Rosa Blandón Córdoba es una mujer oronda y jocosa. Su ojo izquierdo se desvía hacia el oriente, bajo párpados lampiños de una frente amplia que deriva en cabellos grises por afán del tiempo. El derecho mira el lente de la cámara. Con él ve el mundo desde hace 69 años y ha contemplado el inicio de la vida que se asoma en medio del llanto y el dolor.
El destino no le permitió concebir hijos a esta chocoana, pero le cedió la crianza de dos junto a su esposo Vicente Valencia, de 74 años. Sentada en su casa, en el barrio La Chinita, suroriente de Barranquilla, guarda historias en las fotografías de su descendencia, que cuelgan de las paredes. En sus manos, de dedos gruesos como habanos, conserva las enseñanzas de una labor que fue declarada Patrimonio Cultural Inmaterial del Ámbito Nacional a los Saberes Asociados (LRPCI). Más de treinta años dedicados a la partería, en los que ha ayudado a parir más de 200 niños.
'Ahorita voy a cortar puntos de cesárea, seguiré en esto hasta que Dios me dé fuerzas porque es lo único que sé', nos comenta la mujer con las palmas abiertas, con una sonrisa que revela la amalgama plateada en su dentadura.
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Fue jalada a este mundo en medio de los cultivos de plátano y yuca de una finca del corregimiento de Tutunendo, como si el destino caprichoso hubiese advertido el nacimiento de una receptora de la vida. Cuenta que fue el 28 de diciembre de 1948 mientras su madre Emilia Córdoba, inocente, sembraba en el monte y los dolores de parto la inmovilizaron. Cuando Rosa decidió también brotar en la tierra.
Tutunendo, cuyo nombre se deriva de una palabra de origen embera que significa ‘río de aromas’, es un balneario característico por sus ríos cristalinos que permiten la caída de varias cascadas. Está ubicado al noroeste de Quibdó, capital de Chocó, a 17 kilómetros por carretera y a tres horas por vía acuática, bajando por el río Neguá.
Un alumbramiento asistido por una partera en esta tierra es tan común como la pesca, la agricultura o la extracción de minerales, principales actividades económicas del corregimiento. Bastan las manos de una madre umbilical, como también les conocen, para sentir al bebé en el vientre de una joven madre. Esta habilidad es un saber heredado por las viejas matronas del Pacífico, pero Rosa aprendió su arte en Barranquilla, en un centro asistencial.
Llegó con su esposo a la capital del Atlántico en 1974, en busca de una mejor vida, y trabajó como aseadora del liquidado Seguro Social, en la Vía 40.
'Me gusta la enfermería y siempre fui curiosa por el tema. Hubo un médico al que le caí bien, le decían Chiri. Me dijo un día: ‘negri, ven acá, ¿a ti te gusta esto? Yo te enseño', evoca Rosa mientras estira los brazos, gesticulando como dejó tirado el trapero ese día para observar un parto. Desde entonces siempre pedía el turno nocturno para aprender del galeno. Le enseñó a atenderlos, a poner las manos en la posición correcta para cada momento del nacimiento.
Rosa ríe y vuelve a estirar los brazos, esta vez pidiendo pocas fotos, cuando escucha el obturador de la cámara. Es la primera vez que su imagen sale en un periódico. La periodista gráfica y yo le pedimos que imagine que no está el lente y continúe con su relato. Se lleva la mano izquierda a la boca, escondiendo la sonrisa penosa. Sigue la narración.
'Bueno, usted me perdona, me enseñó a ir abriendo las partes de la mujer pa’ más capacidad. Cuando el niño salía, me decía: ‘negra, voltéalo, ponle la cabecita aquí, la parte trasera aquí’. Le cogía los pies hacia arriba.
Después se lo montaba a la mamá para mocharle el ombligo', detalla la chocoana con cada movimiento de manos. Casi puedo verla sosteniendo un bebé entre sus dedos cuando los junta, dando una nalgada cuando sacude su mano derecha hacia la izquierda o cortando el cordón umbilical cuando imita el movimiento de la tijera quirúrgica con los dedos.
Rosa explica que cuando la placenta no quiere salir, ella la jala con cuidado introduciendo su mano en la matriz. Sonríe tímidamente y vuelve a excusarse por describir su trabajo a un hombre. Evita mencionar la palabra ‘vagina’ otra vez. Continúa la explicación de su saber empírico y dice que envuelve la mano en gasa para limpiar a la mujer en su interior y que no queden residuos.
Los partos. Su preparación para el parto es sencilla. Agua, toallas, plástico, guantes desechables, una tijera quirúrgica, gasas y una encomendación a Dios. La provisión de canela tampoco falta. Sus manos son su principal herramienta, sus ecógrafos. Con ellas –dice– sabe en qué posición está el bebé y lo acomoda para el alumbramiento, incluso con dos meses de antelación. Cuando sus clientas son 'muy cobardes o muy flojas' busca a alguien más que le ayude a agarrar a la parturienta. Afirma que el acto puede durar entre media y dos horas, y que usualmente atiende familias de escasos recursos de La Chinita, Las Nieves y Malambo. El pago es voluntario y varía entre los $20 mil y $80 mil pesos, dependiendo de la complejidad del parto y de la situación económica del cliente. Advierte que muchas veces no hay remuneración. Suelta una carcajada ante nuestra cara de sorpresa.
'Nunca me ha pasado nada malo en ningún parto. Cuando veo que la cosa es por cesárea, por ejemplo que el niño viene de pie, yo misma la llevo al hospital. Creo que he remitido unas 10 mujeres en toda mi vida', comenta mirando la calle. Las primeras gotas de lluvia comienzan a caer. Un grupo de niños salen a jugar fútbol a la arenosa calle, alentados por el cántico de los truenos. La matrona los observa y dice que en el barrio ha asistido más de 50 nacimientos.
'Tú conoces a Pambe, el hijo de Rosalba, bueno ese lo traje yo. Conoces a Manuel, el hijo de María García, ese también lo traje', le comenta la matrona a Martha Barros, una abogada de La Chinita que también la escucha en la sala. La vecina asienta con la cabeza y responde: 'claro, el hijo de María García tiene ya como 18 años'.
Para Rosa ser madre significa 'ser feliz'. Sus mejillas se hinchan y sus ojos parecen cristalizarse cuando habla de ello. 'No hay nada en esta vida como los hijos', sentencia.
Cada Día de la Madre recibe decenas de 'florecitas' de sus ahijados en el barrio, pues a todos los ha bautizado. A dos casas de la suya, Sorleidys Padilla, una de sus comadres, comenta que la llegada del cuarto de sus cinco hijos se produjo de forma inesperada hace 14 años y que gracias a la ayuda de Rosa su querido Yerby Santolla nació sano y salvo.
La chocoana afirma no conocer a otra partera en el barrio y manifiesta que el número de clientas en Barranquilla se reduce cada año. De ocho mujeres atendidas en 2010 pasó a tres en 2016. El escepticismo de su labor es como un cordón umbilical que nunca ha sido cortado por la sociedad.
Ahora el aguacero cae en la puerta de la casa. Rosa confiesa con los lentes puestos y la mirada baja que le hubiese gustado parir y sentir su descendencia en el vientre, así como el dolor de madre. Pero advierte que serlo no se trata solo de dar a luz, sino de quien 'cria y conduce una vida hacia la luz', como una especie de regla universal que ella ha aplicado con cada solicitud de sus servicios.
Recomendaciones del Distrito
La Secretaría de Salud del Distrito afirmó a EL HERALDO que no tiene un registro del número de parteras de la ciudad.
Indicó que las mujeres en periodo de gestación deben acudir puntualmente a sus controles prenatales, seguir las recomendaciones del médico y no automedicarse.
Además, la dependencia advierte tener en cuenta los signos de alarma, entre los que están: salida de líquido, sangrado por genitales, dolor de cabeza, edema o hinchazón de los pies, entre otros. Ante cualquiera de estos debe consultar inmediatamente.
La Secretaría de Salud también recordó que creó el 7 de octubre de 2014 la Línea Materna 3399111, estrategia de acompañamiento para un efectivo acceso a los servicios de salud que requieran las gestantes, antes, durante y después del parto.
También ante cualquier violación a sus derechos a ser atendidas, las gestantes o sus familiares pueden llamar a la Línea de la Salud 3793333, para hacer la correspondiente queja y, a través de su equipo interdisciplinario, la Secretaría brindará apoyo para que se le dé la atención oportuna y efectiva.


