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A Juana María Rosado le entró, como ella misma dice, “la loquera” de cantar y ser bullerenguera cuando ya había marcado más de 64 calendarios, luego de quitarse el luto de dos años de la muerte de su madre, Martha Herrera, también cantadora, prima de La Niña Emilia y voz durante varios años de Los Soneros de Gamero.

Algo similar le sucedió a Clara Ospino, quien vive a unas cuantas casas de la niña Juana María en Evitar, Bolívar, a quien su marido le prohibió que cantara a la edad de 20 años cuando se casaron. Después de su muerte, cuando ya sobrepasaba el medio siglo de vida, Clara dice que “soltó la perra a cantar” y mandó todo al carajo.

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Y como si la muerte y la música tuvieran una conexión mística en que la una es la antípoda de la otra, Mayo Hidalgo solo aceptó la invitación de su tía Eulalia González para cantar luego de que su madre ya hubiera muerto, aun cuando a su esposo tampoco le gustaba que cantara.

También aparece por ahí una ‘jovencita’ llamada Rosita Caraballo, de 58 años, que en María La Baja, al igual que la señora Mayo, han logrado encontrar en el canto una forma de resistir ante los embates de la vida.

Y qué decir de Isabel Julio, la veterana de voz portentosa que aún a sus 92 años, sentada en la cama que está en la sala de su casa y pidiéndole al tamborero que utilice un tanque cualquiera como instrumento, entona sus canciones como si realmente su garganta reposara en la piedra filosofal de la juventud eterna.

Todas ellas no son historias aisladas. No, todas y cada una están entretejidas por la resiliencia y por la capacidad de dejar el anonimato. Hacen parte del colectivo Anónimas y Resilientes, que ha llevado el folclor a los Grammy Latino y nuevamente lucharán con pujanza por el gramófono, aun cuando en sus casas falte lo material.

Orlando Amador/EL HERALDO

La alegría hecha persona

Volviendo a Juana María, llegar a su casa es quizá de las cosas más rocambolescas, pero sencillas al mismo tiempo. Solo basta con preguntar en Evitar por la cantadora. Ya ahí nos recibe una señora en la que la alegría está personificada diciendo: “Bienvenidos, yo soy la quinceañera Juana”.

Es Juana María Rosado de Payares, y la cuenta de los 15 años la perdió hace mucho. Acaba de cumplir 86, nacida el 17 de mayo de 1939. Esa “loquera” que le dio por cantar ya “cucha” no fue capricho, fue herencia. Su abuela, Juana García, era cantadora de bullerengue. Y la madre de su abuela, Sebastiana Blanquicet, era “bullerenquera, fandanguera”.

Su propia madre, sin embargo, no siguió la tradición al principio. Pero mientras cosía en la vieja máquina de pedal, se ponía a cantar. “Ella no se sabía una letra”, pero componía. Un día la llamó: “Ven que yo compuse este bullerengue para que me hagas el coro”. Y Juana María, haciéndole el coro a su madre, fue “analizando”.

Orlando Amador/EL HERALDO

La madre murió. Dos años después, su hermana, Rosy, la animó: “Niña Juana, vamos a cantar”. El día que se estrenó frente a la gente tenía “miedito”. Pero “a la gente le gustó, como que canté bien”. Y de ahí se fue “abriendo” hasta este punto, en el que la quieren montar en un avión para ir a Estados Unidos.

Y a eso sí le tiene pavor. “Ay mijo porque yo soy muy nerviosa”. El solo ascensor la asusta. “En un avión quedo yo como una palomita por ahí arriba”.

Grabar, sí. Sus primeros temas fueron La vieja se menea y El aparato. Pero volar, no.

El miedo al avión no es más grande que el orgullo de la herencia. Su madre se lamentaba: “Caramba, me voy a morir y no voy a tener una hija que quede cantando”. Juana María le respondía: “Mamá, yo sé cantar... yo sé cantar”.

Ahora asegura que su madre la “está viendo cantar”. De sus tres hijas, “nada, esas no sirven”. Pero hay una nieta de 10 años que ya le anunció: “Yo soy la que voy a quedar con la herencia”.

Orlando Amador/EL HERALDO

‘La perra’ que se soltó a cantar

A unas cuantas casas de Juana María, en el mismo Evitar, la historia se repite con un matiz de jaula rota. Clara Ospino de Cassiani, de 69 años, también creció con el bullerengue. “Mi papá era la flauta y mi mamá bullerenguera”. Ella salía atrás cuando los bombos sonaban el 23 de junio de San Juan.

Pero a Clara le cortaron las alas temprano. “Cogí un marido que no quería que yo cantara”. Y dejó de cantar y componer.

El marido murió hace 11 años. Y Clara, que ahora tiene 7 años cantando, lo primero que hizo fue componer la canción que definió su libertad: Solté la perra.

“Como él no me dejaba cantar”, explica. “Veinte años tenía yo... pero vino mi marido que yo no cantara más y no canten más, pero ahora ya él se murió entonces solté la perra a cantar y solté la perra a cantar, no tengo miedo ya”.

A ella, Chaco (el productor que las juntó) la encontró por un video. Llegó buscándola “de casa en casa”. Clara se asustó: “Yo qué hice”. El hombre le aclaró: “No, usted es la que ando buscando... usted está cantando”.

Sobre el viaje a Estados Unidos, al principio pensó “que eso era embuste”. Pero ya tiene el pasaporte y, a diferencia de su vecina Juana, no tiene miedo: “El día de morir es uno solo, si me toca morir en ese avión que me vaya bien”.

Orlando Amador/EL HERALDO

El llamado de los muertos

En María La Baja, el eco de esa herencia que se niega a morir resuena en la voz de Mayo Hidalgo González. Lo suyo también es “hereditario”.

Aprendió viendo a su madre, que andaba con las grandes como Benita Calvo. Mayo, con 7 años, se iba atrás de su mamá escondida. Caminaban a pie hasta “la curva”, y la madre le decía: “Bueno, agárrate de aquí de la pollera”. El bullerengue de antes era así, “de casa en casa tocando puertas”.

Pero Mayo nunca cantó con ella. “No dejaba. Antes uno obedecía mucho a los viejos”. Su momento llegó mucho después, cuando su madre había muerto y su tía Eulalia González la “sacó al ruedo”. El marido de Mayo tampoco quería. Pero la tía necesitaba quien le hiciera el coro en la plaza. Mayo subió a la tarima temblando: “Yo con unos nervios porque nunca había cantado así que me viera la gente”.

Fue entonces cuando ocurrió el milagro. “Cuando yo estoy así de espalda... me dice la madre mía que ya había muerto: ‘Canta mija Mayo, que tú sabes cantar’”. Mayo, asustada, le preguntó a su tía si le había hablado. “No, mi sobrina, no te he dicho nada”, le respondió tía Eulalita: “Esa es tu madre que te está animando”.

Ese día, Mayo Hidalgo agarró el micrófono y remató el “Ataole”. “Ay, muchacho... eso me viene a mí de adentro”.

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La líder que no quiso ser cola

Y está la “jovencita” del grupo, Rosa del Carmen Caraballo, “Rosita”. A sus 58 años, su historia es de una rebeldía distinta. Ella no esperó a que los maridos o las madres murieran; esperó a que le dieran la oportunidad. “Siempre me ha gustado tener la voz líder. Nunca he querido estar en la cola”.

Estuvo años como “espectadora” o corista en grupos de María La Baja. En 2018, sus amigos la empujaron: “Tú sí puedes porque tú cantas bien”. Creó su propio grupo, Rosita y sus Tambores.

Porque es que “yo no me quiero morir solamente con lo que tengo”. A diferencia de las otras maestras, Rosita no espera a las nietas; las busca. Tiene un grupo infantil al que enseña cantos. Lo más difícil es “la falta de apoyo. Uno trabaja con las uñas”. Pero se niega a que “ese semillero” muera.

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Las anónimas que ya no lo son

Ellas son las Anónimas y Resilientes. Cuando se juntan, es “una felicidad tan grande”, dice Mayo. “Ufff, el desorden es súper”, ríe Rosita. “Todas nos vamos bien, nos queremos”.

Son las voces que se negaron a callar. Son Juana María, la “quinceañera” de 86 años que le teme al avión, pero carga la herencia de su bisabuela; Clara, la que “soltó la perra” cuando el marido murió y ahora está dispuesta a todo; y Mayo, la que necesitó que su madre muerta le diera permiso para cantar.

Son las dueñas del canto. El gramófono es solo la excusa. El verdadero triunfo es esa voz que, por fin, atravesó el luto, la prohibición y el silencio.

Orlando Amador/EL HERALDO

El disco de la nominación

Lanzado el pasado 30 de mayo, ‘#Anónimas&Resilientes’, el disco producido por el Doctor en Etnomusicología, productor musical, y profesor en la Universidad de Columbia y Berklee College of Music, Manuel García-Orozco ‘Chaco’, contiene 18 canciones y demuestra la fuerza de su trabajo musical y sociocultural, que preserva la memoria ancestral de las mujeres rurales afrocolombianas a través del bullerengue.