta urbe y, si me lo permiten, reafirmando mis búsquedas por la equidad y la defensa de lo que somos como cultura.

Pero debo confesar que no será fácil estar sin ustedes.

albertomartinezmonterrosa@gmail.com

@AlbertoMtinezM

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