Son niños muy pobres, entre dos y seis años de edad, quienes durante el día son atendidos en hogares comunitarios que son algo así como guarderías o jardines infantiles populares del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar –ICBF-.
Están allí, además, no sólo para que el gobierno contribuya en esta forma a darles la educación y nutrición necesarias en una etapa tan importante de sus vidas (la primera infancia, según suele decirse), sino porque simplemente sus padres trabajan y no tienen con quién dejarlos o son desempleados, víctimas en ocasiones del desplazamiento forzado por la violencia.
¿Cómo salir, entonces, del círculo vicioso de la pobreza, aquella que se traslada de padres a hijos y de estos, cuando forman sus propias familias, a los suyos, situación que se repite a lo largo de varias generaciones? ¿Cómo?
Medios de Vida Sostenible. A esa pregunta intentó responder el profesor Gustavo Turriago, vinculado al programa de Ingeniería Industrial de la Universidad Simón Bolívar -USB-, cuando decidió realizar una investigación en el suroccidente de Barranquilla, donde hay varios hogares comunitarios
En realidad, su propósito no era otro que descubrir la manera de generar mayores ingresos para tales familias, mejorando sus condiciones de vida a padres e hijos, y romper así el llamado círculo vicioso de la pobreza, al que parecen condenadas desde tiempos inmemoriales.
Al final fueron escogidas 25 familias con niños en hogares comunitarios, cuyos padres manifestaron su deseo de colaborarle al investigador con su iniciativa que hizo el diagnóstico de la población escogida, identificó sus carencias o necesidades y, sobre todo, trazó todo esto en un Marco de Medios de Vida Sostenible, su nombre científico.
'Medios de Vida Sostenible', insiste la profesora Aída Ferrer Parejo, coordinadora de este proyecto del Departamento de Extensión y Proyección Social de la USB. Sostenible, sí, porque los mismos padres en un futuro sostendrían a sus familias con una mejor situación económica, gracias al emprendimiento o creación de empresas, aunque sean pequeños negocios.
De ahí que el paso siguiente fue la capacitación a partir de sus habilidades, de su experiencia laboral y de sus intereses, impartida por la universidad a través de profesores y estudiantes. La educación superior es, al fin y al cabo, el medio más efectivo para superar la pobreza.
Aliados para hacer empresa. Ahora empieza la segunda etapa del proyecto: la conformación de tales unidades productivas, ya con el apoyo del Sena para formar a los padres en los oficios requeridos por sus negocios (panaderías, peluquerías, talleres de mecánica, etc.).
Se trata, en definitiva, de hacer empresa y, por ende, salir de la pobreza con la debida generación de riqueza, propósito al que se sumaron el Programa de Contaduría y el Centro de Emprendimiento de la USB.
El proyecto, por fortuna, ha tenido la continuidad necesaria y recibe cada vez más apoyo, tanto de la Universidad como de grupos externos, incluso del sector empresarial, donde el tema de la responsabilidad social está en boga. En efecto, la Fundación Triple A acaba de convertirse en uno de sus aliados estratégicos, para colaborarles no tanto a los padres y sus niños en hogares comunitarios como a los jóvenes de esas familias, cuya mejor educación les sirva para conseguir empleo y aumentar los ingresos en sus hogares.
Es otra forma de combatir la pobreza, sin duda. Y cada aliado pone su parte: la universidad y el Sena, con formación educativa; la Fundación, con el transporte de los jóvenes a sus aulas ambientales, adaptadas para dicho fin, y en primer lugar las familias, en cabeza de sus padres, que deben darle pleno respaldo a la iniciativa.
Tras el capital semilla.Los profesores Aída Ferrer y Gustavo Turriago están de plácemes. Y no es para menos: su experiencia se replicará en Santa Lucía, ahora con una microempresa, también en el Marco de Medios de Vida Sostenible, por interés de la comunidad donde la USB tiene otro proyecto.
Ellos celebran sus años de trabajo, con grupos de estudiantes y el apoyo institucional de la USB al servicio de familias pobres, cuyos padres e hijos, jóvenes y niños, mejoran sus condiciones de vida por la educación, por el trabajo y por la generación de riqueza que todavía es un sueño.
No se cambian por nadie al pensar que la Fundación Triple A les tiende la mano, igual que el sector público, desde organismos como el Sena, y la comunidad, sea en los hogares comunitarios, en las familias o en el municipio de Santa Lucía, todos a una en cabal ejercicio de su responsabilidad social.
(*) Director revista 'Desarrollo Indoamericano', Universidad Simón Bolívar