Ruta de tumbas y mausoleos que cuentan la historia de Barranquilla
En este Mes del Patrimonio, la ciudad busca dar mayor visibilidad a sus camposantos. El Universal y Calancala guardan memorias vivas que muy pocas comunidades conocen.
JOSEFINA VILLARREALLos monumentos en mármol del Cementerio Universal de Barranquilla son testigos silenciosos de más de un siglo de memoria y patrimonio.
Entre mausoleos silenciosos, esculturas olvidadas y lápidas centenarias, los cementerios Universal y Calancala de Barranquilla guardan más que restos mortales: son la memoria viva de la ciudad. En sus pasillos se encuentran los nombres de familias fundadoras, personajes clave para el desarrollo de la región y obras de arte funerario que, aunque desgastadas por el tiempo, siguen contando historias.
En este Mes del Patrimonio, la reflexión sobre estos espacios cobra mayor relevancia. A diferencia de ciudades como Medellín, Buenos Aires o París, donde los cementerios se han convertido en museos a cielo abierto y atractivos culturales de referencia, en Barranquilla estos camposantos permanecen en el anonimato. Su riqueza patrimonial se diluye entre el deterioro y la falta de difusión, mientras generaciones de barranquilleros desconocen el valor histórico que se esconde detrás de sus muros.
El Cementerio Universal, uno de los más antiguos, alberga esculturas de gran factura artística y panteones que narran la transformación urbana de la ciudad desde el siglo XIX. Por su parte, Calancala, con tumbas que reflejan diferentes épocas y estilos arquitectónicos, guarda también la memoria de líderes políticos, intelectuales y ciudadanos que marcaron la vida local.
Para historiadores y gestores culturales, el olvido en que permanecen estos espacios es preocupante. “Los cementerios no solo son lugares de duelo, son también testimonios de cómo una ciudad se ha construido a lo largo del tiempo. Rescatarlos es rescatar nuestra identidad”, señalan expertos en patrimonio.
En el mundo actual, el llamado es urgente: preservar estos cementerios como patrimonio vivo y abrirlos a la ciudadanía como espacios de encuentro cultural y turístico. Convertirlos en escenarios de memoria, arte y aprendizaje no solo honraría a quienes allí reposan, sino que también fortalecería el sentido de pertenencia de los barranquilleros hacia su propia historia.
Porque entre el silencio de sus corredores, los cementerios de Barranquilla aún esperan ser escuchados.
Más historias por contar
Salvador Coronado, arquitecto restaurador, ha dedicado parte de su investigación a respirar entre la cultura escondida del Cementerio Universal, un camposanto que durante muchos años ha trabajado por mantener viva la memoria de los fundadores, empresarios, artistas y políticos que dieron forma a la ciudad, y que aún espera ser reconocido como un verdadero museo a cielo abierto.
“El Cementerio Universal fue el primer cementerio libre de pensamiento en Colombia, un reflejo de la confluencia de culturas que llegaron a Barranquilla. Aquí descansan las grandes personalidades que cimentaron la ciudad”, explicó mientras recorría los pasillos de mármol y piedra.
Los nombres que mencionó Coronado hablan por sí solos: Samuel Ujueta, último secretario y confidente de Simón Bolívar; Eusebio De la Hoz, fundador del cementerio; la familia Obregón; empresarios como los de la Rosa y los Santo Domingo; políticos como Clemente Salazar, e incluso diplomáticos de talla internacional. Sus mausoleos, con estilos que van del neoclásico al neogótico, del arte moderno a piezas escultóricas de gran valor, convierten al lugar en un catálogo arquitectónico que rivaliza con cementerios históricos del mundo.
Detalló, además, que el Cementerio Universal ocupa alrededor de dos hectáreas de zona histórica y alberga más de 100 esculturas, muchas de ellas talladas en piedra con una calidad que sorprende a expertos y visitantes. “A pesar de su riqueza patrimonial, el espacio aún no ha sido valorado al nivel de otros camposantos del país, como el de San Pedro en Medellín, declarado museo”.
Para Coronado, la falta de reconocimiento es un vacío que debe llenarse pronto: “El cementerio es un laboratorio social y cultural. Aquí aprendemos de historia, de arquitectura y de los valores que nos definen como ciudad. Es patrimonio de todos, y debemos resignificarlo para que las nuevas generaciones lo conozcan y lo valoren”.
Según el también miembro del grupo de arquitectura bioclimática, el cementerio fue construido en 1867 por la Sociedad de Hermanos de la Caridad y la escultura más antigua está alrededor de 1867, con el primer enterramiento siendo el de Adam Irwin, fundador del Colegio Americano. La mayoría de los enterramientos son entre 1900 y 1920.
Aunque los Hermanos de la Caridad han mantenido la conservación de los mausoleos y se promueven las visitas guiadas, conversatorios y hasta rally cultural, aún falta mayor difusión. En ciudades como Mompox o Medellín, los cementerios se han convertido en atractivos turísticos y centros de memoria. En Barranquilla, ese camino apenas comienza a abrirse con el llamado “turismo funerario”.
En este camposanto, los mausoleos más representativos están hechos de mármol de Carrara (Italia), importado y ensamblado en el lugar que es famoso por sus yacimientos de mármol utilizados por grandes escultores. Aunque también hay mausoleos en yeso y granito, los mejores son de mármol.
“La falta de difusión y el deterioro de ciertos elementos culturales llevan a que la comunidad olvide su historia. Es importante recordar y resignificar el patrimonio, como el Cementerio Universal, donde se encuentran figuras clave de la historia local, como el director de la Orquesta Sinfónica del Atlántico y los pioneros de la aviación. Los procesos de resignificación buscan resaltar la importancia de estas figuras y fomentar que la comunidad se apropie de su propia historia”, sostuvo Coronado.
Para el docente, el Cementerio Universal no es solo un camposanto, sino también la historia de Barranquilla escrita en mármol y piedra, esperando ser contada y reconocida. “En este mes del patrimonio, el mensaje de Coronado es claro: “Es algo de de todos. Si entendemos que este lugar es un museo vivo, podremos conservarlo no solo como espacio de descanso, sino como un escenario de memoria e identidad barranquillera”.
JOSEFINA VILLARREALLos mausoleos y esculturas se han convertido en símbolo de la grandeza artística y de las huellas imborrables de la historia de la capital del Atlántico.
Cultura y resignificación
El Cementerio Calancalá, uno de los camposantos más antiguos de Barranquilla, no solo es un lugar de descanso eterno, sino también un escenario cargado de historia, arte y simbolismo. Así lo afirmó Claudia Milena Cantillo Barrios, arquitecta especialista en Patología de la Construcción, quien aseguró que este espacio “se enlaza a la historia de Barranquilla y del civismo, pues nos permite entender los procesos que hemos vivido en la concepción de la muerte y la transición de abandonar los templos católicos para dar paso a cementerios laicos y posteriormente a uno destinado para la fe católica”.
Asimismo, afirmó que en sus mausoleos reposan historias colectivas: la Colonia China, el Cuerpo de Bomberos, la Unión de Petroleros de Barranquilla, la Asociación de Policías Retirados del Atlántico y la Asociación de Pilotos, Timoneles y Aprendices del Río Magdalena. Además, guarda la memoria de ciudadanos anónimos que con su cotidianidad ayudaron a forjar la ciudad actual. Incluso conserva la tradición de devoción a Sabina Atilano, considerada la primera moradora fija del cementerio, a quien muchos barranquilleros aún rezan y piden favores.
De acuerdo con la también docente de la Facultad de Arquitectura de la Universidad del Atlántico, el Calancalá posee valores patrimoniales históricos, estéticos y simbólicos. Su arquitectura, materiales y calles dan cuenta de distintas épocas de la ciudad, mientras que las prácticas funerarias reflejan la concepción de la muerte en la sociedad barranquillera. No obstante, su conservación enfrenta un reto mayor: el desconocimiento ciudadano.
“Una vez se entiende la importancia de los bienes culturales y cómo nos representan, somos capaces de preservarlos y apropiarnos de nuestro legado. Pero para ello se requiere su declaratoria oficial como patrimonio, lo que permitiría destinar recursos para su manutención”, precisó.
En esa misma línea, el arquitecto Cristian Alberto Cabrera Domínguez señaló que el proceso de dignificación de los cementerios debe ser colectivo. “La academia puede generar investigaciones y proyectos para su salvaguarda; el sector turístico puede incluirlos como parte de la memoria urbana, el arte y las tradiciones; y la ciudadanía debe apropiarse de estos espacios como propios, cercanos y valiosos”.
También explicó por qué, a diferencia de otras ciudades latinoamericanas, estos espacios no han sido valorados como destinos culturales y turísticos: “La percepción de los cementerios sigue vinculada a la muerte desde lo negativo, al dolor y a la superstición. Eso, sumado a la falta de mantenimiento y seguridad, crea una sensación de abandono que limita la visita”.
Jóvenes vigías rescatan la voz del patrimonio en Barranquilla
En Barranquilla, un grupo de jóvenes asume la tarea de darles voz a las esculturas que yacen en el olvido de muchos ciudadanos. Son los vigías de patrimonio, estudiantes que se han convertido en guías distritales para rescatar la memoria cultural de espacios como el Cementerio Universal, uno de los camposantos más antiguos y representativos de la ciudad.
“Nosotros buscamos darle una voz al cementerio y a todo el patrimonio de la ciudad”, contó Giselle Castillejo, estudiante de arquitectura y guía patrimonial. Para ella, recorrer los pasillos del cementerio Universal no es solo hablar de tumbas, sino de las historias de los personajes que reposan allí y del legado que dejaron para Barranquilla. “No son solo tumbas, es toda la historia de quienes aportaron al desarrollo de la ciudad. Queremos que más personas vengan, conozcan y que esto se mantenga vivo”, afirmó.
El programa de vigías de patrimonio, apoyado por el Distrito, no solo pretende divulgar la historia, sino también crear conciencia en la juventud sobre el valor cultural de estos lugares. Daniel David De la Espriella Dajud, también estudiante de arquitectura, aseguró que ser vigía es asumir un compromiso con la memoria de la ciudad.
“Hablar de la historia es hablar de cultura y de patrimonio. Muchos jóvenes ven un cementerio como un sitio sin interés, pero nosotros descubrimos en sus esculturas y mausoleos una riqueza que debe compartirse”.
Ambos coinciden en que estos recorridos guiados son una oportunidad para transformar la percepción del patrimonio, atraer visitantes de otras ciudades y, a la vez, abrir posibilidades de desarrollo económico para comunidades vulnerables aledañas.