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Dos episodios tristes y fatales muestran en todo su dramatismo lo lejos que estamos de alcanzar el perdón y la reconciliación, que es la auténtica razón de ser de la Semana Santa que termina y que congrega a millones de católicos en Colombia y en el mundo. 

El primero fue el asesinato del menor de apenas siete meses de nacido Samuel David González Pushiana, hijo de dos jóvenes ex combatientes reinsertados de las extintas Fuerzas Armadas Revolucionarias (Farc), hecho ocurrido en el departamento de La Guajira. El otro fue el suicidio del ex presidente del Perú, Alan García, quien se quitó la vida en momentos en que funcionarios de la Fiscalía se disponían a capturarlo, luego de señalarlo de participar en graves actos de corrupción relacionados con el presunto recibimiento de millonarios sobornos por parte de altos directivos de Odebrecht en ese país.

El repudiable asesinato de Samuel David, ocurrido en jurisdicción de Maicao, La Guajira, sigue sin esclarecerse por parte de las autoridades. Sus padres –Carlos Enrique González y Sandra Pushaina, dos reinsertados de las desaparecidas Farc– se recuperan de las graves heridas que sufrieron durante el atentado que le costó la vida a su pequeño hijo.

Un desatinado y desafortunado trino de la vicepresidenta Marta Lucía Ramírez, condenando la acción criminal, generó todo tipo de agresiones y ofensas en su contra en las redes sociales. 'El Presidente @IvanDuque exigió la captura de los responsables de la muerte de un bebé de siete meses cuyos padres son miembros de las Farc. Ningún niño en Colombia debe morir por violencia, odio o intolerancia. También nos duelen los niños de las Farc', escribió la Vicepresidenta en su cuenta de Twitter.

Al referirse al pequeño Samuel David como 'niño de las Farc' y al escribir que 'también nos duele su muerte', Ramírez no solo cometió un evidente acto de discriminación, sino que desconoció un hecho político objetivo y trascendental en la historia reciente del país: la desaparición de las Farc como organización armada ilegal.

Ese 'pecado' le significó a la Vicepresidenta ser objeto de todo tipo de agresiones y ofensas en las redes sociales. Su equivocación sirvió para que cientos de colombianos aprovecharan la ocasión para desahogar su ira hacia quien ocupa la Vicepresidencia de la República. Ramírez fue blanco de la violencia, el odio y la intolerancia que ella rechaza de forma contundente en su trino.

El otro hecho fatal ocurrió en Lima, pero sus efectos se sintieron en Colombia con toda su crudeza. El suicidio del ex presidente Alan García -señalado de actos de corrupción por la Fiscalía General de ese país- sirvió de pretexto para que amigos y seguidores de los ex presidentes Álvaro Uribe y Juan Manuel Santos convirtieran las redes sociales en un campo de batalla, donde manifestaron su odio hacia quienes consideran sus enemigos. 

Unos y otros no solo señalaron a sus adversarios de actos de corrupción relacionados con Odebrecht, sino que muchos de ellos se atrevieron a exigirles que procedieran de igual forma a como lo hizo el ex presidente peruano. Pocas veces el país ha asistido a una muestra de intolerancia, irresponsabilidad e indolencia como en esta ocasión.

Los hechos muestran que en Colombia estamos muy lejos de alcanzar el perdón, que es el acto liberador y sublime que nos podrá llevar a la reconciliación nacional. Mientras no haya perdón, todo esfuerzo que se haga por alcanzar la verdadera paz será en vano.

El papa Francisco lo ha dicho en múltiples ocasiones: 'El mundo necesita el perdón. Demasiadas personas viven encerradas en el rencor e incuban el odio, porque -incapaces de perdonar- arruinan su propia vida y la de los demás, en vez de encontrar la serenidad de la alegría y de la paz'.

'¿Por qué debemos perdonar a una persona que nos ha hecho mal? -se pregunta Francisco- Porque nosotros somos los primeros que hemos sido perdonados e infinitamente más. La parábola nos dice justamente esto: como Dios perdona, así también nosotros debemos perdonar a quien nos hace mal'.

Un país que no perdona difícilmente podrá vivir en paz. Mientras no estemos dispuestos a perdonar a quienes nos han ofendido, siempre habrá heridas abiertas que no cicatrizarán y siempre habrá rencor y cuentas que saldar. Y mientras ello sea así, será muy difícil disfrutar de una auténtica reconciliación nacional. No es -como podría pensarse- un asunto de leyes, de códigos o de incisos. Es algo mucho más profundo e íntimo, que tiene que ver con la convicción personalísima de acoger a quienes en algún momento de la vida han actuado en contra nuestra. ¿Por qué nos cuesta tanto perdonar a los colombianos?