El Heraldo
Opinión

“El torcido”

Por momentos nos habló la ciencia, la práctica y la historia, alguien recordó con valiosos argumentos que para ser “derechos” había que recordar las tres reglas del derecho de Ulpiano, prolífico jurista del imperio romano: “Vivir honestamente, no dañar a nadie y dar a cada uno lo suyo.”

Alguna veces, el remedio resulta peor que la enfermedad, por momentos nadie se salva de la cruda realidad, aun, los que han abierto la ruta a la redención, terminan paradójicamente ahogados en el mismo río, condenados a un enorme dolor y contagiándonos de frustración a los que creemos en un mejor camino, dejándonos una sensación de desvalido espeluznante que produce mareo, náuseas, y como si fuera poco, entristece el espíritu.

Hace algunos días me invitó un buen amigo y grato contertulio, a participar en una charla llena de buenas intenciones. Una conversación con un propósito sano, interesante, y por demás altruista, pues recogía en su esencia, amplia voluntad y deseos propositivos. La idea de encontrar algún tipo de contestación, una pequeña luz, un esbozo, una orientación, algo que se pareciera siquiera a una respuesta que pudiera aclarar o sosegar una inquietud que muchos hemos tenido, más por estos días: 

¿Por qué somos tan corruptos?

Y así nos saludó. Con la pregunta en la punta de lengua, aclarando, eso sí, que utilizaba la primera persona del plural en sentido figurado, pues confiaba en la honestidad de sus interlocutores y creía firmemente que, en el silencio, habitaban más almas claras que oscuras. 

El tema no es para nada nuevo, pero si grueso, sobre todo porque la repetición crea un hábito, el hábito se hace costumbre y puede convertirse en conducta y, si la conducta se modifica y se hace patrón, todo se altera, entonces, se transmuta la identificación de un territorio y los buenos, se ven una vez más, aplastados por los malos. El peligro del discurso único que ya vivimos con el narcotráfico.

Participamos en privado un sociólogo, un antropólogo, una psicóloga, un general, un par de periodistas y dos artistas, entre otros. Todos personajes variopintos. Teníamos una regla: no opinar sobre ningún hecho puntual, no dejar que la reflexión fuera intervenida por la pasión, la rabia, la indignación o el juicio, lo cual se cumplió, con dificultad, pero se cumplió.

¿Es Una problemática sociocultural?, ¿Es falta de fuerza en el castigo?, ¿Falta de educación?, ¿Son patrones genéticos?, ¿Patologías?, ¿Una sociedad enferma?, ¿La proliferación de una manada de hampones?, ¿Los mismos con las mismas?, ¿Falta de orden y justicia?, ¿Un estado débil?, ¿Instituciones permeadas?, ¿Ausencia de ética y moral? o, todas las anteriores.  

Por momentos nos habló la ciencia, la práctica y la historia, alguien recordó con valiosos argumentos que para ser “derechos” había que recordar las tres reglas del derecho de Ulpiano, prolífico jurista del imperio romano: “Vivir honestamente, no dañar a nadie y dar a cada uno lo suyo.”

Tres normas grandiosas, simples, correctas, ciertas y necesarias, pero no le sirvieron ni a su creador.

Las dos primeras se burlan de manera permanente aún en nuestros tiempos, y la tercera; es de tan amplia interpretación, que se confunde como mínimo, con el abuso.

Pobre Ulpiano, el gran Ulpiano, quien llegó a ser algo así como ministro de justicia del imperio romano y buscaba paz, orden y prosperidad, más que guerras, muerte y pleitos, entonces fue traicionado por los soldados pretorianos y murió degollado ante el propio emperador. 

Nuestra tertulia tendrá capítulo dos, pues la primera, concluyó que ni la máxima del “derecho” ha logrado terminar con el “torcido”

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