“Su doctrina, la de Zaratustra, y sólo ella, considera la veracidad como virtud suprema, esto significa lo contrario de la cobardía del “idealista”, que, frente a la realidad huye. Él tiene más valentía que todos los demás pensadores”; dice Nietzsche en “Así habló Zaratustra”. Otra explicación de la tentación de escabullírsele a la realidad es el infantilismo, retratado en una anécdota de la vida real: El papá le dice a una amiga de mi infancia: “Te pones la piyama o te doy un correazo”. Ella replica: “¿Papá tú me quieres?”. “Claro” responde él con sorpresa a la inesperada pregunta. “Entonces”, replica ella “¿por qué no me pones a escoger entre dos cosas que me gusten?” La vida no tiene consideraciones de principios para ofrecerles a los idealistas un menú de realidad a su gusto, tampoco nos ama tanto la divinidad como para procurarnos alternativas propias del Jardín del Edén.

La vida es una secuencia de renuncias a todas las otras innumerables opciones de qué hacer con ella en cada instante, diferentes a la única que podemos escoger para dedicar a retazos nuestra existencia. Cada decisión, aún inconsciente, implica el sacrificio total o parcial, temporal o definitivo de todas las otras opciones, algunas de las cuales podrían haber sido tanto o más satisfactorias que las que fuimos escogiendo. “La renuncia es el viaje de regreso del sueño”, dijo un poeta. “Estamos condenados a decidir y cada decisión puede implicar una pérdida irreparable” nos recuerda Isaiah Berlin.

Para paliativo de las angustias de quienes se resisten a esos sacrificios existe una larga tradición filosófica occidental en defensa del valor ético de escoger el mal menor. Tomás de Aquino, filósofo, teólogo y jurista católico, justificó permitir un mal menor para evitar un mal mayor, tanto en la política como en la providencia divina; es decir, como una guía ética y teológica. Jeremy Bentham argumentó que la acción que brinda un mayor bienestar general es moralmente correcta. Nicolás Maquiavelo concluyó que elegir el mal menor era una necesidad política para evitar el mal mayor. El pragmatismo de William James señala que ante dos males se debe optar por el que tiene menos consecuencias negativas, que resulta mejor para la sociedad.

En la actual coyuntura política, le dedico esta columna a varios amigos proclives a intentar salvar su conciencia absteniéndose de votar, votando en blanco, o “yéndose a ver ballenas” si la realidad no les permite escoger entre “dos cosas que me gusten”.

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