Carlos Gardel murió cantando. No literalmente, pero sí simbólicamente. Lo hizo en la cima de su fama, en pleno apogeo artístico, cuando su nombre ya se pronunciaba con respeto en los salones de París y Nueva York, y su voz se filtraba por las radios de América Latina como si fuera un susurro íntimo.
Tenía 44 años y viajaba en una gira por Colombia cuando el avión que lo transportaba chocó en la pista del aeropuerto de Medellín. A bordo iban también sus músicos, su manager y otros miembros del equipo. Fue una tragedia que paralizó al continente.
Pero la muerte no alcanzó a apagar su figura. Más bien, la consolidó. Como si el mito necesitara consumarse en una partida abrupta. Víctor González Solano, conocido como Vigoso, estudioso del tango y su historia, explica: “Por su personalidad, su elegancia, su carácter y, por supuesto, la tesitura de su voz, se convirtió en una figura importante no sólo dentro del tango, sino también dentro de la música universal”.
Gardel no fue el primer cantor de tangos, pero sí fue el que le cambió el rumbo. Lo sacó de los burdeles y de los patios con farolitos, y lo llevó a los grandes teatros, a la industria discográfica y al cine. Dejó de ser el lamento arrabalero de los márgenes para volverse canción nacional en la Argentina que lo acogió como suyo. Su voz de barítono, clara, melódica y conmovedora, fue registrada por los micrófonos de la Victor Talking Machine Company desde los años 20, en discos de pasta que hoy son tesoros de colección.
El sonido del alma porteña
Sus canciones no eran simples melodías pegajosas. Eran pequeñas novelas cantadas. Historias de amor perdido, de nostalgia, de barrio, de padres ausentes, de hombres vencidos por el destino. El día que me quieras, Volver, Mi Buenos Aires querido, Soledad, Sus ojos se cerraron, Cuesta abajo… la lista es larga y cada una tiene detrás una pluma afilada, muchas veces la de Alfredo Le Pera, el libretista y letrista con el que Gardel formó una de las duplas más legendarias de la música popular.
“Yo diría que el contenido de sus canciones también ayudó a construir ese mito”, comenta Vigoso. “Letras con sentimiento, con ese toque arrabalero característico del género. Además, unirse a otros músicos y compositores fue clave”.
Gardel tenía olfato para el talento. Se rodeó de músicos como José Razzano, Mario Battistella o el propio Le Pera, con quienes pulió una estética de tango sentimental, moderna y, sobre todo, exportable.
Luces, cámara, Gardel
Su carisma traspasaba el estudio de grabación. A comienzos de los años 30, cuando Hollywood empezaba a mirar hacia el mercado latino, Gardel fue contratado por la Paramount Pictures para protagonizar una serie de películas musicales. Aunque no era un actor virtuoso, sabía mirar a cámara. Sonreía apenas, con ese gesto entre canchero y galante, y cantaba. Y bastaba. Títulos como El día que me quieras o Tango Bar se volvieron clásicos, tanto por su música como por la imagen magnética de Gardel en pantalla.
El cine lo inmortalizó con otra textura. Lo convirtió en imagen en movimiento. Le dio un perfil más cosmopolita, más moderno, más galán. Fue ahí donde se consolidó la idea del Gardel universal, un artista que ya no era solo ídolo del puerto, sino también de las capitales europeas y de las comunidades latinas en Estados Unidos.
Gardel siempre vigente
Noventa años después de su muerte, el tango no ha desaparecido. Puede que haya perdido protagonismo en las radios comerciales, pero se mantiene vivo en escuelas de danza, en festivales, en discos y en fusiones inesperadas.
“En países como Argentina, Uruguay, incluso Chile, Perú, Ecuador y en el eje cafetero en Colombia, el tango se mantiene vigente entre las nuevas generaciones”, afirma Vigoso. “En Argentina, por ejemplo, hay grupos de jóvenes haciendo una fusión de rock con tango, lo que nos dice que el tango no ha muerto”.
Tampoco ha muerto Gardel. Sigue presente en frases populares (“cada día canta mejor”), en camisetas, en murales de barrio, en películas, en series. Su voz ha sido remasterizada, versionada, reinterpretada. Y Medellín, la ciudad donde encontró la muerte, también lo adoptó. Allí, cada 24 de junio, se le rinde homenaje con velas, tangos y flores. Porque Gardel dejó de ser un artista para convertirse en símbolo. En mito. En leyenda. Y esas, sabemos, no mueren.