La serenidad nace en el presente
Pienso en muchos de ustedes que quizás están llenos de preocupaciones, de inseguridades personales y también por el país, y le pido a Dios que les haga comprender que lo único que tienen es su hoy, y nada más.
Pienso en muchos de ustedes que quizás están llenos de preocupaciones, de inseguridades personales y también por el país, y le pido a Dios que les haga comprender que lo único que tienen es su hoy, y nada más.
Tenía claro que la plenitud no se encuentra en el cumplimiento de normas, sino en la gratuidad de un amor que nos acoge y nos impulsa a ser más bondadosos con todos. Por eso solo invita a vivir desde el amor, desde la gracia, desde la aceptación de la vulnerabilidad que somos, y a buscar ser como Dios: todo generosidad y entrega (Mateo 5,48).
Hoy hay que hacer un momento de silencio y buscar soltar tantas expectativas que tenemos con los demás. La espiritualidad debe ayudarnos a esa liberación y al compromiso solidario de la felicidad. Ya que tengo la certeza de que esa es la relación que podemos tener con Dios.
Es momento de alimentar la esperanza, no como una resignación pasiva que espera que lo bueno llegue, sino como el dinamismo que nos empuja a dar lo mejor de nosotros, a asumir las batallas de la vida con optimismo y a construir con otros las mejores respuestas posibles. Si nos dejamos arrastrar por el miedo, lo vamos a perder todo.
En el silencio de mi corazón doy gracias por ella: por su vida, por su disciplina, por sus búsquedas existenciales tan audaces, por su entrega, por su capacidad de sacrificio, por su fe, por su amor.
No me queda otra cosa que cerrar los ojos y ver esos partidos en la pantalla de mi memoria, donde siempre hay grandes jugadas y vibrantes emociones. Espero que de ahí nunca se vayan y me permitan encontrarme y conectarme con el pasado, con esas prácticas que marcaron de manera positiva mi vida, así sea con nostalgia.
Es un manual para vivir en esperanza. No desde un optimismo tóxico, sino desde la realidad de cada ser humano. Creo que el catastrofismo en el que nos ha sumido como sociedad la polarización política, la simplificación epistemológica, la exacerbación emocional y la exageración de la culpa, no tiene la última palabra.
Es un hombre conciliador. Creo que su salida al balcón de San Pedro así lo dejó claro. Los signos de la muceta roja, el pectoral, la estola dorada —que no habían sido usados por Francisco y que tanto revuelo causaban en quienes creen que esos detalles son fundamentales— recibieron un guiño amable del nuevo Papa. Con ese gesto, los invita a estar tranquilos, a sentirse escuchados, a confiar en que también tendrá en cuenta la tradición, sin renunciar a la renovación.
Quien es verdaderamente inteligente sabe que rebajar al otro, de cualquier manera, es perder humanidad. El violento es, en el fondo, un ser asustado. Tiene miedo a la diferencia, a lo nuevo, a lo que no puede controlar. Por eso la insulta, la golpea, la calla.
Sueño con un Papa que entienda y viva la sinodalidad, que se aleje de los liderazgos autoritarios de algunos obispos, párrocos o ministros que se creen dueños de la Iglesia. Pido un Papa que lidere desde la fe, desde la oración, desde la humildad, la sencillez y el amor. No uno perfecto, sino uno profundamente humano.