¿Nacer o morir?
Si pudieras escoger el lugar dónde nacer, o el lugar dónde morir, cuál de los dos escogerías?
La pregunta surgió hace un par de meses en un encuentro virtual tratando de evocar uno de aquellos que se hacían en días y noches sin tapabocas. Para decir la verdad, no éramos más que un grupo de afectuosos y desesperados tratando de justificar, sin necesidad, la necesidad de vernos, de oírnos y de hablarnos, para así, contradecirnos, refutarnos y burlarnos de nosotros mismos. Para así, querernos como se quieren los amigos; de a ratos adheridos a inquietudes sin sentido y al significado puro de ser buenos amigos.
Recuerdo que uno de ellos, el más pragmático, manifestó con voz rasgada que la pregunta era un despropósito, que no tenía rumbo y, que atenderla, era perder el tiempo, pues, planteaba, según él, las dos únicas situaciones en la vida en las que uno nada decide: Cuándo nace y cuando muere. Tesis ampliamente debatible a la luz de otras creencias, pero a su vez, totalmente respetable.
Otro, un poco más abierto y esotérico, advirtió con severidad que eso, precisamente eso, era lo que lo hacía interesante, la posibilidad fantasear, de concebir otros caminos y elegir un nuevo cartograma para iniciar y para terminar, lo llamó: “una ruta astral distinta”
El tercero dijo: “ustedes se enloquecieron, están jugando a ser Dios y aunque muchos quisieran serlo, no se los recomiendo, tiene una fila de peticiones que poco aguantaría su impaciencia.”
Los más comedidos expusieron de manera onírica la ciudad de sus sueños para partir, y los demás, lo hicieron todo broma y comedia. Pero tal vez, todos, por un segundo lo pensaron.
Nacer, ser amanecer, ser niño. Morir ser ocaso. Ser mayor.
El derecho a la vida y el derecho a la partida son sagrados. El respeto al periodo de tiempo que trascurre entre uno y otro, mucho más. Todos, sin excepción, tenemos derecho a soñar con vivir, con crecer, con caminar y aprender, con enseñar, con germinar y florecer, con reposar y con poder ser atardecer.
No pude evitarlo, recordé la historia porque la prefiero sobre muchas, aunque para muchos sea “insulsa” la prefiero! Aunque para muchos sea “vacía” la prefiero! Aunque para muchos sea “ligera” la prefiero! La prefiero libre, la prefiero idea y la prefiero viva.
Quizá algunos de ustedes, como yo, no queremos más historias como las historias de estos días, en los que el mundo nos titula como el país que quita y quita vidas. El país que mata niños y con sus niños muertos mata la posibilidad de nacer y de ver el sol al otro día.
Los de Cali o Samaniego, los del 97 o el 2017 o el 2018 o 2019, los Agosto y tantos días.
¿Cuántas voces y miradas dulces se silencian y con ellas cuántas almas se estremecen y cuántas sonrisas se suspenden? Cuántas luces se apagaron, aún, antes de ser prendidas? Cuántas más se necesitan?
Los informes de medicina legal son escalofriantes, los de organizaciones internacionales como Save The Children rayan con lo absurdo y lo penoso.
Parecería que esa pregunta simple, hoy por hoy, tiene un rango de respuesta muy corto en nuestro territorio, donde nacer, es aproximarse a la muerte temprana. Que tristeza y que injusticia. Cuánto llanto por tantas vidas. Cuántos niños? Cuántos mantos de alegría?
Ya presiento con dolor una respuesta cuando vuelva a preguntar esta “tontería”: ¿Si pudieras escoger el lugar dónde nacer, o el lugar dónde morir, cuál de los dos escogerías?
R/ Tal vez, solo escogería un lugar donde se pueda vivir, para después, en paz poder morir.
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