Parafraseo el título de gran novela sobre Claudio, emperador de Roma, y la famosa frase de Ortega y Gasset, para describir al Petro de hoy, enredado en el conflicto entre el exguerrillero y activista radical de izquierda, y el presidente de un país con problemas, pero con instituciones democráticas que no se le doblegan.
Volvió a proclamar como nuestra la bandera de la guerra a muerte, disque de Bolívar, que los obreros deben levantar en defensa de sus derechos; invocación a la muerte que no está bien en quien preside una “potencia de vida”.
Mientras declara que “soy un demócrata y no un tirano”, no cesan sus ataques al Senado, la oposición, las altas cortes, la autoridad electoral, los gobiernos anteriores, los medios y el empresariado, con acusaciones de traición, robo y asesinato, además de insultos de grueso calibre, que repitió entre risas y en son de chiste, burlando los compromisos para desescalar la peligrosa agresividad del lenguaje político.
Atrás quedó la convocatoria a personas con doctorado a “colaborar con la conducción del gobierno”, en la que creyeron 20.349 colombianos y nadie sabe si alguno fue contratado. Lo cierto es que en la “conducción del gobierno” el mérito es el ausente, reemplazado por el activismo y el clientelismo, al punto de ordenarle a la canciller dejar sin requisitos los cargos diplomáticos, pues “hasta el hijo de un campesino puede ser embajador”, denigrando de esa condición dignificante, que nada tiene que ver con la preparación para ocupar un cargo público. Sé de buenos candidatos, orgullosos hijos de campesinos.
Cuando Petro, ante sus auditorios cuidadosamente escogidos -y transportados- afirma que su proyecto “necesita más tiempo”, pero no quiere reelección, su público exaltado -y entrenado- grita: ¡reelección! “No soy amigo de la reelección”, también afirmaba Santos, pero se sacrificó por las Farc… y por el Nobel.
“No quiero nueva constitución” afirma convencido, y al tiempo sentencia que “cuando fallan los poderes constituidos, el pueblo puede autoconvocarse”. ¿Y cuándo fallan, acaso cuando el Congreso no aprueba sus reformas, la Corte Constitucional no le concede exequibilidad o los gobernadores no son sus acólitos en las regiones? Debería recordar lo que Mauricio Gaona le dijo a Montealegre: “la oposición es el precio que se paga en la democracia”.
Y en medio de la confusión generada, a falta de contradicciones, buenos son globos, como resucitar a Telecom y dominar el mercado de fibra óptica para que Colombia sea “el centro del mundo”.
Contradicciones populistas que Petro defiende a muerte, pues, al decir de Ortega y Gasset en la coletilla de su famosa frase: “si no las salva, él no se salva”. ¡Difícil legado!