La Mojana, una riquísima subregión en fauna y flora que está ubicada entre Sucre, Córdoba, Bolívar y Antioquia, está sumergida –de nuevo– en su peor pesadilla: una inundación. Los fantasmas de la tragedia que ocurrió en 2010, a raíz del Fenómeno de la Niña, donde más de 200 mil personas resultaron afectadas y 20 mil viviendas terminaron inundadas, volvieron a aparecer este año con el rompimiento del río Cauca al muro de contención ubicado en Cara’e Gato, en San Jacinto del Cauca (Bolívar).

Y, como un mal chiste, en una región que tiene más agua que tierra, miles y miles de familias están huyendo despavoridas, dejando atrás sus hogares, pertenencias y animales, para buscar tierra alta y alejarse del caudal que ya ha abierto un boquete de 150 metros, una situación que podría empeorar mucho más con la llegada de las lluvias a mediados de septiembre.

Las cifras son devastadoras. Solo en Ayapel (Córdoba) hay más de cinco mil personas afectadas y más de ocho mil hectáreas bajo el agua. Cientos de vacas han muerto ahogadas y las gallinas las están rematando a $4.000 porque no hay forma de mantenerlas. Según los reportes locales, el número de damnificados podría ascender a 400 mil si las precipitaciones continúan hasta final de año.

La devastadora situación obedece a muchos factores: minería ilegal, deforestación, afectación de los ecosistemas naturales y el cambio climático, que aunque no es la principal causa de la emergencia, sí agudiza la crisis con la llegada de las olas invernales y el desbordamiento de las cuencas del río San Jorge, el Cauca y el Loba, un brazo que se le desprendió al Magdalena.

Pero más allá de lo anterior, una serie de problemáticas que se han reportado durante décadas, el principal obstáculo que tiene La Mojana para dejar atrás la ‘maldición’ actual es la desidia de las autoridades, locales y nacionales, que no han diseñado planes claros, precisos y urgentes en materia de obras hidráulicas para que –por fin– esta zona deje de sufrir año tras año los embates de las lluvias.

La Mojana, una subregión que sirve como escurridero de los diferentes ríos y ciénagas, cada año es menos capaz de ser el principal contenedor de agua de esta zona del país, lo que ha agigantado la pobreza y la crisis de los campesinos de las zonas ribereñas que, en su mayoría, son personas de escasos recursos que buscan sacar unos pesos al día con trabajos en el campo.

Los planes de contingencia y de solución ya se conocen hace muchos años. Es vox populi que la gigantesca obra costaría alrededor de un billón de pesos, que consta de un muro de contención de 57 kilómetros (desde Nechí hasta Achí, pasando por San Jacinto, Guaranda y Majagual) con 33 compuertas y que, además, se acompañaría con trabajos de dragado en ciénagas y caños.

Por eso es necesario dejar de anunciar tanto y actuar. Los recursos necesarios hay que buscarlos como sea.

Las autoridades locales, departamentales y nacionales deben unir esfuerzos y dar los primeros pasos para ponerle fin a esta problemática. De lo contrario, la tragedia está advertida como en Salamina, que al igual que La Mojana, está a la merced del río y su incontrolable e impredecible fuerza.

Mientras no se actúe con inmediatez, la región seguirá año tras año bajo el agua y siendo víctima de la incorrecta dinámica e intervención de su principal riqueza: el ecosistema hídrico. Hay que actuar ya. La Mojana urge de acciones inmediatas.