Fría, lluviosa, gris. Así está la capital a las puertas de una final en la que ni Millonarios ni Santa Fe ni Equidad son protagonistas. Es una fiesta amarga, una en la que dos invitados sorpresivos –no se esperaba que se jugara en Bogotá–, Junior y Pasto, son los que se la van a disfrutar y gozar de principio a fin, independiente del resultado.
No hay ambiente de final, a excepción de los puntos donde está en venta la boletería. Alrededor de ellos, pequeños grupos de costeños y pastusos se unen en la lucha por adquirir una boleta, una de las más asequibles, porque los precios son altos y en la reventa están peores.
Ni el agua ni el helado clima frena a los emocionados hinchas que esperan ver una final inédita, linda, apretada, disputada, en la que el mejor se lleve el trofeo de campeón. Junior sudó para dar el primer golpe en Barranquilla y traerse una ventaja mínima (1-0) a Bogotá, donde espera alcanzar la novena estrella, pero el Pasto no se rinde y aspira a demostrar en los 2.600 metros de altura de la capital que también tiene atributos para buscar su segundo título en el fútbol colombiano.