Me pregunta un buen amigo en medio de la tarde de una de estas tardes que terminan con el año: ¿Cuál es la palabra del 2020?

Me he quedado reservado y han venido tantas a mi mente que he esperado, he sentido y esperado. Sé que será recordado como el año en que el mundo se detuvo y, en consecuencia, todos lo hemos hecho. Es posible que la busquemos tal vez para encontrar de forma simbólica un cierre que permita dejar en la memoria un recuerdo ajeno al adjetivo y que albergue paz, paz y mucha paz.

Sentimos dolor, impotencia, frustración, incertidumbre, miedo, angustia, agonía, cansancio, preocupación y tanto más. Nos invitaron al silencio, a la distancia, al pensamiento, la reflexión y a tanto más. Aprendimos muchas cosas, el aprendizaje siempre es bienvenido, aun cuando sus puntos de inflexión sean crudos.

Aprendimos que somos vulnerables, aprendimos a valorar lo que habíamos olvidado, aprendimos a revisar el cajón de las fibras más intimas y a recurrir a nuestra fuerza sobrenatural para reponernos, para superar la adversidad, aprendimos a observar y extrañar lo que irrespetamos o lo que ya tempranamente habíamos olvidado.

En algún lugar preciado ha quedado el recuerdo de una caricia, de dos labios y un amor. Nos enfrentamos a la posibilidad de integrar a nuestro espacio el respeto por el espacio de otro, la solidaridad y el cuidado. Nos acercamos con firmeza a la posibilidad de ser más colectivos, más compasivos y protectores. Entendimos que la euforia y el desenfreno no son buenos amigos, encontramos en el silencio la hermosa posibilidad de un diálogo sano y honesto.

Vivimos en nuestra piel lo que otros ya tenían en la suya, entendimos que no hay blindajes materiales y que también en lo intangible existe un gran oasis. La concepción del tiempo se alteró y con ella sus ritmos para permitirnos así crear un nuevo compás.

Se abrió un espacio para una nueva conversación con nosotros mismos, para decirnos lo que no nos habíamos dicho, para encontrar lo que no habíamos buscado, para descubrir con asombro el exceso y saber que por muchas horas nadamos adheridos a lo que nos sobraba, como si eso fuera norte y destino. Las palabras de amor se hicieron tesoros de nuevo, recobraron el valor perdido, los versos circularon por pantallas y los viejos, nuestros viejos amados y queridos que la vida le debemos, los llenamos de oración en la distancia, de luz y amor eterno. Todos algún día partiremos, a quienes este año lo hicieron llevaremos dentro, muy adentro, su energía en medio del legado en un momento extraño donde sobran las palabras y los anhelos, donde se encuentran las reflexiones y los aprendizajes, donde nace un mundo nuevo.

Muchas cosas sentiremos en la noche de mañana, muchas otras hablaremos en mitad de madrugada y tantas otras manifiestas como cartas y deseos con deseos y sonrisas con sonrisas y alabanzas y alabanzas con plegarias, con la fe de las miradas en miradas inconclusas de momentos no vividos y de goles no cantados en canciones no sonadas, de alegrías por vivir de vivencias suspendidas esperando lo esperado en esperanza y maravilla en maravilla de millones de personas con historias por contar, esperando el beso más hermoso el que pronto nos daremos llenos de entusiasmo entendiendo que en todo lo vivido hay un regalo, una llama y un destello. Guarda el beso pensaremos, guarda el beso diremos, aunque algunos lo daremos entre telas y cuidados, guarda el beso pensaremos, guarda el beso, aunque poco lo aguantemos. Guarda el beso de tu boca, ponlo en tu mirada, en tu energía y tu reflejo, eso haremos, que perdure para siempre la esperanza en este mundo nuevo, guarda el beso entre los besos que ya pronto nos daremos.