Cargando más de 20 libros en un estante improvisado, Gustavo Restrepo Gutiérrez se ha convertido en un personaje emblemático que recorre el norte de la ciudad con una misión: difundir e incentivar el hábito de la lectura a través de su negocio y vocación.
De sus 84 años ha pasado los últimos 15 cumpliendo a cabalidad con su rutina diaria: despertar para 'llegar temprano al trabajo' y esperar encontrarse a viejos o nuevos lectores que quieran revisar su estantería y dejarse cautivar por alguna obra.
Todos los días, desde antes de las 7:00 a. m., los transeúntes de la carrera 43 con calle 84, en el barrio Granadillo, empiezan a percibir la presencia del librero que –dependiendo de la dinámica de las ventas del día– decide estacionarse en ese sector o emprender su andar.
Cuando las ventas están malas, opta por caminar un poco más de tres kilómetros, hasta llegar a Combarranquilla de la carrera 43. Pese a que asegura que es 'un viejo acostumbrado a las largas caminatas', reconoce entre risas que, a veces, llega a ese sitio 'arrastrando los pies'.
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Mientras atiende a los pocos compradores que se mantienen fieles a su estantería móvil, Gustavo reconoce que en los libros ha encontrado su refugio, luego de haber vivido una secuencia de experiencias 'largas y difíciles' desde los primeros años de su vida.
'Vengo de una montaña del interior del país. Nací en un pueblo llamado Santa Fe de Antioquia, donde mis papás tenían una finquita, algunos animales, siembras de frutas y café. Vivíamos tranquilos, hasta que fuimos víctimas de la violencia liberal y conservadora y nos convertimos en unos de los primeros desplazados por la guerra en el país', recordó.
A partir de ahí, de manera forzada, inició la secuencia de vivencias que han dado lugar a que, actualmente, Restrepo Gutiérrez tenga muchas historias para contar, además de las aprendidas a través de los libros, que es el hábito que ha conservado en sus entrañas: 'La situación económica en mi casa ya no era buena, entonces mis padres me metieron a un internado, pero mantuvimos contacto. Ellos siempre fueron muy devotos; entonces, me convencieron para que, en el internado, me inclinara hacia el servicio sacerdotal'.
Esos primeros acercamientos con el sacramento del orden, además de ser el camino hacia el servicio a la iglesia y a Dios, también fueron la ruta que condujo a Gustavo hacia Barranquilla, donde llegó y se quedó.
'Tenía una tía que era madre superiora del Asilo San Antonio, ubicado en la calle 41 con carrera 47. Cuando era niño, ella me traía a Barranquilla a pasar vacaciones y yo me las disfrutaba mucho. Por las tardes iba a caminar por el Centro, que parecía una tacita de cristal. Me iba encantado con las vitrinas. Todo era un espectáculo que yo no me quería perder', detalló emocionado.
En una de esas visitas temporales decidió quedarse de manera permanente en la ciudad, ejerciendo como sacristán de algunos templos. Sin embargo, de manera jocosa, rememoró que terminó 'vistiendo santos' y prefirió considerar una manera de ganarse la vida. En esta nueva etapa, su primer plan fue vender frutas en el Centro, pero, a pesar de haber dedicado varios años a esta labor, no le resultó muy rentable. Entonces, según cuenta, pensó: 'Si a mí siempre me ha gustado mucho leer, ¿por qué no he intentado vender libros?'.
Aseguró haber comprado sus libros favoritos, priorizando los títulos más exitosos de Gabriel García Márquez, entre esos Memoria de mis putas tristes, publicado en el 2004. Paradójicamente, esta obra del Nobel de Literatura es la única que no le gusta 'por su aparente alegoría a la pederastia', pero fue una de las que más vendió.
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'Me parece una historia muy atrevida, pero ha tenido mucha popularidad. Cuando se publicó, la gente me encargaba bastante ese libro. En ese momento, se me incrementaron las ventas. La plata me alcanzaba para la mazamorra y bien especita', relató, recordando la prosperidad de sus ventas a principios de este siglo.
Debido a su labor como vendedor de libros, además de analizar la obra de ‘Gabo’ –a quien considera un escritor brillante– también es crítico de los más de mil libros que asegura haber leído durante su vida, y de aquellos que hoy integran su estantería. De esta manera, cuenta con los argumentos para debatir con los viejos lectores y sugerir a los nuevos un buen título para empezar a adoptar el 'valioso' hábito de la lectura.
A través de este proceso conserva compradores como Ricardo Rodríguez, quien contacta a Gustavo varias veces al año para comprarle nuevos libros para su hijo. 'Un día íbamos saliendo de Narcobollo y mi hijo vio a un señor que estaba vendiendo libros a las afueras de este lugar. Se detuvo a ver algunos y le hizo la primera compra. Me dijo que le gustó su manera de atender y, a partir de ahí, me pide que venga a comprarle títulos diferentes'.
Restrepo Gutiérrez detalló que, en su trayectoria como librero, ha tenido clientes de todo tipo, incluyendo el barranquillero que recibió más de 15 premios nacionales de periodismo, Ernesto McCausland Sojo, quien fue editor general de esta casa editorial.
'Lo conocí un día que iba caminando por la calle 74. Me acerqué a él y le ofrecí libros. Me dijo que no estaba interesado y que tampoco solía comprar libros de comercio informal. Yo le respondí que, en este país, los libros son muy caros y, por ende, a algunos lectores les toca comprar de estos, que educan igual. Me miró y me respondió que tenía poder de convencimiento. Terminó comprándome tres títulos importantes', aseguró.
Desde ese momento, de acuerdo con Gustavo, se mantuvo en contacto con su cliente. 'Me llamaba cada dos o tres meses y me pedía algunos libros. Un día me contactó y hablamos bastante. Me contó que estaba muy enfermo y esa fue la última llamada que recibí de su parte'.
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Aquellos tiempos de mayor dinamismo en su negocio el librero los analiza con desilusión, debido a que, actualmente, la realidad es distinta y 'pocas personas conservan el hábito de leer'. Gustavo explicó que ese ha sido 'reemplazado' por otras maneras de aprendizaje y recreación que, en su mayoría, están asociadas a la era digital.
'A veces paso hasta cuatro días sin vender un solo libro. Ahora los jóvenes se recrean con su celular. Incluso, pueden tener acceso a millones de libros a través de él, pero yo digo que nada se compara con tener un libro en físico, tomar apuntes y subrayar. Eso es una buena lectura', sostuvo.
Pese a este panorama desolador, el librero sale desde su 'piecita', ubicada en una pensión en el centro de Barranquilla, con el anhelo de vender 'lo necesario para comer'. Camina erguido, cargando el peso de sus libros y personificando el refrán de Miguel de Cervantes Saavedra que asevera: 'El que lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho'.


