Me hace falta jugar dominó. Es que sentarnos a la mesa para tirar fichas siempre fue un pretexto para el encuentro con personas importantes en mi vida. Más allá de la atención, la memoria y las probabilidades de las jugadas del contrincante, lo más trascendente de estar ahí en la mesa es la conversación.
Mi papá, mi maestro en el juego, le molestaba que habláramos mientras se desarrollaba la partida. Con su voz nasal decía: —El dominó lo inventó un mudo. Es decir, podríamos estar en silencio solo compartiendo el ballet de las fichas en la mesa.
En la mesa de dominó hay mucho más que fichas estrellándose contra la madera. Hay historias de vida que se hacen presentes a través de relatos compartidos que generan confianza. Se sienten las complicidades de amigos que permiten la burla, y despiertan el deseo de gozar la presencia del otro. Nunca he jugado con alguien con quien no tenga una historia compartida. Siempre son amigos y compañeros de camino.
Causa mucha felicidad poder “ahorcarle” el doble y meter varias fichas de un solo “tacazo”, pero no por ganar sino por reírse con fuerza y disfrutar la cara de amargue de los amigos que pierden.
También acelera el corazón la discusión que se arma porque el compañero de cruz no puso la ficha que —lógica y evidentemente— correspondía. Eso hace que se levante y diga los peores improperios. Luego se sienta y siga la partida con la misma serenidad de un maestro zen.
Un momento emocionante es cuando alguno cuenta un chisme de esos que alborotan la imaginación. El silencio irrumpe callando las fichas, y las palabras saltan a borbotones con la cadencia caribe. Se cuenta lo que pasó, lo que él cree que ha pasado, o lo que supone que pasará. Porque tristemente el chisme a veces no es una evidencia sino una elucubración.
Claro, para el que lo cuenta es una verdad inapelable. No puedo negar que esos son los mejores noticieros que he escuchado, porque en ellos conocí el barrio o los espacios vitales en los que me he desarrollado.
También lo que se come y se bebe es motivo de deleite en la mesa de dominó. No solo se trata de lo que comemos, sino con quién lo comemos.
Algunos de mis compañeros de dominó ya se han ido: Álvaro Dada, Andrés Salcedo, mi tío Álvaro Gómez, y claro, el que más me hace falta, Carlos Linero. A veces no me imagino el cielo como el gran banquete que dicen los evangelistas. Me lo imagino como una mesa de dominó donde nos encontremos, y la alegría nos haga plenamente felices.
Una de las cosas que me emocionan de volver al Caribe es tener partidas de dominó. Tropezándome con esos corazones abiertos que tanto me interesan, entiendo que la vida vale la pena.
@Plinero


