¿Cómo se traduce una canción en un cóctel? La pregunta parece extraña, pero para Carla Hernández, vocera del Bar Continental, un espacio que se ha convertido en punto de encuentro cultural en Chapinero, esa es la tarea de cada menú que diseñan. “Realmente no es un trabajo fácil. Nosotros hacemos un periodo de investigación de alrededor de seis meses para plasmar en un cóctel lo que queremos representar”, explica.
La búsqueda ha llevado a su equipo a mirar atrás en la historia de la salsa. El menú actual, llamado Cuchifrito Circuit, rinde homenaje al movimiento underground de los años setenta en Nueva York, cuando la diáspora caribeña creó un sonido urbano que mezclaba tradición y rebeldía. En ese mismo espíritu, la barra ofrece tragos que evocan tanto los matices de la lulada vallecaucana como la memoria de un ídolo salsero. “Por ejemplo, quisimos hacer un cóctel en homenaje al Caballero de la Salsa. Lo describimos, investigamos su vida y creamos un cóctel muy romántico, burbujeante, en una copa, muy delicado. Todo va muy acorde al concepto que queremos darle”, cuenta Hernández.
Pero no todo se agota en lo nuevo. Algunas creaciones se han vuelto parte del archivo emocional del lugar, como el Kingston Club, un trago que mezcla ron especiado con hinojo, coriandro, cáscaras de toronja, angostura, piña y soda. “Ese cóctel lleva cinco años en el menú, los mismos que llevamos abiertos. Es representativo de todo lo que somos en esencia, porque tiene ese espíritu caribeño y a la vez conserva lo clásico”, señala.
La coctelería se conecta aquí con la música. Y no cualquier música, sino esa salsa que sonaba en las casas en los setenta, cuando el tocadiscos acompañaba las reuniones familiares. “La selección musical se hizo con mucho cuidado. Queríamos traer al sonido esa salsa sobre todo antigua con la que crecieron nuestros padres, la que escuchaban en la casa haciendo oficio. No estamos cerrados a la música actual, pero nuestro fuerte es esa salsa donde se formó lo que conocemos hoy en día”, explica Hernández.
El efecto, dice, es de cercanía. En una ciudad acelerada y fría como Bogotá, lo que más valoran sus visitantes es el calor de un espacio que evoca esas fiestas caseras, donde la intimidad y la nostalgia son protagonistas. “Los colombianos naturalmente somos muy familiares, nos gustan las celebraciones en intimidad. Creo que esa esencia ha hecho que tengamos clientes fieles desde hace cinco años, porque encuentran esa calidez que en Bogotá a veces es difícil”, asegura.
En Chapinero, donde lo urbano y lo diverso conviven, la propuesta encuentra un lugar natural. Y es que la experiencia de escuchar un vinilo de salsa vieja mientras se degusta un cóctel inspirado en Grupo Niche no se parece a nada más. En palabras de Hernández, se trata de un solo lenguaje: “La cocina y la barra hablan el mismo idioma: el del sabor, la memoria y el goce”.